Venezuela

Los basureros: los supermercados de los venezolanos

LA RAZÓN recorre los vertederos en los que los vecinos de Caracas, ante la pasividad del chavismo, buscan alimentos de primera necesidad para sobrevivir a la escasez total que golpea al país

29,1% de pobreza estructural en 2015. En 2014 era del 21,3%, según una ONG local. Además, la cesta de la compra cuesta ahora a los venezolanos un 180,9% más que el año pasado.
29,1% de pobreza estructural en 2015. En 2014 era del 21,3%, según una ONG local. Además, la cesta de la compra cuesta ahora a los venezolanos un 180,9% más que el año pasado.larazon

LA RAZÓN recorre los vertederos en los que los vecinos de Caracas, ante la pasividad del chavismo, buscan alimentos de primera necesidad para sobrevivir a la escasez total que golpea al país

El hambre en Venezuela tiene el rostro de miles de ciudadanos que padecen la escasez de productos básicos, pero también historias de personas que, empujadas por la necesidad y el creciente desabastecimiento, terminaron comiendo los desechos de un mercado, vendiendo en las calles o pidiendo a las puertas de cualquier local para solventar su día a día. No hay distinción. Hombres, mujeres, ancianos, jóvenes o niños están padeciendo por igual. En el centro de Caracas, muy cerca del Palacio de Miraflores, donde gobierna Maduro, del Ministerio de Finanzas, del Banco Central de Venezuela, de la emblemática Plaza Bolívar y de la Asamblea Nacional, Mireya Vargas espera a las puertas de una feria de comida a que las personas terminen de comer para recoger en un pequeño envase de plástico las sobras. Bordes de pizza, patatas fritas a medias, unos cuantos trozos de carne de hamburguesa y unos huesos de pollo frito van a parar ahí. Mireya no va sola, la acompaña su hijo Andrés, de 4 años. El niño es, quizás, ajeno a la necesidad que padecen. Por eso, ella relata con lágrimas en sus ojos que el pequeño le pide helados y dulces frente a los mostradores de los locales. «Es muy duro. No tengo esposo, tengo otros cinco niños en casa y algo tengo que hacer para darles de comer. A veces, con suerte, alguien comparte su comida con nosotros», asegura.

Unas manzanas más allá, en el Mercado municipal de San Martín, al oeste de Caracas, al menos tres familias se disputan las cebollas, lechugas, pieles de pollo, tripas de cerdo y legumbres que los comerciantes desechan porque no están en condiciones para la venta. Tirada en el suelo, Oneida Castro y sus tres hijos de 9, 11 y 12 años, respectivamente, buscan rescatar lo sano que hay de la comida dañada. Oneida revela que fue el hambre lo que la llevó hasta el mercado a comer de la basura. Comprar un kilo de tomate o de alguna fruta es imposible para ella con lo poco que gana planchando ropa. No es indigente, pero sí forma parte del alto índice de personas que en Venezuela subsisten con menos de un sueldo mínimo. «De acá (de la basura de legumbres) saco lo que puedo. Después me voy a la parte de carnicería y con la piel de pollo hago aceite para cocer los hígados de pollo o las tripas de cochino que también tiran y lo único que puedo comprar es un paquete de arroz al mes. Me agarró la “Nicolight”. La verdad es que él, Maduro y su gente, tienen la culpa de que el país esté como está», acusa. ¿Que si siente vergüenza? Sí, pero la necesidad y el hambre se imponen al bochorno que le produce comer de la basura y quedar expuesta a los ojos de los demás.

La crisis de pedigüeños, personas comiendo de la basura o vendedores itinerantes tiene todos los matices. Juan Ramón Alvarado, un trabajador promedio, está del lado de quienes ven, con preocupación, cómo crece el número de personas que piden comida o que venden en la calle para poder vivir. «Ayer no tenía plata suficiente para almorzar y me fui a una panadería a comprarme dos panes y un zumo. Un niño de unos 10 años se me quedó mirando fijamente. Compartí un pedazo de lo que me estaba comiendo, pero seguía allí, viéndome. Le compré otro pan de los pequeños y así se fue. Vi que estaba con una mujer de unos 30 años y otros dos niños y se repartieron el pan entre todos. Un pan para cuatro. No me sobra el dinero, de hecho a veces vivo con lo justo, pero no sé si realmente estoy ayudando o alentando la mendicidad», sentencia.

El Metro de Caracas transporta diariamente a dos millones de viajeros, según cifras oficiales, pero recientemente se ha convertido en una trinchera de personas necesitadas que claman por unos billetes o que venden casi cualquier cosa. «Chamo, dame para comprarme un pan», «Me puedes completar para comprar algo de comer», son frases que se escuchan constantemente en el subterráneo. Carlos Caraballo entra en la estación Capitolio, muestra una caja de caramelos. Los ofrece a 100 bolívares y cuenta algunos chistes para buscar la simpatía de quienes le pueden comprar. Reconoce a LA RAZÓN que diariamente gana 5.000 bolívares y que de sus ganancias debe sacar 2.000 para sobornar a los policías y que así le permitan vender en el Metro sin ser detenido. «Dieguito» como es conocido en el Metro, es un niño de apenas 11 años que trabaja vendiendo chucherías. Relata que dejó la escuela porque tiene que ayudar a su madre a mantener a sus dos hermanos. «Puedo trabajar. Tengo que hacerlo. Prefiero esto de ir de vagón en vagón que ponerme en la calle a robar. En mi casa hacemos una sola comida porque no nos da para más».