Elecciones
Polonia, lecciones de geografía
Las zonas industriales deciden hoy el futuro de la sexta economía de la UE. Según todas las encuestas, el partido ultraconservador Ley y Justicia repetirá victoria
Paweł Niemiec sale de la mina Staszic de Katowice, en la región de Silesia. La ciudad es el centro de la industria del carbón en Polonia. Ha pasado seis horas seguidas a 500 metros de profundidad sacando el carbón que abastecerá al país durante los largos meses de invierno. «Es mucho más barato calentar la casa con carbón», explica, «hasta un 50% más que la calefacción de gas». Pawel tiene 33 años, está casado y tiene dos hijas. «Solo quiero llevar una vida simple, tener un trabajo y poder mantener a mi familia», comenta mientras se limpia la cara de carbón con un pañuelo y acelera el paso para llegar a casa pronto.
A la salida de la mina y bajo una incesante lluvia, voluntarios de Ley y Justicia (PiS), el partido del Gobierno, reparten panfletos a los mineros. Les explican los puntos más sociales del programa electoral de la formación conservadora de Jaroslaw Kaczynski, y se aseguran de responder a todas las dudas de aquellos que se detienen para escucharles. La sexta economía de la UE celebra hoy elecciones parlamentarias.
En casa de Pawel, la señal de la televisión pública dedica el telediario al programa electoral del PiS y a las mejoras que se han logrado desde su victoria en 2015 en agricultura y minería. Un mes antes de las elecciones, el Gobierno aprobó un paquete de ayudas de 44 millones de zlotys (alrededor de diez millones de euros) destinados al aumento salarial de los mineros.
El PiS lleva meses haciendo campaña en la Polonia más rural prometiendo mejoras para el campo; más subvenciones para las granjas que no son capaces de competir a nivel internacional y de exportar; ayudas a las familias con hijos menores a su cargo y una amplia reducción de impuestos.
En la soledad del Olimpo que le dan las últimas encuestas (un 41-47% frente a un 26% del principal partido opositor), el PiS es el único partido de extrema derecha con un programa social-populista, que ha podido llevar a cabo gracias a la bonanza económica de los últimos años. La formación oficialista no deja de ganar adeptos en las zonas industriales. «Tengo tres hijos y las ayudas del Gobierno permiten que me quede en casa y pueda cuidar de ellos», comenta Silwia D. a la salida de un mercado local en Kielce, en el sureste del país. El Gobierno concede 500 zloty (115 euros) por cada niño a todas las familias sin hacer discriminación por nivel de renta. Las ayudas pueden no significar mucho para grandes ciudades como Varsovia, Lodz o Cracovia; pero a las afueras de Kielse, donde los alquileres rondan los 400 zloty (90 euros) al mes, son el sustento de muchas familias.
En pequeños núcleos urbanos como Kielce, Radom y Starachowice, donde hace 15 años la mayoría de sus ciudadanos se dedicaban a la agricultura y la metalurgia, el paisaje ha cambiado y ahora proliferan las fábricas de electrodomésticos y armas. La industria del cemento y la cerámica también da empleo a buena parte de sus habitantes.
Las personas que se han beneficiado de la globalización y del comercio viven en las grandes urbes. En el otro extremo están las zonas rurales, donde residen quienes se sienten abandonados por los drásticos cambios industriales acaecidos en el país durante los últimos 15 años. Esta brecha, la eterna división entre lo urbano y lo rural, se traduce en los resultados políticos. La dicotomía entre los ganadores y perdedores de la globalización no sólo abona los resultados parlamentarios de Polonia, sino que se repite en otros países europeos desde Francia a Hungría, donde la extrema derecha gana con su discurso fuera de las grandes ciudades.
Atrás quedó la ilusión de coaliciones políticas como Lewica (Izquierda). Sus voluntarios empapelaron ciudades como Varsovia y Cracovia con panfletos y haciendo pedagogía en las calles sobre la importancia del cambio climático. Este discurso, sin embargo, nunca llegó a las zonas rurales. Las formaciones opositoras se enfrascaron en una campaña electoral intensa allá donde ya tenían asegurada, según las encuestas, la representación sin atreverse a salir de su zona de confort electoral.
El partido de Kaczynski supo interpretar este escenario y se afanó durante meses en crear carreteras e inaugurar estadios de fútbol en lugar de hablar públicamente de asuntos como la dependencia polaca del carbón, tema que no le interesa a su elector promedio. Según varios estudios, alrededor del 80% de la energía del país depende de este material. Hasta 33 de las 50 ciudades más contaminadas de Europa se encuentran en Polonia, lo que supone alrededor de 45.000 muertes prematuras al año. Estos datos no han impedido que el presidente del país, Mateusz Morawiecki, inaugurara con orgullo la primera nueva mina de carbón desde 1994.
En la costa báltica, la ciudad de Gdansk, cuna del sindicato Solidaridad y símbolo de la caída del comunismo, concentró su economía hasta hace 20 años en la construcción naval. En la actualidad, su industria se centra en materias primas derivadas del mar: petróleo, fosfato y la actividad de refinamiento. Por otra parte, su ubicación costera permite el desarrollo de una fuerte industria alimentaria basada en la pesca.
Los votantes de las zonas industriales deciden hoy el futuro de Polonia. Solo quienes fueran capaces de llevar sus problemas al centro del discurso político y movilicen al votante, ganarán las elecciones en el país. Hoy, no hay ningún partido de la oposición que ofrezca a los ciudadanos una narrativa positiva sobre Polonia. Solo el PiS promete una Polonia hogareña, segura y próspera. La oposición juega con las emociones negativas, que resultan insuficientes para convencer a un electorado que no ve razón para cambiar el statu quo actual.
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