Italia

Miedo y muerte en la zona cero del terremoto

Los vecinos de Amatrice huyen ante las continuas réplicas. Los equipos de rescate luchan contrarreloj por encontrar supervivientes

La fotografía de esta monja herida en la frente, sor Mariana, una albanesa de 32 años, ha dado la vuelta al mundo
La fotografía de esta monja herida en la frente, sor Mariana, una albanesa de 32 años, ha dado la vuelta al mundolarazon

El nuevo seísmo causó el derrumbe de la fachada de un edificio situado junto al parque de Amatrice, donde hay un alojamiento temporal para voluntarios que trabajan en tareas de rescate.

Al día siguiente del terremoto que hirió fatalmente el centro de Italia, los ánimos en Amatrice, la «zona cero», son confusos, van del silencio absoluto de quienes aún están en estado de «shock», a las lágrimas de los que lloran a sus seres queridos o la rabia por haber perdido todo en los primeros 60 segundos de terror de la madrugada del 24 de agosto. Aquí han muerto al menos 193 personas de las 250 víctimas mortales reconocidas por las autoridades del país hasta ayer. Otras 46 perecieron bajo los escombros en Arquata del Tronto y once más en Accumoli, otras dos poblaciones devastadas por la sacudida.

Considerada una de las «joyas menores» italianas, Amatrice es un pueblo que hasta hace pocas horas era un pequeño paraíso, con sus antiguas casas de piedra bordeando callejuelas tranquilas en un marco de montañas espectaculares, pero se ha convertido en un montón de escombros y más de la mitad «ya no está», dijo el alcalde, Sergio Peruzzi, tras el seísmo. Habitualmente con pocos habitantes y en su mayoría ancianos, porque los jóvenes migraron hacia las ciudades para trabajar, Amatrice duplicaba estos días su población, cuando decenas de nietos e hijos llegan a visitar a los abuelos. Así, a las escenas trágicas de destrucción se suma la enorme amargura al contar a los niños entre las víctimas fatales. Se puede llegar solamente en automóvil. A unos seis kilómetros de la localidad, la Policía indica un lugar para aparcar y se sube a pie, a no ser que cuentes con la suerte de un pasaje de algún vehículo de los numerosos grupos de voluntarios que operan en la zona. Resulta difícil encontrar lugareños, sólo una muchedumbre de periodistas de todas las nacionalidades que, muchas veces, irritan a los que sufren. «Hay más periodistas que bomberos, vámonos de aquí», decía un grupo de jóvenes que no quería el contacto con la Prensa.

Pero no todos escapan, hay quienes necesitan desahogar sus penas, como es el caso de varias madres sentadas enfrente de lo que queda de la escuela de sus hijos, la Romolo Capranica, que se jactaba de ser «antisísmica» y hoy resulta una burla, escombros, paredes en las que aún se pueden ver los corchos con los dibujos de los niños y una campana tirada en el suelo, como símbolo de la crueldad de la naturaleza y la insensatez del hombre. Mirando absorta está Angélica, una pequeña de nueve años. «Estoy triste», es todo lo que pudo contestar al preguntarle cómo se encontraba. Su madre, sin poder contener el llanto, comentaba el horror de pensar que habría podido pasar si el terremoto hubiese ocurrido en periodo escolar. «Piense usted qué angustia, nosotros vivimos a varios kilómetros y, aunque se sintió, no sufrimos mayores daños, pero hoy vinimos a preguntar por la suerte de los compañeros. Algunos se han salvado, pero otros ya no están o, peor aún, siguen bajo los escombros... Es muy difícil para los niños entender y digerir este dolor», reconoce desolada.

Los movimientos sísmicos se siguen sintiendo. El Instituto Italiano de Geofísica y Vulcanología ha informado de que ya son más de 640 los temblores tras el gran terremoto. Por lo general son lo suficientemente débiles como para no percibirlos e ir acostumbrándose, pero el de las 14:36 de ayer fue de 4,3 grados en la escala de Richter y no dejó indiferente a nadie, produjo nuevas caídas de trozos de cornisas, ladrillos y tejas en el centro de Amatrice y la decisión de los responsables de Protección Civil de cerrar definitivamente la pequeña ciudad. «De aquí no puede pasar nadie, lo siento, pero es por su bien, es muy peligroso», dice amablemente un policía.

