Cine
Keira Knightley: «Sí, el corsé me transforma»
Le atraen, dice, y mucho, los papeles de época. De ahí que ésta sea la tercera colaboración entre la actriz y el director Joe Wright, con quien empezó a trabajar a los 18 años. Ya ha cumplido 27 y encarna en una nueva versión a la heroína creada por Tolstoi y confiesa que ha sido el papel más difícil de su vida
Habita la piel de la heroína literaria Anna Karenina y la verdad es que le sienta como un guante. Leyó el libro a los 18 años y se quedó con la magia que transmite la protagonista. Bastante tiempo después decidió volver a él para preparar su papel. La luz, dice, se tornó oscuridad «y me llamó la atención, porque yo no la recordaba así. Es un personaje al que odias y amas a partes iguales», dice, y se pregunta si eso era lo que realmente buscaba el escritor cuando la creó. De repente se pone seria y remarca una frase: «Ha sido mi papel más difícil», y añade que «no hay una Karenina defintiva en la pantalla». Su nuevo filme es un viaje épico y romántico a la Rusia prerrevolucionaria que el director Joe Wrigth evoca en esta versión como si se tratara de una obra de teatro. Durante la entrevista, como en una de las películas rodadas con Wright («Expiación», «Orgullo y prejuicio», ésta, la tercera), se transforma en una aristócrata, su fragilidad y se convierte en porte. «Lo que más me gusta de mi trabajo es que puedo meterme en la piel de alguien con quien no necesariamente tengo cosas en común, pero cuyo comportamiento trato de entender sin juzgar, un método que sigo siempre a la hora de trabajar: no llegar con ideas preconcebidas».
Descubrirse a sí misma es el tema que centra ahora su vida interpretativa, lo mismo que le sucede a Karenina cuando se enfrenta al amor (su marido está interpretado por Jude Law; su amante, por Aaron Taylor-Johnson) y abandona a su familia por la pasión: «La gran tragedia de Anna es que una vez que prueba el deseo es incapaz de dejarlo. En la relación que mantiene con su esposo no existe esa pasión. Lo trágico de la historia es su incapacidad para descubrir que el amor no es sólo romanticismo y deseo. Cuando se apasiona por Vronski entra en otro estadio, busca algo más, cumple su misión y su profunda insatisfacción regresa a su vida como un fantasma», explica.
Anna Karenina es una de las heroínas que más alimentan la idea del deseo femenino, algo que le atrajo inmediatamente: «Lo más extraordinario del personaje es su ambigüedad. Ella cimenta su propia destrucción, se traza el camino, pero al mismo tiempo, es una mujer llena de luz, de vida, de amor, risa. Interpretarla ha sido un reto porque me ha reportado una satisfacción tras otra». ¿Por eso sus últimos trabajos corresponden a papeles de época? Ella sonríe con un gesto cómplice y responde: «El corsé me transforma. Vestir un traje de época despierta mi lado más romántico, ayuda a desempolvar mis fantasías. Es lo que trato de transmitir al público».
Tolstoi describe en su libro el vestido negro que Anna lleva en el baile de una manera muy seductora, de ahí que Knightley decidiera involucrarse en la elección del vestuario: «En la novela es de terciopelo, pero en la cinta no. Hemos contado con Jacqueline Durran, una de las mejores diseñadoras, que se inspiró en las tendencias de 1870. En cuanto a las telas, me gusta que den color y acento al personaje». Recordemos que el trabajo de Durran fue reconocido con un Oscar (el que finalmente no pudo traer a España Paco Delgado por su labor en «Los miserables»). ¿Baila bien?, le preguntamos. «Para nada, dando saltos, lo hago faltal, no te imaginas lo que me costó», responde.
Heroína y antiheroína a partes iguales, hay una idea que martillea a la actriz: «¿Cómo fue capaz Anna de abandonar a su hijo? Nos puede parecer aberrante, pero no es algo que le suceda únicamente a Anna. No creo que nadie pueda ponerse por encima de ella porque es una mujer sensacional. Resulta extraordinario el hecho de saber que necesitas ayuda y querer pedirla. No hay decisión que respete más», asegura.
