Estados Unidos
Blanco y evangélico, el votante del republicano
Trump conserva los estados donde ganó el republicano Romney en 2012, recuperar alguno republicano en que Obama obtuvo la victoria y sumar estados tradicionalmente demócratas
Trump ha conseguido conservar los estados donde ganó el republicano Romney en 2012, recuperar alguno republicano en que Obama obtuvo la victoria y sumar estados que, tradicionalmente, son demócratas.
► Editorial: Con Trump, Estados Unidos se asoma al precipicio populista ► Análisis de John D. Wilkerson; Scott Lucas; Richard Gioioso; Inocencio Arias; Manuel Comay Rafael Calduch
► Obama promete una transición pacífica pese a sus diferencias ► Análisis de César Vidal: «¿Todo el poder en sus manos?» y Paco Reyero: «Yo soy la verdad»
A pesar de la sorpresa en la que aún están sumidos los medios de comunicación y los círculos políticos, tal y como anunciamos desde estas páginas, el triunfo de Donald Trump se ha convertido en realidad. No sólo eso. Trump ha conseguido conservar los estados donde ganó el republicano Romney en 2012, recuperar alguno republicano en que Obama obtuvo la victoria y sumar estados que, tradicionalmente, son demócratas. La razón fundamental –con todos los matices y ramificaciones que se desee– es que el votante se ha sentido antes ciudadano norteamericano que miembro de un partido político. De los 318 millones de habitantes de Estados Unidos, un 72% siguen siendo blancos o, como se dice convencionalmente, anglos.
Los varones votaron en masa a Trump por razones como el deseo de una bajada de impuestos –muy inferiores a los que se pagan en España–, por la manera en que la crisis y la deslocalización los ha golpeado y, sobre todo, por la sensación de que buena parte del «establishment» y de los inmigrantes les están robando su país.
En un Ohio o en un Wisconsin que saben lo que es perder el puesto de trabajo de toda la vida, el voto no podía ir a una globalista como Hillary que abogaba por las fronteras abiertas o los tratados de libre comercio. De la misma manera, en Texas o Florida existe una resistencia creciente a que pueda ser gente venida de fuera –casi el 20% de los mexicanos vive en Estados Unidos– la que marque las pautas de vida. Lo mismo puede decirse del rechazo hacia el «lobby gay» o abortista, ambos muy favorecidos por Hillary. Ese voto anglo ni siquiera ha hecho excepciones por razón de sexo. La actriz Susan Sarandon decía hace unos días que ella no votaba con la vagina –literalmente– y que por eso no votaría a Hillary. Ha sido el caso de las mujeres blancas en no escasa proporción. El 53% de las mujeres blancas ha apoyado a Trump. Para ellas, el desempleo del esposo, el futuro de los hijos y su papel en la familia ha sido mucho más relevante que la anécdota de que el presidente fuera presidenta.
El Partido Demócrata sacó en masa a votar a los hispanos y así logró pintar por minutos los mapas de Florida y Texas de color azul. No llegó, sin embargo, a más. Trump subió el respaldo de los hispanos hasta el 29%, dos puntos más que el cosechado por los republicanos en 2012. El respaldo de este segmento a Clintón pasó del 71% al 65%. Para muchos de los hispanos –inmigrantes integrados y con empresas pequeñas y medias– Trump era el mejor candidato. Por otra parte, el Gobierno de Obama, a pesar de la demagogia de Hillary, ha sido el que ha deportado a más inmigrantes ilegales en la historia de Estados Unidos. Mexicanos y puertorriqueños apoyaron, sí, de manera aplastante a la demócrata, pero cubanos históricos, venezolanos exiliados y, en general, los partidarios de la libre empresa votaron a Trump.
El 12,6% que representan los negros también votó mayoritariamente por Hillary y, efímeramente, pintó de azul demócrata estados como Mississippi o Carolina del Norte. Sin embargo, al fin y a la postre no pudieron neutralizar el efecto del respaldo recibido por Trump en estados como Georgia, Alabama o Carolina del Sur donde su proporción es considerablemente mayor. Incluso cabe pensar si en Pensilvania –un bastión demócrata conquistado por Trump– no pocos negros otorgaron su voto al republicano. Por si lo anterior fuera poco, como señaló hace unos días Julian Assange, Trump recibió el respaldo del voto evangélico –que llevó a la presidencia a Carter, Reagan y Bush– entusiasmado con sus propuestas de defensa de la vida, bajada de impuestos e independencia judicial. Un 58% de los protestantes y un 52% de los católicos han preferido al republicano. La presencia de un católico como Kaine en el ticket demócrata fue totalmente ineficaz para neutralizar esa influencia, entre otras razones porque muchos correligionarios también son pro vida. A todos ellos, además, se ha sumado el americano medio de cualquier raza o religión que desconfía del poder.
Hillary Clinton estaba tan respaldada por los sectores más diversos del «establishment» que sólo cabía, por prudencia democrática, votar contra ella. Se repetía así un fenómeno muy similar al de la denominada mayoría silenciosa que llevó al poder a Nixon en su primer mandato. Los ciudadanos, hartos de la dictadura de lo políticamente correcto, hablaron y demostraron que eran más que las minorías agresivas que llevan imponiendo sus criterios desde hace décadas.
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