EE UU
Eric Adams, un gendarme para repensar Nueva York
Ex policía y ex senador, este afroamericano está llamado a dirigir la Gran Manzana tras el golpe letal de la covid-19
La cuadratura del círculo. Ese podría ser Eric Adams, flamante ganador de las primarias demócratas a la alcaldía de Nueva York y, previsiblemente, próximo alcalde de la ciudad. Adams, un afroamericano que fue policía y fue posteriormente ha sido senador en Albany y ha presidido el Consejo de Brooklyn, tiene el reto de intentar sustituir al actual alcalde, el carismático y polémico Bill de Blasio. De momento Adams ha sido capaz de sobreponerse en la competencia interna del partido a Andrew Yang, que venía de ser uno de los candidatos a las primarias a la presidencia de los Estados Unidos.
Yang suplió su inexperiencia política con un bolsillo profundo y una legión de seguidores en redes sociales. Otras rivales fueron dos veteranas de la administración municipal, Kathryn García y Maya Wiley. La primera era una de las grandes favoritas; la segunda contaba con el apoyo del ala izquierda y fue apoyada expresamente por Alexandria Ocasio-Cortez y Elizabeth Warren, los dos grandes nombres de la corriente más progresista en el partido.
Frente a todos sus rivales, algunos más innovadores, otros más radicales, o más aureolados de dones mediáticos, destacaba, robusta, la voz de un insider. Un Adams que hablaba por y para los votantes tradicionales del partido. Alguien capaz de conectar tanto con los negros como con los hispanos, los judíos y los católicos. Sobre todo, ante todo, un político que sintoniza y entiende los problemas, reclamaciones y anhelos de los votantes veteranos y de los sectores menos glamurosos. Eric Adams nunca será portavoz de las expresiones más vanguardistas de la sociedad, ni el representante de los millennials. Pero su currículo y su bagaje resultan muy atrayentes para millones de neoyorquinos preocupados, entre otras cuestiones acuciantes, con el aumento del crimen.
No en vano nació en Brownsville, Brooklyn, uno de los guetos más deprimidos de la ciudad, tradicional pasto de la miseria y el crimen. Sus orígenes humildes, de alguna forma, lo ennoblecen a ojos de todos esos neoyorquinos de clase trabajadora que miran con desconfianza a los demócratas de nuevo cuño, preocupados por el calentamiento global o los conflictos identitarios y a menudo indiferentes al patrullaje de las calles, excepto para denunciar el trabajo de la policía, o la recogida de la basura.
Su experiencia como uniformado, trabajó en el departamento de policía de Nueva York durante más de dos décadas, sedimentan unas brillantes credenciales desde el punto de vista de la seguridad. No hay en Adams una micra de discurso antipolicial. Nadie podrá acusarlo de buscar la contracción de los fondos dedicados a la seguridad en los barrios. Al mismo tiempo su infancia como niño pobre, y sus encuentros juveniles, no exactamente amables, con la propia policía, garantizarían la sensibilidad del que ha conocido las dos trincheras.
Su discurso, desprejuiciado y crítico, en algunos casos compatible con el de los activistas y en otros con el de los republicanos, está lejos de los resortes corporativos que tantas veces lastraron las posibilidades de renovación del cuerpo. Adams fue uno de los fundadores, a mediados de los noventa, de una asociación de policías de color que denunciaba el racismo y la violencia dentro de la propia policía. A su flamante carrera como agente hay que añadir, de 2006 a 2013, su experiencia como senador estatal.
Si gana en noviembre heredará una ciudad aterida. Que busca renacer tras el golpe letal del Covid-19 y su destrucción asociada. Los problemas se acumulan. Nadie sabe bien qué sucederá con los grandes núcleos de oficinas, ubicados en Midtown y el Downtown. Está por ver si sobrevivirá el modelo de los grandes rascacielos, llenos de trabajadores, así como la miríada de negocios secundarios en sus inmediaciones, restaurantes, cafeterías, papelerías, etc. Es posible que el teletrabajo acelere la transformación de muchos espacios urbanos en nuevas bolsas de gentrificación y lujo.
De paso han desaparecido miles de puestos de trabajo en el sector de la restauración y, sobre todo, en la industria del espectáculo, todavía grogui tras año y medio con la persiana echada. Poco a poco, lentamente, la ciudad despierta. Ahí está nada menos que Bruce Springsteen, noche tras noche, delante de 1.300 espectadores en Broadway, con el primer espectáculo que abre en la milla de oro de los teatros.
Ahí está, por supuesto, el macro concierto programado en Central Park para agosto, gran salva de despedida de Di Blasio, con el propio Springsteen, Patti Smith y Paul Simon entre la miríada de estrellas que acudirán al bautizo de una Nueva York que espera poner el contador a cero. Dos meses y medio después, el 2 de noviembre, tendrán lugar las elecciones. Salvo sorpresa superlativa, Adams será el hombre del regreso.
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