Opinión
Lo que puede pasar con Ucrania, Taiwán y la guerra comercial con China cuando Trump sea presidente
Un segundo mandato de Trump no implica que Ucrania pierda su soberanía o China invada Taiwán. La negociación evitará las consecuencias de las temidas guerras comerciales
Una vez analizadas las causas de la victoria de Trump y la derrota de Kamala Harris, conviene no caer en conclusiones precipitadas y facilonas de lo que se puede esperar de su segundo mandato. Primero vamos a tratar de aclarar algunas certezas sobre el electorado de Trump que se habían dado como dogmas de fe y que se han desmoronado en estas elecciones. La fuente que vamos a citar es el informe postelectoral de uno de los analistas políticos más respetados de los EEUU, Doug SOSNIK, que para mayor escarnio de nuestros gurús europeos es un conocido y declarado demócrata.
Cuando empezamos a escuchar a eso de las 22:00 hora de la costa este de EEUU que el entorno de Harris estaba quejándose del “arcaico sistema del colegio electoral”, y que era necesario centrarse en el voto popular, parecía claro que la bofetada que se iban a pegar era de proporciones cósmicas. Para colmo de males va Trump y les pega un revolcón en voto popular sacándole más de 5 millones de votos a su oponente, el mejor resultado de un republicano desde hace más de 20 años y en voto del colegio electoral (casi seguro ya 312 votos electorales) es el mejor de un candidato republicano desde 1988.
La famosa frase de Clinton “es la economía, estúpido” se les volvió en contra, casi el 70% de los estadounidenses considera que la situación económica es peor que hace cuatro años, eso conecta con el cierre de Reagan en el debate televisado con Jimmy Carter, cuando se dirige a la cámara y les habla a los americanos con esa fuerza que le daba su experiencia de actor: “Ustedes tienen que preguntarse hoy si están mejor o peor que hace cuatro años. Si la respuesta es que están peor solo tiene una solución, votarme a mí”. 73% de los americanos estaban disgustados o seriamente irritados por el rumbo en el que veían a su país, todos estos lectores votaron por Trump. Trump mejoró sus resultados en el 92% de los condados de los EEUU con respecto a las elecciones de 2020.
El 33% de la ya inexistente “Coalition of Colored People” de los demócratas votó por Trump, que, además, mejoró el apoyo entre votantes hispanos en un 25%, y ganó el voto de los hombres hispanos por una diferencia abismal de nada menos que 10 puntos. Otro dogma que ha estallado en mil pedazos es que a Trump le votaron los hombres sin educación Universitaria entre 45 y 64 años de edad (es verdad que también ganó en ese segmento) y sin embargo Trump mejoró su apoyo entre electores entre 18 y 29 años en más de 11 puntos. Desde luego a los que pontificaban los dogmas inmutables en artículos, tertulias y declaraciones, que Santa Lucía les conserve la vista, porque en análisis político no verían a un elefante si lo tuviesen delante. Por cierto eso es exactamente lo que ha ocurrido, pues el elefante es el símbolo del partido republicano.
Ya empezamos a ver por todas partes que los mismos gurús que pronosticaron la victoria de Kamala Harris, decir que la tercera guerra mundial es inminente o que Ucrania puede despedirse de la ayuda militar estadounidense y dar por perdidas el Donbás y Crimea. También se dice que Putin dejará de ser un paria internacional o que la guerra comercial y de aranceles es inevitable. Para rematar los augurios, se afirma que la OTAN está condenada y que Europa tiene que aprender a defenderse sola, que suena bastante parecido a lo que dice Trump, por cierto. Vayamos por partes:
Ucrania. Llevamos años viendo como el fervoroso apoyo a Ucrania iba languideciendo, no sólo entre republicanos MAGA-Trumpianos, también entre europeos. Sin olvidar el feroz e incomprensible pro putinismo de la extrema izquierda europea (especialmente la española) y de la extrema derecha europea (y un sector sociológico determinado de la extrema derecha española), una coincidencia más entre los extremos que viene a confirmar la manida frase de que los extremos se tocan.
Por mucha presión que le pongan a Ucrania para negociar la paz renunciando a territorios, lo que no va a ocurrir es que pierda su independencia y soberanía, a pesar de la debilidad de Europa, la firmeza de los países de este, especialmente los Bálticos y Polonia (con la excepción de Hungría y sectores prorrusos de Eslovaquia por ejemplo) no parece que la UE vaya a aceptar que la agresión e invasión a una nación soberana, la muerte de decenas de miles de ucranianos o la devastación económica del país, tenga recompensa y no la unánime y rotunda condena que merece. Ya hay quien ve a Putin rehabilitado y reintegrado en la comunidad internacional, esto se me antoja poco probable.
China. El escenario de la derrota de Ucrania llevaba en todos los escenarios geopolíticos y los mal llamados “juegos de guerra” a un ataque e invasión china de Taiwán. La victoria de Trump aleja el fantasma de esta guerra de imprevisibles consecuencias y que muy bien hubiese podido desencadenar la tercera guerra mundial.
OTAN y gastos de defensa. Esta es una de las obsesiones de Trump, pero en estos cuatro años mucho ha cambiado desde aquella cumbre de la OTAN en Bruselas en la que se inauguró la nueva sede de la Alianza Atlántica y en la que Trump soltó por primera vez que no defendería a quien no contribuyese a la defensa colectiva. Muchos países han hecho los deberes, los campeones son Polonia, Grecia, Lituania, Rumanía, Letonia o Eslovaquia. Alemania ha aumentado exponencialmente su presupuesto de defensa, muchos han seguido esta estela. Pero en la cola estamos España, Bélgico o Luxemburgo. El caso de España es especialmente sangrante, tenemos un presupuesto de defensa que equivale al coste de un portaaviones estadounidense de la clase Gerald Ford, por cierto, igual que el presupuesto de defensa de Marruecos, que tiene un PIB la décima parte que el de España. Pero hemos estado peor, en el gobierno del PP, cierto es que, en plena crisis financiera, era la mitad que el actual.
Petróleo y fracking. Desde que Kamala Harris se declaró al final de su campaña a favor del fracking y de la ampliación de la exploración petrolífera, no se puede decir que en este capítulo quepa esperar una revolución respecto a lo que hubiese hecho Kamala Harris.
Guerra arancelaria. La guerra arancelaria acabará negociándose y, esperemos mitigando sus consecuencias potencialmente funestas incluso para la economía estadounidense. Pero la obsesión de Trump de que los americanos compran demasiados coches europeos, en realidad lo que más compran son japoneses y coreanos y no pocos coches alemanes que circulan en las carreteras estadounidenses han sido fabricados en los EEUU.
Se impone la prudencia y esperar. Un presidente de los Estados Unidos no es un rey absolutista, si hay un país en el que los pesos y contrapesos de la democracia funcionan, es allí. Además, el sistema, el establishment, siempre tiene formas de suavizar los impulsos excesivos de los presidentes estadounidenses, de no pocos en el pasado. No solo de Donald J. Trump.
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