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Un malvado reconocible y una ONU obsoleta

Un malvado reconocible y una ONU obsoleta
Un malvado reconocible y una ONU obsoletalarazon

El ataque yanqui-británico-francés a Siria es posible que no haya sido muy cruento. Aunque los sirios, como anteriormente los iraquíes, no vacilan en colocar blancos estratégicos dentro de zonas pobladas para suscitar la repulsa airada de la opinión pública cuando hay daños colaterales, las autoridades de Damasco sabían que se iba a producir. Por otra parte, la precisión de los proyectiles modernos americanos, abundantemente cacareada por el Pentágono, es cierta y es posible que las bajas civiles, que las habrá habido, hayan sido reducidas.

No parece que el ataque, como argumentan hipócritamente los diplomáticos rusos, ha sido realizado contra un país soberano con el que no se está en guerra. Esto, al no contar con la autorización del Consejo de Seguridad, es contrario a la Carta de la ONU y, en consecuencia, para algunos, viola el derecho internacional.

Muy bonito sobre el papel para los puristas. ¿Pero qué ocurre cuando la sociedad internacional, la ONU, está paralizada por una u otra razón en momentos en que un gobierno comete una atrocidad patente y abyecta? ¿Y luego la repite? ¿ Miramos para otras partes o la sociedad internacional mayoritariamente cree que el derecho de injerencia para parar ese crimen debe existir?

En esta ocasión, y a pesar de las machadas verbales de Trump, hay un malvado reconocible y es el presidente ruso. Vladimir Putin es el «padrino» que protege al maleante Bachar al Asad que ha utilizado, algo reconocido por las instancias internacionales, las armas químicas en diversas ocasiones. Se le ha advertido, Barack Obama en una ocasión, la ONU en otras, que estaba cometiendo un delito punible. No ha hecho caso fundamentalmente porque cree que EE UU, esquilmado en Irak, no se iba a meter en otro avispero en el mundo árabe y porque, ingrediente capital, se sabe amparado por Putin que tiene allí su gran base militar en el Mediterráneo y está orgulloso de volver a jugar un papel trascendental en Oriente Medio. Subrayar su protagonismo internacional de gran potencia da réditos internos enormes al presidente ruso.

La responsabilidad de Putin reposa, en primer lugar, abstracción hecha de los sentimientos humanitarios de un líder en el siglo XXI, en que no frena a su aliado cuando repite su fechoría química. No le dice: «Para de hacer barbaridades porque quedamos en ridículo y me lo pones muy difícil para defenderte». En segundo lugar porque utiliza el freno inmenso que posee en Naciones Unidas, un freno que paraliza legalmente a la Organización y al mundo.

Y aquí nos encontramos con el segundo villano, la ONU, o más precisamente las potencias que la fundaron y más concretamente los grandes que parten el bacalao en el Consejo de Seguridad, el órgano que tiene el auténtico poder en la Organización. Cuando vemos las imágenes de la Asamblea General de la Onu con su podio impresionante de mármol verde en el que un señor, al que se escucha con tedio, discursea pensamos «qué organismo más importante, la gente se aburre pero allí, democráticamente, se discuten los problemas y, democráticamente, se encuentran soluciones». Pamplinas. En esa bonita sala se discuten y se aprueban, democráticamente, cuestiones que no implican obligatoriedad jurídica. Solo moral en caso de incumplimiento. El país infractor puede ir a su confesor y decir compungido: «Padre me acuso de que he violado la resolución 2038». No pasa nada, no hay sanción.

Lo obligatorio, lo punible incluso a veces militarmente, se discute en otra sala más pequeña, la del Consejo de Seguridad donde los cinco grandes, Rusia, EE UU, Reino Unido, Francia y China, están siempre sentados en ella y tienen derecho de pernada. Ese derecho es que si cualquiera de ellos no quiere que prospere una resolución pone cara de póker y, sin explicar nada si no lo desea, impide que se apruebe. Sin más. Con un par, los suyos, claro. En alguna ocasión está solo, solito frente al noventa por cien de los países, pero se carga lo que desea la comunidad internacional porque le sale de dentro. Es lo que ha ocurrido en Siria; el Kremlin ha vetado 12 resoluciones, apoyado en seis por China, que podrían haber doblegado de una u otra forma a Asad.

Por lo tanto, la ONU no ha podido actuar por la voluntad omnipotente de un país y es una ingenuidad o una hipocresía decir que no apoyo el bombardeo de Siria porque la ONU no la ha aprobado. Es un argumento para un jurista purista enamorado de la ONU, y con orejeras, o para un niño. La ONU puede ser paralizada por un solo país y esto, a veces, puede ser nefasto. Lo estamos viendo, ¿cuántos muertos van en Siria aunque, como no se puede culpar a EE UU, no nos «ponga» el echarnos a la calla con una pancarta?

La ONU, pues, es un organismo obsoleto –lo dominan los que ganaron una guerra hace 73 años– elitista, incongruente, ¿por qué Alemania no está entre los grandes y Francia lo está?, y paradójico. En el caso de Siria, quizás paradójico, ni come ni deja comer. Habría que mantenerla pero reformarla. No hay, sin embargo, agallas de conminar a los grandes.

Rusia es la señalada con el dedo esta vez; en otras podríamos apuntar a EE UU, veto a excesos israelíes, a Francia, actitud en el caso de Ruanda, a China etc. Los dos grandes son los más «vetófilos» pero todos han pecado. No tengo dudas de que Trump, como ocurrió con Clinton en la era Levinski, ha actuado no solo por razones humanitarias. Ha querido también mostrar a Putin que no es el nuevo rey del mambo en Oriente Medio y distraer la atención porque el fiscal especial estadounidense avanza en su investigación sobre las actividades de Trump y sus cuates. Pero, aunque la acción militar beneficie a Trump, los hechos son tercos. La diplomacia ha fallado por, entre otras cosas, el egoísmo de una potencia y por el poder total que tienen, las cinco en la ONU, y el hampón de Asad volvía a escapar ileso después de realizar una fechoría infecta. ¿Podía quedar impune aunque el castigo se lo imponga el bocazas del flequillo apoyado por May y Macron?