Barcelona

La yihad en casa

El radicalismo islamista se instala en Ceuta y Melilla

Una mujer vestida con niqab en las calles de Melilla
Una mujer vestida con niqab en las calles de Melillalarazon

El radicalismo islamista se instala en Ceuta y Melilla

En Melilla, como en Ceuta, se vive un miedo no declarado, del que muy pocos quieren hablar y que sí encuentra adeptos para desmentirlo con tanta rotundidad como ineficacia. El avance de la población musulmana es imparable, por el mayor índice de natalidad (Melilla es la única zona de España en la que han aumentado los nacimientos: el 4 por ciento, según las últimas estadísticas) y, probablemente, porque responde a un plan preestablecido. Además, ambas ciudades autónomas son las que tienen menos casas vacías de nuestro país.

Nada hay de malo en que una persona, o varias, adquieran viviendas, hasta el punto de que los no musulmanes del inmueble se quedan en minoría y terminan por vender.

El asunto podría ser objeto de un análisis sociológico, pero el peligro, que hasta algunos musulmanes te confiesan en voz baja, es el avance del radicalismo islamista, al que cualquier ser humano que tenga la cabeza en su sitio tiene que temer por razones obvias. Se trata de una realidad palpable, a veces agobiante, con claros desafíos, como se verá más adelante; a los «infieles» o a los que se atreven a criticarlos, y que –éste sí– responde a un plan y a unas órdenes concretas de Al Qaeda, que, a través de su máximo cabecilla, Ayman Al Zawahiri, ha exigido a los suyos la recuperación de las dos ciudades autónomas , «usurpadas por los cruzados».

Asimismo, como se ha puesto de manifiesto en la brillante operación desarrollada el pasado viernes por la Policía y la Guardia Civil en Ceuta, otra de las misiones encomendadas es la formación de yihadistas, que son enviados a Siria (para incorporarse al Frente Al Nusra, de Al Qaeda) y Afganistán, con el fin de participar en misiones suicidas o directamente en el combate. Pasados unos meses, los que han sobrevivido vuelven a las Ciudades Autónomas, o a otros puntos de España, convertidos en terroristas con una temible experiencia en utilización de todo tipo de armas y explosivos. Hay otro factor de peligro. Los recientes atentados en Londres y París contra militares uniformados a cargo de terroristas islamistas han añadido un escalón más a la peligrosidad de este tipo de criminalidad. Ceuta y Melilla reúnen dos factores que las convierten en puntos especialmente sensibles. Un radicalismo creciente del mundo musulmán y una gran presencia militar, a cuyos componentes no es extraño verlos de uniforme por la calle. El Ministerio de Defensa ya ha adoptado una serie de medidas y enviado recomendaciones que contribuirán, sin duda, a evitar atentados como los de Londres y París. Sin embargo, por su naturaleza de sorpresa y acción casi siempre individualizada, no se pueden ni se deben descartar en ningún momento.

Melilla, por centrarnos en una de las dos ciudades, aunque el problema es común, es un ejemplo de convivencia multirracial y se puede comprobar en determinadas zonas de la población. Pero el peligro, el enemigo que está dentro de casa, esta ahí, al acecho. Ignorar esta realidad sólo puede contribuir a tener que recitar la consabida letanía de lamentaciones y condenar si es que ocurre algo que lamentar.

