Guerra

Vivir bajo drones rusos: sin paz duradera a la vista

El uso de esta tecnología asequible y efectiva se ha generalizado en la guerra de Ucrania. Con un peso de 40 kilos y con pequeñas bombas, son devastadores

April 12, 2025, Kyiv, Kyiv City, Ukraine: Smoke rising after Russian drone attack with Shahed drones on Ukraine's capital Kyiv. Europa Press/Contacto/Andreas Stroh 12/04/2025 ONLY FOR USE IN SPAIN
Ucrania.- Al menos ocho heridos por un ataque ruso sobre infraestructura civil en OdesaCONTACTO vía Europa PressEuropa Press

El hijo menor de Katerina Gromik tiene solo dos años, pero ya sabe qué hacer al escuchar explosiones o el zumbido de un dron enemigo. «Nos grita: ¡Mamá, abajo! ¡Masha, abajo! Sabe que debemos correr al sótano y escondernos rápido allí», relata Katerina, una emprendedora de 39 años y madre de tres pequeños, a LA RAZÓN desde Járkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania, a apenas 40 kilómetros de la frontera rusa.

Como tantas ciudades ucranianas, Járkiv enfrenta casi cada noche ataques de drones rusos, en su mayoría tipo «Shahed» de diseño iraní, ahora fabricados en Rusia. Hace más de un mes, Washington propuso una tregua completa a Kiev y Moscú; Ucrania accedió, pero Rusia respondió redoblando su ofensiva: en el último mes lanzó un récord de 4.196 drones –según la Fuerza Aérea ucraniana–, cada uno con más de 40 kilos de explosivos y, a menudo, pequeñas bombas que se esparcen al detonar, ampliando la devastación.

Rusia asegura que ataca solo objetivos militares, pero Katerina, como otros ucranianos, lo refuta: «Quieren aterrorizarnos y quebrar nuestro ánimo. Los drones caen en casas, centros comerciales, oficinas, por todas partes». La tensión constante agota. «Llegas del trabajo, preparas la cena, juegas con los niños, y justo cuando ya es hora de acostarse, empieza el infierno», confiesa.

Ella y su familia siguen alertas en redes sociales de las defensas antiaéreas locales. Si un dron se aproxima a su hogar, se reúnen en una esquina sin ventanas en la planta baja. Al oír su fuerte zumbido o los disparos de defensas aéreas, bajan al sótano, guiados por el pequeño. «Ayer corrimos allí en medio de la noche, a las 2 de la mañana. Nos sentamos en el sótano durante horas», explica.

El miedo es implacable. «Todo ocurre sobre nuestras cabezas. Rezo en silencio: que no nos alcance, que no nos alcance…», dice días después de que un dron matara a una familia –una pareja y su hijo de 12 años– sepultados bajo los escombros de su casa.

Aún así, Katerina resiste: «¡Rusia no nos desmoralizará!». Dice que cada mañana renace, con el corazón dividido entre el alivio y el dolor. Señala que la guerra ha avivado su amor por Járkiv: «Nunca quisimos tanto nuestra tierra. ¡Cuánta gente pasea ahora por el centro, por nuestros parques hermosos!».

Llena de pensamientos y emociones contradictorias, agrega: «Aún así duele mucho ver cómo la ciudad se vuelve menos vibrante y más pobre mientras la amenaza constante obliga a negocios y personas a irse».

El terror se extiende a Kiev, Odesa, Dnipró y Sumi, donde decenas han resultado heridos o muertos en los últimos ataques rusos. Daria Bakun, una pintora de 24 años de Dnipró, lo vive cuidando a su padre anciano, en su apartamento del segundo piso. «Cuando suenan las sirenas y sabemos que el peligro es alto, vamos al vestíbulo del edificio. Él a veces no comprende el peligro ni puede moverse rápido», explica.

Tras los últimos ataques rusos, la sala se llena rápidamente de residentes preocupados, que se quedan de pie o sentados en sillas que traen consigo. Simplemente no hay suficientes refugios antiaéreos y acudir allí no suele ser práctico ni seguro, explica Daria.

Con 10 o 20 drones sobrevolando en minutos, lo describe como ser forzado a jugar a la ruleta rusa: «No sabes qué pasará. Solo aguardas, oyendo su zumbido cambiar antes de estallar tan cerca».

«Incapaz de romper nuestras defensas en el frente, Rusia intensifica su terror contra civiles. Así guerrean», sentencia Oleksandr Kovalenko, analista militar de Odesa.

Los drones rusos cambian tácticas sin cesar: vuelan alto o rozan tejados, donde las defensas dudan en disparar por temor a herir a quienes están dentro. Antes de atacar, se agrupan y caen en picada a gran velocidad, dejando segundos para reaccionar. «Esto hace que los drones sean muy imprecisos», añade.

Ucrania casi ha agotado su propio stock de defensas aéreas antiguas y municiones para ellas. Ahora depende casi totalmente de los suministros de sus aliados, dice su Fuerza Aérea. Kiev espera aumentar el uso de sus propios drones para interceptar drones rusos y también está haciendo un esfuerzo para desarrollar y producir sus propios sistemas de defensa aérea.

Sin embargo, más vidas podrían salvarse si los socios de Ucrania acordaran vender o enviar más de sus defensas aéreas al país o darle la tecnología para producir dichos sistemas más rapidamente.

Los ucranianos están cansados de la guerra, cansados de tener que sobrevivir, se sincera Katerina. «Solo queremos vivir, trabajar, construir y plantar flores».

Aun así, pocos esperan que la búsqueda del presidente estadounidense Donald Trump por lograr un alto el fuego ayude. «No creo que logre forzar a Putin a la paz. Más bien, intentará torcer a Ucrania para que se someta a Rusia», dice Katerina. Ucrania no cederá bajo presión tampoco, sin embargo. «Tras esas noches, crece el odio y desconfianza hacia los rusos, no la inclinación a aceptar sus ultimátums», concluye.