Crisis migratoria en Europa
«Los refugiados son maná para Europa»
Un accidente cuando era niño y su pasión por la medicina hicieron de Pietro Bartolo el “médico” de Lampedusa.. En sus 26 años al frente del centro médico de la isla italiana ha tratado a más de 300.000 migrantes, aunque reconoce que sigue llorando ante las tragedias a las que se enfrenta cada día.
Un accidente cuando era niño y su pasión por la medicina hicieron de Pietro Bartolo el “médico” de Lampedusa.
Estuvo a punto de morir ahogado. Tenía 16 años. Era de noche y cayó de la embarcación en la que estaba pescando con su padre. Fueron horas de angustia, pensó que su vida acababa en ese instante, pero sobrevivió. Pietro Bartolo guarda este recuerdo en su mente como si hubiera ocurrido ayer. Pronto decidió que su labor en esta vida sería ayudar a los demás. Estudió Medicina y ahora es “el médico de Lampedusa”, el hombre que día a día “cuida de sus compatriotas” y ayuda a los refugiados que huyen de sus países en busca de una mejor vida en el Viejo Continente. Lo que no imaginó es que le tocaría vivir en primera persona el peor drama de exiliados desde la Segunda Guerra Mundial. Tiene grabada a fuego la primera vez que fue al rescate de una barca de inmigrantes. “Fue hace 26 años y en la embarcación llegaban tres jóvenes. Desde entonces, he tratado a más de 300.000 refugiados”, asegura Bartolo, que ahora resume sus vivencias en “Lágrimas de sal, historia de un médico de Lampedusa” (Debate). Aunque si tuviera que elegir alguno de los momentos más duros, el doctor se remonta a 2012. “Una noche llegó una barca, subí a bordo y en la cubierta había 250 personas. Muchos lloraban y me dijeron que en la bodega del barco había algo que no iba bien. Abrí la trampilla, comencé a caminar y al encender la linterna de mi móvil me di cuenta de que pisaba sobre cadáveres”, dice con voz temblorosa durante su entrevista con LA RAZÓN.
Según lo describe, aquello fue una “escena del infierno”. “Eran 25 jóvenes que habían sido asesinados durante el trayecto. Las paredes estaban llenas de sangre y presentaban fracturas en el cráneo y en los dedos”, añade. Lo ocurrido a bordo de la precaria embarcación fue lo siguiente: cuando salieron de Libia, los traficantes pusieron a 50 jóvenes en la bodega, los demás, en cubierta. Se había establecido que, por turnos, saldrían de la bodega para coger aire, pero cuando salieron los 25 primeros la barca empezó a perder estabilidad así que los traficantes decidieron sellar la trampilla con una puerta e impedir que los otros 25 pudieran respirar. Murieron asfixiados. En sus manos, sin uñas ni yemas, quedó grabada su desesperación. “No tardaron más de 15 minutos en asfixiarse”, lamenta el médico.
En sus más de dos décadas al frente del centro sanitario -el único- de Lampedusa, estas desgracias se han repetido de manera constante. Además, no hay los suficientes recursos para atender la avalancha de exiliados que llegan a la isla italiana. “Aquí no hay hospital, lo que tenemos es un poliambulatorio del que soy director y cuento con especialistas que vienen desde Palermo de manera rotatoria. También contamos con un pequeño servicio de urgencias con tres médicos y luego el equipo dedicado sólo a los refugiados, que ahora lo integramos seis personas. El año pasado éramos tres”, denuncia. Un personal escaso si se tiene en cuenta que tan sólo en lo que van de año han llegado a las costas italianas más de 45.000 personas y más de 1.000 han muerto en el Mediterráneo cuando trataban de alcanzar la costa del país transalpino.
“Hay muchos momentos difíciles, como por ejemplo cuando llegan medio centenar de casos graves a la vez y no damos abasto. Eso sí, nunca ha muerto ningún refugiado en nuestras manos”, dice Pietro orgulloso al tiempo que no oculta que sigue llorando casi a diario ante las desgracias humanas a las que se enfrenta. “Es imposible inmunizarse a este horror. Veo el terror en sus ojos. Es terrible”, apunta. En estos 26 años también ha desarrollado los mecanismos necesarios para comunicarse con los inmigrantes ya que él no habla su idioma. “Les hablo con la mirada, con gestos, les hago sentir seguros y que entiendan que en el muelle de Lampedusa hay gente buena y que nadie más les va a hacer daño. Esto se hace con una sonrisa y con una caricia. A todos les acaricio. Esto para ellos supone la vida, porque hasta ese momento sólo han sufrido torturas”, asegura el médico.
Falta de solidaridad
Saca su lado más beligerante cuando se le pregunta por la respuesta que las autoridades europeas, es decir, los políticos, han ofrecido a este drama humano. “Tienen que darse cuenta de que son necesarias medidas humanas. Esto no es una invasión. Los refugiados son maná que cae del cielo, porque dentro de unos años cuando la población europea siga disminuyendo y el continente siga envejeciendo, estas personas nos podrán ayudar desde el punto de vista económico y cultural”, sentencia. Además, dice, “si los políticos no quieren ayudarles aquí, que al menos lo hagan en sus casas, porque si allí pudieran vivir con dignidad y sin miedo, nunca dejarían su hogar”. Hasta que esto ocurra, Bartolo seguirá con su móvil pegado al cuerpo pendiente de que la guardia costera le llame en cualquier momento para anunciarle que una nueva embarcación cargada de centenares de exiliados ha llegado a Lampedusa.
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