Opinión

Simple, claro, falso

Estamos antes situaciones muy complejas, que los europeos hemos delegado durante cuatro generaciones a un poder extranjero

European Commission President Ursula von der Leyen, left, speaks with Germany's Chancellor Olaf Scholz during a round table meeting at an EU summit in Brussels, Thursday, March 20, 2025. (AP Photo/Omar Havana)
Belgium EU SummitASSOCIATED PRESSAgencia AP

Una vez más la Unión Europea se acerca a un problema complejo y vital equivocando su enfoque, en este caso su seguridad más o menos separada de los Estados Unidos. El resultado puede volver a ser un planteamiento simplista e insostenible en el tiempo. Ya nos ha pasado con el cambio climático, cuando decidimos solo tener en cuenta las cuestiones medioambientales, además simplificadas en extremo, ignorando las realidades energéticas y económicas. El resultado es que hoy tenemos que ignorar o retrasar «sine die» nuestras propias normas, siendo incapaces de hacer al resto de los países tomar decisiones equivalentes.

En otro tema del mismo calado, la inmigración masiva, los gobiernos europeos han pasado de la total permisividad al confinamiento forzado en terceros países de los inmigrantes ilegales. Las necesidades laborales de sectores enteros, la importancia de atraer inmigración cualificada o formarla, son una y otra vez simplificadas en exceso. Desgraciadamente, a otras sociedades desarrolladas les sucede cosas parecidas, pero no a todos.

La guerra de Ucrania, junto con la doble actitud de la nueva administración norteamericana de aceptar una zona de influencia rusa en sus vecinos más próximos y poner en duda su disposición a mantener un paraguas protector militar sobre Europa, ha dado paso a un frenesí de cumbres políticas. El mensaje inequívoco que se plantea es la necesidad de aumentar el gasto europeo en Defensa, reclamado por los norteamericanos desde al menos George W. Bush, hace más de 20 años.

Para una UE con un stock de capital de entre 66 y 75 billones en 2023, llegar a 400.000 millones anuales de gasto militar es desde luego posible, lo que supondría 5 veces más que lo invertido por Rusia en tiempos de paz. Por suerte, la vieja distinción entre mantequilla y cañones es hoy mucho menos dramática, cuando los activos de doble uso forman cada vez más parte de la defensa, desde los drones a las instalaciones cibernéticas. Aquí no hay un problema insoluble y sí mucho negocio. Aunque todo gasto tiene límites financieros y, con los actuales niveles de deuda pública, ese momento no está lejano. Lo mismo les sucede a Estados Unidos y desde luego a Rusia.

Cuestión distinta es la dependencia tecnológica de Estados Unidos. Aquí la UE puede, y quizás debe, cerrar en todo caso su déficit tecnológico, como describía el «Informe Draghi» antes de la vuelta de Donald Trump. No hay que olvidar una realidad, el mercado europeo es esencial para las tecnológicas norteamericanas de todo tipo, sin que exista otro del mismo tamaño y profundidad, salvo China. La UE necesita movilizar sus recursos financieros privados, haciéndose más atractiva a la inversión de su propio ahorro, como Suecia ya está haciendo. Lo que indica que es posible hacerlo en Europa. Bienvenido Trump si es la causa que nos obliga a aumentar nuestra inversión privada, con 20 años de retraso.

Hay dos temas hasta ahora poco mencionados donde radican los verdaderos problemas para una defensa autónoma de Europa. Se mire como se mire el mayor riesgo de seguridad para la UE viene de Rusia, lo que no quiere decir que no puedan existir otros intereses hacia un país rico en materias primas. Rusia tiene el mayor número de cabezas nucleares, 6.000, algo determinante por sí solo en temas de defensa y seguridad. La UE solo tiene un miembro con armas nucleares, Francia, pero con menos del 10% que Rusia. Añadamos las del Reino Unido y seguimos con un número muy menguado.

Aquí llega el segundo tema de fondo. ¿Quién decide militarmente? Ahí radica el gran papel de la Alianza Atlántica. Europa aceptó que fuera el Presidente de Estados Unidos, la última instancia de seguridad, seguramente inevitable en 1945. Solo de Gaulle se negó a aceptar esa dependencia. Felipe González propuso no entrar en la estructura militar también en nuestro referéndum de la OTAN en 1985. Nunca lo cumplió y nadie lo ha reclamado desde entonces. Desde 1946, el mando militar supremo de la OTAN ha sido un general norteamericano en activo.

Durante todos estos años los militares europeos han trabajado conjuntamente y bien. Desde los años 1960, 25 barcos con armas nucleares norteamericanas y tripulaciones multinacionales han patrullado por el Atlántico. Ahora el Presidente francés, Emmanuel Macron, ha ofrecido su escasa cobertura nuclear a sus socios, sin precisar quién tomaría la última decisión, que conociendo a los franceses no es difícil de imaginar. ¿Pero estamos preparados para que un general francés decida la seguridad del flanco sur o del mar Báltico? O cualquier otro ejemplo con alemanes, daneses, suecos, griegos, españoles o italianos.

El Kremlin y el Pentágono conocen estas dos cuestiones con certeza. Los primeros esperando la ansiada desunión europea y los segundos que traguemos con todo. Ninguno de los dos le conviene una Europa con 2.000 o 3.000 cabezas nucleares, diseminadas por varios países, y puede que ante esa posibilidad sus posiciones cambien, ante la sorpresa de un UE realista y resolutiva. Es probablemente nuestra única baza con los dos. Las cosas a veces no tienen arreglo, pero sí solución, mala o peor. Es inútil pretender que todos puede ser claro y simple. Rusia y Estados Unidos creen que los europeos son incapaces de aceptar realidades difíciles, de ahí su menosprecio.

Estamos ante situaciones muy complejas, que los europeos hemos delegado durante cuarto generaciones a un poder extranjero, ahora cada vez más distante y extraño. La cuestión no es tanto si contamos con medios materiales como si tenemos voluntad de aceptar nuestra realidad de seguridad, empezando por las armas nucleares y un sistema efectivo de decisión militar.

Para ello, los cientos de parlamentarios y las decenas de políticos europeos no nos ayudan si todo es una vez más claro, simple y falso.

Rodrigo Rato fue vicepresidente del Gobierno y director gerente del FMI