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Timoshenko, aclamada en Maidan: «Los héroes nunca mueren»

La ex primera ministra Timoshenko, tras ser liberada, se desplazó a Kiev, desde donde se dirigió a los miembros del Euromaidan
La ex primera ministra Timoshenko, tras ser liberada, se desplazó a Kiev, desde donde se dirigió a los miembros del Euromaidanlarazon

El júbilo inundó las calles de Kiev con banderas, y al grito de «gloria a Ucrania» de miles de ciudadanos celebraron la toma de poder por parte de los opositores. A primera hora los principales edificios de la capital fueron ocupados.

El júbilo inundó las calles de Kiev con banderas, y al grito de «gloria a Ucrania» de miles de ciudadanos celebraron la toma de poder por parte de los opositores. A primera hora los principales edificios de la capital fueron ocupados. Tanto el palacio presidencial como la Rada Suprema y la sede del gobierno quedaron custodiados por las Fuerzas de Seguridad deMaidan. Todos se felicitaban por haber recuperado el poder. Con Yanukovich huido, la plaza de la Independencia, bastión de la revolución, celebró durante horas la salida del presidente. Celebración que alcanzó el clímax con aplausos y vítores cuando llegó Timoshenko que después de ser excarcelada. Ésta apareció en el escenario con gesto cansado y lágrimas en los ojos.

La liberación de Timoshenko, a pesar de ser una figura política que provoca grandes fobias y filias, fue acogida entre los manifestantes como una victoria más de su pulso al gobierno y, por lo tanto, un acercamiento a Europa. La ex primera ministra compareció en el estrado en una silla de ruedas: «No tenéis derecho a iros de la plaza hasta que haya un cambio real» en el país, proclamó entre aplausos. Cuando los francotiradores disparaban al corazón de nuestros chicos, esas balas dolían, (pero) si no hay procesamiento judicial a los culpables, entonces será una vergüenza», añadió Timoschenko. «La gente que ha estado en Maidan y ha muerto son héroes. Los héroes nunca mueren, siempre estarán con nosotros, serán nuestra inspiración», proclamó. «No seremos dignos de la memoria de esas personas que murieron, que nos abrieron el camino, si no castigamos a todos y cada uno de aquellos que les arrebataron la vida, que golpearon a los estudiantes y a nuestros pacíficos religiosos», señaló la política, notablemente desmejorada y que sentada en una silla de ruedas anunció su candidatura a las elecciones presidenciales. «La dictadura ha caído», aseveró tras su salida de prisión, donde según el presidente del parlamento interino, «su vida corría peligro».

Era el colofón a un «día de la victoria» en el que, con escudos y bates de béisbol las Fuerzas de Seguridad de Maidan rodearon los principales edificios de Kiev y hasta estos puntos clave se acercaban los ciudadanos para inmortalizar este momento histórico. «Queremos hacernos una foto delante de nuestro Palacio Presidencial, porque es nuestro», reclamaba Igor, un joven de 23 años. Según anunció el portavoz de los rebeldes, el asalto a las sedes gubernamentales sería pacífico y se velaría por la seguridad de todos los diputados encerrados en el Parlamento. Y así fue. Después de las votaciones, los diputados fueron escoltados a su salida ante una multitud que jaleaba el nombre de Timoshenko, cuando ya había sido anunciada su liberación. En la plaza de la Independencia, miles de ucranianos cantaban el himno nacional al unísono esperando la noticia de la destitución de su presidente. Y cuando ésta llegó, la multitud no pudo contener la alegría al escuchar en directo la votación del Parlamento. Después de tres meses de protestas Yanukovich era destituido. «Se ha hecho justicia», gritaban un grupo de jóvenes manifestantes radicales del Pravy Sektor. Caras de cansancio y de satisfacción entre los veteranos de Afganistán. «Ahora debe de pagar por todos los muertos, debe ir a la cárcel», repetían. Y la multitud volvió a enloquecer al conocer que los jefes de la Policía y servicios especiales se unían al pueblo. «Justicia», jaleaban los manifestantes. A pesar de la toma de poder el ya ex presidente ucraniano Viktor Yanukovich compareció en televisión para asegurar que no dimitía y acusó a los rebeldes de protagonizar un «golpe de Estado». Ya era tarde. A nadie en Maidan y alrededores le preocupó lo más mínimo lo que tenía que decir.