Dicen que muchas veces vale más una imagen que mil palabras. Cinco de la tarde, en el barrio de La Cañada de Melilla («no se te ocurra ir por allí y menos con una cámara», me habían aconsejado amigos melillenses). Desde el coche, trataba de realizar una fotografía de la puerta de una mezquita (Omar Bin Al Jattabi) considerada como de las más radicales por los mensajes salafistas que, al parecer, allí se imparten. Es llamativo que a uno le aconsejen que no visite una zona de una ciudad española para fotografiar un edificio público, pero hay que reconocer que los que lanzaban las recomendaciones sabían por qué lo hacían. Inopinadamente, un individuo, con el atuendo de los musulmanes más radicalizados, se abalanza sobre el automóvil y me empieza a gritar que «tú has hecho una foto a mí y a mi mujer y te voy a tomar la matrícula». Miro alrededor y veo a una señora completamente vestida de negro (con un niqab), a la que sólo se le podían ver los ojos, empujando un carrito con un bebé. Unos segundos antes, había pasado un niño junto al turismo y había gritado algo en «sherja» al individuo en cuestión. Supongo que para advertirle de la presencia de un intruso. La situación empezaba a ser incómoda, ya que otro persona amenazaba con tomar parte en el incidente y otros comenzaban a «interesarse» por lo que ocurría. Según pude comprobar en otra pasada, uno de ellos hacía, a cierta distancia, labores de contravigilancia enfrente de la puerta de la mezquita y era relevado por otro, todos con el mismo atuendo, cada cierto tiempo.

No recordaba una escena semejante desde hace muchos años, cuando en los barrios y poblaciones más conflictivas del País Vasco y Navarra, determinados individuos hacían este tipo de contravigilancias, en aquellos casos en torno a las «herriko tabernas».

Era miércoles –los días de rezo oficial son los viernes–, ¿qué se trataba de ocultar? ¿Se imaginan a un grupo de católicos apostados en torno a la catedral de Burgos, por citar una de las más fotografiadas, para ahuyentar a «intrusos»? Impensable. Pero estas cosas ocurren. No me quedé con las ganas de fotografiar al que había provocado el incidente, bien es verdad que de espaldas, por respetar su intimidad y, sobre todo, la del niño. Mal que bien, y con la cámara escondida debajo del asiento, y dando todo tipo de explicaciones, incluida la de que un sobrino iba a jugar un partido de fútbol en un campo cercano, se superó el lance.

El pasado miércoles, cuando el reportaje ya estaba escrito, me comunicaron desde Melilla que la noche anterior había sido quemado un coche perteneciente a la dotación de uno de nuestros servicios de información. ¿Había alguna relación con lo ocurrido días antes o era una advertencia para que nadie ose entrar en el barrio para hacer algo que les moleste? La respuesta la tienen los autores del incendio, pero es otro hecho a tener en cuenta.

Por supuesto, y en otro momento, la fotografía de la mezquita (una de las que ilustran este reportaje) fue realizada para que los lectores de LA RAZÓN juzguen por sí mismos si el edificio precisa de algún tipo de protección.

Como se sienten vigilados, y lo narrado en estas páginas es la mejor muestra, en los días de rezo, los viernes, los sermones y oraciones que dirigen los imanes se ajustan a lo «religiosamente correcto». Sin embargo, en el resto de los días es muy difícil conocer lo que se cuece dentro de los templos. Lo que sí se sabe es el resultado. El radicalismo crece día a día (la operación de Ceuta, en la que se han incautado armas y explosivos; y han sido detenidos varios «yihadistas» que iban a partir en breve hacia Siria, es una prueba de ello), y no sólo por lo que pueda ocurrir en las mezquitas. Las investigaciones que realizan las Fuerzas de Seguridad para detectar los focos radicales, en especial aquellos que están dispuestos a pasar al yihadismo y a la acción en cualquier momento, se producen en mezquitas ilegales o locales clandestinos, como garajes, lonjas, etcétera.

El barrio de La Cañada, convertido en auténtico feudo de los radicales musulmanes (que curiosamente comparten espacio con el mundo del narcotráfico, en una extraña simbiosis, de la que ambas partes salen favorecidas para ahuyentar intrusos), es donde abunda más este tipo de lugares en los que se sabe, por investigaciones realizadas, que se adoctrina a futuros yihadistas para, al menos de momento, actuar en diversas partes del mundo que consideran usurpadas por los «cruzados». Todo ocurre dentro del mayor ocultismo, con medidas de seguridad extremas y sin contemplaciones con extraños.

