Córdoba
Flamenco dulce: La voz más clara del «jondo»
Rocío Márquez, cantaora
Su duende está más cercano al de La Niña de la Puebla o Marchena que a esos flamencos de los últimos 30 años que creían que cantar era partirse la garganta: «Antiguamente, los timbres del cante eran muy dulces; luego llegaron las voces rotas. Ahora vuelve la dulzura. Yo soy muy dulce», dice ella misma y no habla de oídas. Rocío Márquez (Huelva, 1985), que aún no ha cumplido los 30, puede presumir de ser la única voz en la historia, junto a Miguel Poveda, que ha obtenido cuatro primeros premios en la misma edición del Festival de Cante de las Minas (además de La Lámpara Minera, venció en las categorías de mineras, por tarantas, por murcianas y por cantes de Málaga, Granada, Córdoba y Huelva), algo así como el master más poderoso del flamenco. Pero también puede preciarse de pertenecer a una nueva generación jonda que «estudia» y se prepara de la misma manera que puede hacerlo un cantante de ópera.
En 2005, fue becada por la fundación Cristina Heeren. Allí entendió que no valía con haber crecido escuchando a su abuelo, a su madre y a su prima cantar, que tampoco era suficiente con que ya a los dos años se marcara fandangos sin perder el tono y que su recorrido por las peñas onubenses desde los 14 eran sólo la base: el talento se presupone, pero había que cimentarlo escuchando a los antiguos y profundizando en las bases teóricas y musicológicas. Solo así, conociendo la tradición de verdad, a uno se le pueden quitar los complejos en un arte en el que a los inmovilistas se les llama puristas: «Hay que respetar la esencia, pero también ser consciente de que hablamos de siglo y poco, es decir, se trata de un arte relativamente joven, debes permitirle avanzar porque, si no, lo estás coartando», dice segura. Y lo demuestra porque en su carrera discográfica («Aquí y ahora» y «Claridad») lo mismo recupera desde cantes populares a jotas, o igual se atreve con una petenera ortodoxa como se permite colaborar en grabaciones de tango argentino.
Aprendió a cantar seguiriyas con José de la Tomasa; entendió que «uno tiene como cantaor las mismas virtudes y defectos que como persona», es decir, que si al enfadarse no es capaz de dar un portazo, tampoco al interpretar un lamento va a lograr que se hunda el escenario, más bien conseguirá que las lágrimas asomen por las mejillas de los espectadores. Pero también tiene claro que fue gente como Enrique Morente quien abrió una puerta que ahora deben traspasar los de su generación.
Así ha ido cimentando una carrera incontestable: en la primera escucha, su voz destaca por grandes arabescos y una afinación perfecta, pero logra seguidores por una capacidad infinita para transmitir hasta el último matiz de esas letras añejas. Hace poco, el festival Andalucía Flamenca, en el Auditorio Nacional de Madrid, la nombró heredera de las dos mujeres que más han aportado al cante en las últimas décadas: Carmen Linares y Mayte Martín. Forma parte del auge flamenco onubense que sigue la estela de Arcángel, con otras grandes voces como Argentina. Está a punto de partir a Francia para realizar una gira junto al guitarrista Alfredo Lagos y al percusionista Agustín Diassera. En sus recitales se escuchan ecos de Chacón, Vallejo, Marchena o Valderrama. Y en diciembre pisará las tablas del Teatro Real para acompañar al tenor José Manuel Zapata.
En los próximos quince años, a buen seguro escucharán hablar de Rocío Márquez largo rato, pues además de este fulgurante ascenso imparte conferencias sobre flamenco. A diferencia de otras generaciones anteriores, la suya es capaz de hilvanar párrafos sobre su arte y transmitirlo a la parroquia jonda y a los curiosos. Y cuando no encuentra la palabra adecuada, como ella mismo dice, «me sale un cante: afortunadamente, hay un palo para cada sentimiento».
Currículum
Dónde y cuándo: Nació el 29 de septiembre de 1985 en Huelva.
Inicios: Se dio a conocer en programas como «Menudas Estrellas» con sólo 11 años. Logra una beca para la Fundación Cristina Heeren.
Palmarés: En 2008 gana la Lámpara Minera y los cuatro primeros premios del Cante de las Minas, algo sólo logrado antes por Miguel Poveda.
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