Proclamación de Felipe VI
Un Rey en la globalización
Ahora que España tiene nuevo Rey será bueno recordar que en 1494, sus antepasados, los Reyes Católicos, promovieron, con Portugal, en Tordesillas, el célebre Tratado de ese nombre para el reparto del globo entre lo que hoy son los dos países ibéricos. Así se inició la globalización mundial (valga la aparente redundancia), que era consecuencia de los descubrimientos más allá del océano Índico y a través del hasta entonces ignoto océano Atlántico. Hoy la globalización es casi total, pues abarca todas las esferas imaginables. Empezando por la política, con un foro común que son Naciones Unidas; y una larga serie de organismos de todo tipo para las diversas áreas de actividad: monetaria (FMI), comercial (OMC), solidaridad migratoria (Acnur), protección de la infancia (Unicef), de la salud (OMS), medio ambiente (Pnuma), etc. Pudiendo decirse que los intercambios mundiales en todos esos espacios han crecido de forma extraordinaria en las últimas dos décadas; merced a la erosión o supresión definitiva de las antiguas barreras y a los intercambios más diferentes. Todo lo anterior significa que los 193 países del mundo viven actualmente en una clara situación de interdependencia, cualquiera que sea su nivel de desarrollo. Y en ese sentido, cabe subrayar la existencia de tres categorías de naciones en la hora presente: ricas, emergentes, y en vías de desarrollo. Tres grupos, que en algún anterior ensayo he considerado como placas tectónicas, cada una con su propia dinámica. Pudiendo decirse que los países más ricos son los que todavía se resienten de la crisis económica que se inició en 2007. En tanto que los emergentes siguieron creciendo durante la fase de declive del ciclo; prestando además apoyo a los en vías de desarrollo, merced al comercio Sur-Sur. Todo lo cual no es óbice para apreciar la interdependencia de esas tres placas, de modo que si una languidece, las otras dos acabarán resintiéndose. Y si no hay una mínima solidaridad, también se harán efectivas secuelas muy negativas.
Ése es el mundo en que nos movemos hoy, con la ayuda de las nuevas tecnologías, y fundamentalmente las TIC. Que permiten un comercio y demás transacciones a la más alta velocidad. El «just in time», es un símbolo de esa rapidez que hoy caracteriza cualquier clase de negocios. Lo que se ve facilitado, también, por la creciente uniformidad de las reglas de todo tipo, según estamos viendo en el comercio con la OMC, en los mecanismos financieros (FMI), o en Basilea-III para los servicios bancarios, etc. En el nuevo escenario, los países pueden progresar en mayor o menor rapidez, según se adapten a la globalización. Lo cual exige una política innovadora permanente, basada en modelos de educación avanzados y en la gestión de empresas de máxima competitividad dentro de esquemas de economía sostenible.
Ese conjunto de factores es preciso coordinarlos y armonizarlos. Función que corresponde, sobre todo, a las administraciones públicas. Y, en definitiva, al Gobierno de cada nación. Y en nuestro caso, será preciso reconocer que el Estado español y su gobierno, no son ejemplos, que pueda decirse, de ese espíritu de creatividad para un ajuste continuo al cambio en las relaciones internacionales y en los niveles tecnológicos. Se dice que en Inglaterra «la Reina no gobierna, reina». En cambio, de Juan Carlos se ha dicho frecuentemente que «el Rey no gobierna, pero reina». Lo cual significa que la figura del Jefe del Estado en una Monarquía parlamentaria que nació en 1978, tiene, por su origen democratizador, una importancia que va más allá de lo formalmente establecido en la Constitución y las leyes. En otras palabras, el que ha sido Rey constitucional de los españoles entre 1978 y 2014 ha disfrutado de un status muy por encima de sus colegas de la Europa transpirenaica. Al respecto, está por ver si Felipe VI tendrá también esa capacidad ampliada, más allá de las estrictas prescripciones constitucionales. En el sentido de que a la moderación institucional, la jefatura de las Fuerzas Armadas y el carácter de símbolo de toda la nación española agregue un plus de funciones innovadoras y de racionalización del funcionamiento del Estado. Algo que no cabe referir sólo a España, pues como ha planteado el ex presidente de Uruguay, Sanguinetti, Juan Carlos ha sido un auténtico Rey de Iberoamérica, y Felipe VI no tendría por qué dejar de serlo. Personalmente, Juan Carlos I ha sabido transferir a quien ya es Felipe VI esas facetas de «no gobernar, pero reinar», sin que tal idea sea una invitación a extralimitaciones constitucionales. Y en ese sentido, estimo que en el mundo globalizado en que vivimos, el nuevo monarca va a seguir teniendo un plus respecto de sus pares europeos. En la dirección de ser el rey más global de todos, no sólo por el área de conexión histórica con Iberoamérica (incluyendo, pues, en buena medida a los países lusoparlantes), sino también porque Don Felipe tiene un nivel de preparación que le permitirá apreciar muchos aspectos de la realidad de su entorno. Y meramente sugiriendo podrá conseguir muchas cosas que un monarca excesivamente solemnizado y nada operativo.
Los estudios del nuevo Rey en Europa, Canadá, EE UU, sus largos viajes, y la diversidad de sus conocimientos desde el área militar a lo económico, lo jurídico y lo cultural, hacen del todavía joven monarca una figura única. Si bien es cierto que para ese papel de gran relevancia en las relaciones internacionales, necesita de un Gobierno que tenga más ambiciones que el actual, y más capacidad para entender los potenciales de España de lo que hoy podemos apreciar en políticas tantas veces mediocres. Para terminar: no vamos a decir aquí, en la tónica hagiográfica de estos días, que Felipe VI vaya a ser el rey global. Pero tal vez va a funcionar como lo más cercano a esa posible configuración.
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