Elecciones en Pakistán
Pakistán pone a prueba su democracia
Las elecciones de hoy son un test para medir la firmeza de la transición frente al fundamentalismo. La violencia marca la campaña electoral, que ya se ha convertido en la más sangrienta de la historia del país
ISLAMABAD- En qué país se ha visto que los candidatos electorales tengan que viajar en vehículos blindados, protegiéndose detrás de pantallas de cristal antibalas en los mítines, o llevando chalecos antibalas debajo de su «salwar kameez», típica vestimenta paquistaní. Éstas son las imágenes de las elecciones en Pakistán. La violencia ha dejado la cifra de más de un centenar de muertos, entre aspirantes y simpatizantes, desde que comenzó la campaña el pasado 11 de abril.
El país celebra hoy elecciones para la transición hacia la democracia y los partidos laicos han sido objetivo de ataque de los talibanes, al considerar anti islámico el proceso político. También, en los últimos días se han intensificado los ataques contra partidos religiosos moderados, porque apoyan el proceso democrático.
Su campaña de terror ha trasformado estos comicios en un verdadero desafío para aquellos que quieren que triunfe la democracia. «Es una misión del Estado facilitar la seguridad necesaria para que cada partido y cada candidato puedan llevar a cabo su campaña electoral. Así no pueden celebrarse unas elecciones. Éstas no son unas elecciones libres, justas y limpias», denuncia a LA RAZÓN Ahmed Raza Khan Kasuri, abogado de Pervez Musharraf y número dos de su partido La Liga Musulmana de Todo Pakistán (APML). La popularidad del partido del ex presidente de Pakistán ha caído en picado, después de que el Tribunal Superior de Islamabad haya invalidado la candidatura de Musharraf de por vida. El ex general se encuentra bajo arresto domiciliario y tiene abiertas cuatro acusaciones penales, entre ellas su presunta implicación en el atentado contra la ex primera ministra Benazir Bhutto.
Kasuri defiende que «es la primera vez en la historia que un mandatario, al que tantas veces han llamado dictador, decide por su propia voluntad presentarse ante los tribunales», antes de agregar: «Con su presencia frente a la justicia él quiere demostrar que es un demócrata».
En la conservadora provincia de Khyber Pakhtunkhwa (conocida como KPk) los talibanes le han declarado la guerra abierta a los candidatos de la ex coalición de gobierno del Partido Nacional del Pueblo (ANP), de etnia pashtún, y al Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de Bhutto, la ex primera ministra asesinada.
«Nunca he visto algo así. Esta campaña electoral ha sido la más violenta y sangrienta de la historia de Pakistán», lamenta Asma Arbab Alamgir, candidata por el PPP a los escaños reservados para mujeres en la Asamblea Nacional.
En KPk, en Baluchistán, o en Karachi «los candidatos no han podido acercarse a los electores. Si ni siquiera se pueden realizar mítines, cómo podemos decir que éstas van a ser unas elecciones justas y limpias. Cómo podemos afirmar eso», insiste.
Sólo en la provincia de Punjab ha habido algo parecido a la normalidad a la actividad política durante la campaña, pero eso no ocurre en el resto de las provincias. «Los partidos políticos religiosos no han recibido ningún tipo de amenaza», denuncia la candidata prodemocrática. «Si ellos llegan al poder, significará un retroceso total para Pakistán. Las mujeres perderemos los derechos que hemos conseguido en estos cinco últimos años de gobierno civil», concluye. La batalla entre la democracia y el fundamentalismo ha ocupado gran parte de la campaña electoral.
Syed Aqil Shah, presidente de la ANP en Peshawar, conoce de primera mano lo que es vivir bajo una amenaza constante. El candidato a diputado nacional ha sobrevivido a dos intentos de asesinato. Mientras ocupaba el cargo de ministro provincial de Juventud y Deportes en la pasada legislatura fue víctima de un atentado fallido contra su vida y a principios de abril, salió ileso en un tiroteo frente a su hotel.
La vida de Aqil Shah corre peligro, por eso decidió encerrarse en una suite de hotel y no pisar la calle hasta que terminen las elecciones. «No tengo miedo. Mi partido siempre ha estado al frente en la lucha contra la insurgencia. Los talibanes nos odian porque fuimos nosotros (ANP) quienes presionamos al Gobierno para que diera luz verde al Ejército en las operaciones militares en el valle de Swat (abril de 2009)», desafía con contundencia el candidato laico a pocas horas de que se abran los colegios electorales.
Con Musharraf fuera de la escena política y los partidos seculares minados por los integristas, sólo quedan dos fuerzas políticas, ambas de línea conservadora, para disputarse las elecciones. Éstos son el partido del ex primer ministro Nawaz Sharif, la Liga Musulmana-N (LM-N), y el de la ex estrella de criquet Imran Khan, el Movimiento de la Justicia (PTI). Ninguna de estas dos formaciones está en el punto de mira de los talibanes, que se han convertido en los macabros invitados de la jornada electoral. En los últimos días han lanzado numerosas amenazas para boicotear las elecciones y contra quienes se «atrevan» a acudir a las urnas. Hoy es la prueba de fuego de la democracia paquistaní.
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