Un toque de locura
Keira Knightley entiende que la decisión de convertirse en actriz y pasar su vida dentro de la mente y el cuerpo de otro requiere un punto de locura, un desdoblamiento premeditado al que se presta: «No tengo ni idea de si estoy o no mentalmente sana. ¿Alguien podría afirmar tajantemente que no lo está? Veo el mundo a través de mis ojos y a veces me resulta extraño. Sé que tengo que sortear peligros y engaños tramposos y herirme lo menos posible. Dentro de cada uno de nosotros habita la locura y cualquier emoción fuerte puede abocarnos a ella». Durante la conversación, se reconoce tímida. Confiesa que lo descubrió cuando se puso delante de la cámara «y me di cuenta de que no lo pasaba nada bien. Hay intérpretes extrovertidos, y otros introvertidos, y yo formo parte de esa segunda categoría. No me gusta llamar la atención, aunque soy humana y me enfrento a mis miedos constantemente, y soy una manipuladora, como le sucede a Anna». Cuando le preguntamos si es de las que se sientan en un lugar apartado, lejos de focos y miradas, asiente con la cabeza: «Tiendo a esconderme en las esquinas. En muchas ocasiones he pasado desapercibida», desvela. A sus 27 años, la intérprete, que nació en Londres, reconoce que en su infancia fue precoz pues desde los seis años sabía a qué profesión deseaba dedicarse y puso todo su empeño en ello. Sabiendo que su madre es una escritora de éxito y su padre, actor, que ella se decidiera por el cine no resultó una sorpresa. «Me divierte desaparecer dentro de los personajes».
Es consciente de que su imagen, con ese mohín aniñado, vende. Las grandes firmas no lo han pasado por alto. Trabajar para Chanel, firma encargada del diseño de todas las joyas de «Anna Karenina», ha convertido a Knigthley en un icono de la moda: «Este tipo de campañas me obliga a inventar a alguien que no soy yo», se justifica, y reconoce su relación de amor-odio con la fama: «No sé reaccionar cuando soy el centro de los focos, por eso empecé a rodar cintas independientes y descubrí otra Keira que no conocía», asegura.
EL TELÓN ABANDONADO SE VOLVIÓ A LEVANTAR
Y comenzó el rodaje. El director Joe Wright quería que esta nueva versión, la vigesimoquinta rodada del drama de Tolstoi, se convirtiera en una película «asombrosa y formidable. Pensamos trasladarnos seis semanas a Rusia y otras tantas a Gran Bretaña. Cuando llegábamos a localizar los exteriores nos decían que en ese lugar ya se había rodado una versión tiempo atrás. Resultó tan desolador como frustrante», explica. Decidido a ofrecer una imagen «íntegramente radical de un clásico», optó por elegir un teatro abandonado como escenario y lo transformó desde el suelo a las paredes. «Llegué con mi troupe, que es como me gusta denominar a la gente que trabaja conmigo, porque durante el tiempo que compartimos pasan a ser mi familia, nos instalamos y poco a poco transformamos un escenario en otro. Cada escena se rodaba en una larga toma. El resultado nos iba gustando cada vez más», comenta. «Allí, entre butacas y palcos, luces y bambalinas, concebimos una nueva Karenina con aires más viscontianos», dice Wright.
El detalle
DE GRETA A VIVIEN
La primera Karenina sonora que llegó al cine lo hizo de la mano de Greta Garbo (izda.) en 1935, dirigida por Clarence Brown (la actriz ya había interpretado una muda en 1927). Junto a ella destacaba la presencia de Basil Rathbone, como su esposo, y Frederich March, en el papel del amante. Años más tarde, en 1948, Vivien Leigh (dcha.) vueve a darle vida en una nueva versión con guión de Jean Anouhil y vestuario de Cecil Beaton. Ambas interpretaciones han quedado como referencia en la pantalla.
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