Internacional

De China a Siria: las contradicciones de su política exterior

El magnate deberá aprender a respetar los compromisos internacionales, aunque suponga traicionar sus radicales promesas electorales.

Un grupo de chinos se fotografía con las imágenes de Clinton y Trump, durante la noche electoral en la Embajada de EE UU en Pekín
Un grupo de chinos se fotografía con las imágenes de Clinton y Trump, durante la noche electoral en la Embajada de EE UU en Pekínlarazon

La primera reacción a la elección del republicano Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha sido una caída de los mercados bursátiles, movidos por la lógica incertidumbre que genera entre los inversores el futuro inmediato de la economía y la política exterior de la superpotencia. No obstante, durante los próximos dos meses que restan hasta su toma de posesión, los ciudadanos norteamericanos y los del resto del mundo tendremos ocasión de conocer los auténticos ejes de acción del nuevo mandatario, lejos de los excesos mediáticos que como candidato ha protagonizado durante la campaña electoral.

El futuro presidente Trump contará además con el apoyo y el control de un Congreso dominado mayoritariamente por el Partido Republicano, lo que le facilitará sus decisiones, pero también pondrá coto a posibles excentricidades o decisiones erráticas. La perspectiva histórica demuestra la apreciable estabilidad en la política exterior norteamericana incluso cuando se producen cambios sustantivos, como ocurrió con el fin de la bipolaridad, ya que el proceso de adaptación trasciende el mandato de una sola Administración.

Por tanto, puede resultar interesante realizar una comparación entre las promesas que en materia de relaciones exteriores y defensa lanzó el candidato Donald durante la campaña y los compromisos internacionales que el futuro presidente Trump tendrá que asumir y gestionar durante su mandato.

En materia de defensa, el candidato prometió un importante rearme militar, con el consiguiente incremento del presupuesto, como demostración inequívoca de la voluntad de Estados Unidos de garantizar la seguridad nacional y seguir siendo la primera potencia del mundo. Sin duda esta propuesta satisface las expectativas del complejo militar-industrial, al que se refirió el presidente Eisenhower, pero se compadece mal con la consolidación de la economía productiva, la reducción de impuestos a las clases medias y la creación masiva de puestos de trabajo.

Análogamente, este rearme militar, incluido el sistema de defensa antimisiles, acompañado de una decidida política intervencionista en Oriente Medio, que incluye la promesa de acabar con el Estado Islámico y desplegar tropas en Irak y Siria, constituirán serios obstáculos para cualquier entendimiento con Moscú, sean cuales sean las admiraciones personales entre los presidentes Trump y Putin.

En cambio, parece seguro que el compromiso norteamericano con la OTAN quedará relegado en la agenda de defensa de la Casa Blanca, algo que no es nuevo porque ya se venía apreciando desde la Presidencia de Bush Jr. y que obligará a la Unión Europea a impulsar la Política Común de Seguridad y Defensa a partir del eje París-Berlín, una vez los permanentes obstáculos generados por Reino Unido hayan desaparecido con el Brexit.

Desde el punto de vista diplomático y económico, el área de Asia-Pacífico tendrá la máxima prioridad en la agenda presidencial. Ello significa que las insultantes críticas lanzadas contra China durante la campaña deberán atemperarse para buscar un entendimiento con las autoridades de Pekín si el presidente Trump quiere tener alguna capacidad de gestión en la creciente tensión con Corea del Norte y en el inestable conflicto marítimo en el Mar de China.

Desencadenar una guerra comercial o provocar una escalada militar en la región, lejos de amedrentar a los dirigentes chinos, les reafirmaría en su agresiva expansión económica y su estrategia militar defensiva, sin por ello reforzar las alianzas americanas con Japón, Corea del Sur, India y Australia y, desde luego, sin beneficiar el crecimiento económico de EE UU.

Al igual que ya ocurrió con la Administración Obama, las relaciones con América Latina permanecerán en un perfil político y diplomático bajo. Ello se deberá a la negativa percepción que tanto el candidato Donald como el presidente Trump tienen de esta región a la que consideran una fuente de migración ilegal, narcotráfico, corrupción y competencia comercial desleal. Es difícil que la región latinoamericana reaccione ante Washington dado que está inmersa en un proceso de cambio político y económico que, de momento, sólo ha contribuido a aumentar su fragmentación y división.

En cambio, la propuesta de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no es nueva. México lleva reclamándola desde hace años y es más que dudoso que el Congreso autorice una retirada unilateral de Estados Unidos habida cuenta de la importancia que para determinados sectores de la industria norteamericana poseen los mercados mexicano y canadiense.

Otro tanto cabría considerar respecto de las relaciones entre Estados Unidos y Europa, incluida la UE. Mientras el candidato Donald apoyaba la decisión del Brexit y atacaba a las instituciones de Bruselas por considerarlas contrarias a los intereses económicos de Estados Unidos, el presidente Trump tendrá que gestionar la realidad de un intercambio comercial con la UE que en 2015 alcanzó los 620.000 millones de euros y decidir si impulsa esta dinámica con el Tratado de Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones o la ignora a costa de la riqueza de su país.

Todo ello sin contar que las potencias europeas constituyen aliados diplomáticos y estratégicos insustituibles para la gestión de la seguridad y el liderazgo norteamericano en el mundo y también en la lucha contra el terrorismo yihadista y la criminalidad organizada.

Como todos sus antecesores, el presidente Trump tendrá que aprender a respetar los compromisos internacionales a pesar de que ello suponga traicionar sus exaltadas y radicales promesas electorales. Una contradicción de la que tendrá que rendir cuentas dentro de cuatro años.