Crisis humanitaria

Nueva York, una ciudad desbordada por la inmigración

Unos 500 «sin papeles» llegan cada día a la Gran Manzana, que por ley está obligada a ofrecer refugio a todo el que lo solicite. El alcalde exige ayuda a Biden para darles alojamiento, sanidad y educación

Migrantes recién llegados a la Gran Manzana en el hotel Roosevelt, en Nueva York
Migrantes recién llegados a la Gran Manzana en el hotel Roosevelt, en Nueva YorkSpencer PlattGetty Images via AFP

La semana pasada llegaron a Nueva York más de 2.900 solicitantes de asilo nuevos. La anterior, fueron alrededor de 2.300. Y así, suma y sigue, con una media de 500 inmigrantes diarios pasando por la Gran Manzana en busca de una vida mejor. Por una ley con 40 años de antigüedad, la ciudad está obligada a dar cobijo a todo el que lo solicite, pero la crisis humanitaria que enfrenta actualmente no tiene precedentes. Por eso, el alcalde Eric Adams lleva semanas tratando de suspender esta norma en los tribunales, «porque la ciudad no tiene más capacidad», repite hasta la saciedad. Asegura que la compasión de los neoyorquinos «no tiene límites, pero los recursos locales sí, y ya no soportan más la presión».

De los 100.000 inmigrantes que han pasado por Nueva York desde la primavera del año pasado, más de 57.000 se han quedado a vivir bajo el amparo de la ciudad, que destina a ellos una media diaria de diez millones de dólares. En el último año, se han habilitado 192 refugios de emergencia, y se están valorando 3.000 espacios nuevos para seguir acogiendo gente. «Todas las opciones están sobre la mesa», aseguran los funcionarios. Incluso convertir una parte del famoso Central Park en otro centro de acogida. Este año fiscal, el gasto destinado a los nuevos vecinos ha sido de 3.600 millones de dólares. Se han cerrado hoteles enteros para darles alojamiento, se les provee de comida, servicios, asistencia médica y escuelas y estudios para los niños. Aun así, no está siendo suficiente, y la semana pasada una larga cola de inmigrantes a las puertas de un hotel de lujo en pleno Manhattan hacía saltar todas las alarmas de nuevo.

«He venido porque en mi país me estaban amenazando, allí la cosa está muy mal», contaba a LA RAZÓN una venezolana recién llegada. Después de dormir 4 días en la calle haciendo fila, confesaba desesperada, «sólo quiero una cama». Como ella, decenas de inmigrantes pasaron varios días a las puertas del Hotel Roosevelt esperando que les asignaran un techo o les explicaran cuál era el siguiente paso legal en su proceso de asilo. Tras la presión mediática y de las organizaciones en defensa de los derechos de los inmigrantes, la larga cola despareció. Alguno diría «como por arte de magia», porque el alcalde lleva meses asegurando que no hay más espacio disponible. De repente, parece que lo hubo. El ayuntamiento los ha recolocado en un centro de recreación en el barrio de Brooklyn y en varias Iglesias de la ciudad. Desde el ayuntamiento niegan que dejar a decenas de personas a la intemperie haya sido una medida extrema para presionar al Gobierno central, que de momento no parece estar apoyando mucho al Estado neoyorquino.

El presidente Joe Biden «le ha fallado a la ciudad», lamenta Adams. «Nueva York seguirá liderando, pero ya es hora de que el Gobierno federal y estatal den un paso al frente», aseguraba en una reciente conferencia. El alcalde ha viajado a la capital del país, en otoño declaró el estado de emergencia para contar con el apoyo de los fondos federales y cada día lanza un grito de socorro en sus declaraciones ante la prensa, nada está siendo suficiente para que Washington le apoye. Según sus cuentas, la crisis humanitaria le costará a Nueva York más de 12.000 millones de dólares en los próximos tres años. De momento le ha pedido a Biden 300 millones, pero sólo han llegado 142 millones.

Nueva York enfrenta el problema prácticamente en solitario, en un mano a mano entre las autoridades y la bondad de miles de neoyorquinos que están ayudando como pueden. Es el caso de Ilze Thielmann, una voluntaria al frente del grupo Team TLC NYC. Pone su granito de arena colaborando en la Tiendita de la Bondad 60 horas a la semana. Se trata de un espacio donde se ofrecen productos básicos y no tan básicos a cambio de un gracias. «Aquí vienes a comprar como en cualquier tienda», explica Thielmann, «pero todo es gratis porque son donaciones de ciudadanos, no tienes que pagar». Hay de todo, desde jabón, cepillos de dientes y desodorante, a libros, ropa de bebé y adulto, e incluso joyas. «No se trata de que se lleven lo que puedan o lo que sobre, queremos dignificarlos. Que se sientan bien, pudiendo lucir joyas, maquillaje, ropa bonita. Verse bien tras meses de travesía».

El principal problema que encuentran los recién llegados es que no pueden trabajar legalmente hasta pasados 150 días después de haber hecho su solicitud de asilo, cuando reciben un permiso especial. Durante este tiempo, dependen de las ayudas sociales y el dinero que consiguen con trabajos en los que les pagan «under the table», como dicen aquí, es decir, en efectivo. Así se lo ha contado a LA RAZÓN Manuel G., un joven de 27 años que se está alojando en el Hotel Row, a 100 metros de Times Square. «Los hombres estamos repartiendo comida o trabajando en la construcción, y así nos ganamos un dinerito». Las mujeres recién llegadas están apostando por otro tipo de empleos. Es el caso de la ecuatoriana Ángela Ramírez, que habla desde su puesto de venta de comida ambulante en una parada de metro. «Yo antes limpiaba en casa de unos compatriotas, como muchas mujeres que llegan aquí, y cuando hice algo de dinerito compré este carrito y lancé mi pequeño negocio». Cada día se gasta alrededor de 50 euros en fruta, que lava y corta para venderla en la calle. Su beneficio cada día es de 150 dólares (137 euros).

La mayoría de los recién llegados proceden de Venezuela, Ecuador y Honduras. Tras meses de travesía han cruzado la frontera que separa México de Texas y allí se han encontrado que no los quieren. El gobernador texano, Greg Abbott, se jactaba hace unos días de haberse ¨desecho¨ de 28.000 recién llegados. El republicano se refería a que los había mandado a ciudades demócratas como Chicago, Nueva York o Boston. De hecho, la última en hacer saltar las alarmas ha sido precisamente la gobernadora de Massachussets, Maura Healey, acaba de declarar el estado de emergencia porque los refugios ya han llegado a su máxima capacidad. Repite la frase del alcalde neoyorkino Eric Adams, ¨ya no podemos hacer esto solos¨. Healey también ha pedido ayuda al presidente Biden, ¨necesitamos una asociación federal, fondos y una acción urgente para enfrentar este momento¨. De momento el gobierno central no ha contestado.