Grupos
Maia Atzili y Lital Goldman: «Nos han impuesto la guerra»
Israelíes residentes al sur del país
Las hermanas Maia Atzili (22) y Lital Goldman (28) se debaten entre su convicción de que la vida sigue adelante y las ganas de luchar porque aseguran que vale la pena y, por otro lado, tienen sus serias dudas sobre lo que les deparará el futuro. Ambas viven desde hace años en una de las zonas donde impactan los cohetes disparados por Hamas y otros grupos radicales palestinos de Gaza. Aunque su residencia no está pegada a la Franja, la localidad de Timorim (en la que vive Maia) y la de Beer Tuvia, a la que se mudó recientemente su hermana mayor al casarse con Ido, han sido repetidamente blanco de los misiles Grad lanzados por las mililias. «Es muy fuerte. No sé cómo describirlo», cuenta Karin Haas, su madre, que al no tener una habitación segura en su casa ha aprendido que hay que tirarse al suelo y taparse la cabeza lo más alejado posible de ventanas y en la parte interna de la casa cuando está a punto de caer un cohete. Maia y Lital insisten en la necesidad de no dejarse paralizar por la situación, pero admiten que ésta impone complicaciones objetivas sobre las que no tienen control. «No voy a dejar de ir a trabajar porque uno no puede detener la vida, pero no seré irresponsable al actuar como si nada en caso de una alarma. Me resguardo, claro que sí», confiesa Maia a LA RAZÓN. Si bien considera que no es de quienes reacciona con especial nerviosismo, reconoce que capta los latidos fuertes de su corazón al oír la sirena que indica que un misil va en dirección a su casa o al bar en el que trabaja en el kibutz Negaba, o al tambo en el que ordeña, en Timorim. «Es instintivo, uno oye la alarma y corre a protegerse», relata. «Cada uno reacciona de una manera», cuenta Lital, estudiante de Recursos Humanos en uno de los sitios más castigados por los cohetes: Sderot. El lanzamiento de cohetes desde Gaza a Sderot comenzó en enero de 2001, cuando ella era una adolescente. Ahora está a punto de graduarse y siente que todo se demora por lo difícil que ha sido cursarlo en las condiciones reinantes en el sur. «Uno apuesta al futuro, porque aquí nacimos, pero no es fácil», dice. «No me es fácil ver lo que estamos viviendo, pero esto es una guerra y nosotros no la quisimos. Nos la impusieron», asegura Maia. «Cuando esto termine habrá una temporada de calma, pero luego volverá la violencia», lamentan las jóvenes.
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