Walter Galli fue uno de los pocos afortunados de la ciudad. «Fue horroroso, no era la primera vez que sentía un terremoto, ésta es una zona sísmica, pero nunca nada tan terrible como éste», dijo. «Estaba viendo la tele y sentí un ruido espantoso, una especie de taladro fortísimo y muy rápido, la casa bailaba, todo los objetos se caían, se abrían las puertas de los armarios y todo salía, era una locura, se fue la luz, esos segundos no terminaban nunca, por primera vez en mi vida sentí realmente lo que es el miedo, con la luz del teléfono móvil alcancé llegar a la habitación donde estaba mi esposa y, tropezando con todo, logramos salir. La casa es fuerte y no tiene mayores daños, pero es terrible la destrucción que vimos al salir y, lo peor de todo, ir enterándose de los vecinos y amigos que han muerto». Mientras contaba su experiencia, se acercó corriendo un joven sonriente. «Me acabo de enterar de que Silvio se salvó», informó feliz. «Ve usted, me dijo, unos se salvan, otros mueren, otros no se sabe... Es una triste lotería, pero lo más doloroso son los niños». De vez en cuando, las conversaciones se interrumpen para dar paso a ambulancias que abandonan Amatrice. «Tenga en cuenta que cada ambulancia que pasa en silencio lleva una persona muerta», dice un voluntario. Ayer no fue rescatada aquí ninguna persona con vida.

Sin embargo, la esperanza es la última en morir. Los trabajos de rescate no cesan, ni siquiera de noche, con las manos y también con sofisticados aparatos de captación de sonidos y la ayuda de perros se buscan supervivientes. Un ejército de más de 5.400 miembros de las Fuerzas de Seguridad, Bomberos y Protección Civil, más miles de voluntarios, trabajan contrarreloj en las localidades más afectadas: Amatrice y Accumoli, en la provincia de Rieti, y Arquata del Tronto y Pescara del Tronto, en la de Ascoli. Ayer consiguieron rescatar a 215 personas con vida entre los escombros. Hay instalados ya campamentos para 4.000 afectados, pero muchos prefieren huir de la zona.

Cara y cruz de la tragedia

Salvada por su hermana mayor

A las 3:36 de la mañana, la casa se derrumbó y Giulia, de 9 años, y su hermana Giorgia, de 4 años, quedaron atrapadas en su hogar de la devastada localidad de Pescara del Tronto. El jueves, tras 17 largas horas de rescate, se halló a Giorgia con vida. Giulia murió salvando a su hermana pequeña: «Se puso encima de ella. Es la única razón por la que Giorgia está viva. Nos han dicho que no tiene ni una herida y ésa es la única explicación al respecto», contó entre lágrimas y visiblemente afectada Angela Cafini, la abuela de las pequeñas. Cafini, rota por el dolor y la agridulce noticia, tuvo que ser atendida por los servicios de Emergencias italianos desplegados en el arrasado pueblo.

La pequeña Marisol

Marisol Piermarini, de 18 meses, y sus padres, estaban de vacaciones en su casa de Arquata del Tronto cuando quedaron sepultados bajo los escombros. El abuelo entró a salvarlos, pero Marisol falleció. Su madre, Martina, superviviente del seísmo de L’Aquila, había cambiado de hogar tras la terrible experiencia en busca de una más segura.

El héroe «salvador»

La fotografía de esta monja herida en la frente, sor Mariana, una albanesa de 32 años, ha dado la vuelta al mundo. Ayer, la religiosa contó al diario «La Repubblica» su experiencia y que un joven vecino de Amatrice arriesgó su vida para salvarla: «Ha hecho un gesto heroico y el Señor se lo recompensará».