El papel de los niños como «agentes» que ayudan a mantener la seguridad es preocupante. El que avisó de la presencia del «intruso» no creo que tuviera nueve años. Resulta llamativo que se utilice a seres tan pequeños pero lo cierto es que todo está montado para que el radicalismo musulmán se vaya haciendo con el control de éste y otros barrios.

En el año 2006, no se veía por Melilla a ninguna mujer musulmana vistiendo el citado atuendo. Sí había algunos integristas. Justo después del comienzo de la crisis, el avance en Melilla fue espectacular. La crisis ha traído nuevos habitantes a la ciudad, en torno a unos 12.000 en los últimos cinco años, provenientes la mayoría de lugares como Barcelona, Tarragona, Lérida, Murcia, Alicante; o países como Holanda, Francia, Bélgica... Hoy se pueden mover por la calle entre 300 y 400 mujeres vestidas con niqab. Al igual ocurre con los llamados «pescadores», pero en este caso hay algunos matices (válidos también para Ceuta) que, según fuentes consultadas por este periódico, se deben establecer:

Uno. La mayoría son radicales, pero otros se dejan la barba y se visten como los «pescadores» para intentar ganarse lo que no consiguen de otra manera. Buscan infundir miedo y, por lo tanto, el falso respeto de sus vecinos.

Dos. Otro matiz a tener en cuenta es que, al convertirse en radicales, se consideran superiores a los demás, pues ellos son los únicos poseedores de la verdad. Es curioso, pero en Melilla y Ceuta los musulmanes moderados no quieren cuentas con los «pescadores». De hecho, les llaman, además de barbudos, «barbosos», quizás porque los conocen mejor. Algunos fueron compañeros de colegio; otros, del trabajo y muchos de ellos tienen un pasado turbio. Es decir, narcotráfico, falsificación de automóviles..., y, llegado un momento, se encontraron con Dios y se radicalizaron de la noche a la mañana.

Las otras mezquitas de Melilla, consideradas como más radicales, son la de «EL Mohsenin», lo que se puede traducir como «el estudioso» o el «empollón», en el barrio de El Real, entre una industria llamada Hierros Morata y un antiguo matadero. Es la considerada como «segunda más peligrosa». Se comenta que el imán ha llegado a predicar algunos viernes que las musulmanas no deben trabajar en casa de ningún cristiano, porque es hacerlo en casa de «pecadores». Tiene una «madraza» (escuela coránica) en la que los niños reciben una serie de enseñanzas que, visto lo visto, no deben estar muy alejadas de las interpretaciones más radicales del islamismo.

La mezquita «Noor», que significa «la luz», conocida como la «mezquita de la Bola», está situada en el barrio Cabrerizas, en la plaza de las Américas. Está considerada también como muy radical, ya que es visitada con una cierta asiduidad por salafistas.

En la carretera de Hidun está la mezquita Abu Bakr Assedik, de las mismas características que las anteriores.

Por lo que respecta a Ceuta, las consideradas como más radicales son At Taliba Darkawia, en la Calle San Daniel; Alkudia, en la calle Este; y Al Umma, en la calle Arcos Quebrados, las tres en el conflictivo Barrio del Príncipe, donde las dotaciones de las Fuerzas de Seguridad son atacadas con piedras , objetos incendiarios y quema de contenedores con cierta frecuencia. Y la de Ibn-Rucchud, en la Barriada de Benzú.

Tanto en Ceuta como en Melilla, cuando uno pasea por zonas no conflictivas, puede llevarse una imagen equivocada del problema del creciente integrismo islamista y quedarse con el de la convivencia multiracista, que también es real. El avance de la presencia musulmana en ambas ciudades es imparable. «Dos calles y media al año», como aseguraba un comerciante melillense de toda la vida. Puede que ése no sea el problema, pues se trata de una acción legítima de adquisición de inmuebles que sus propietarios venden (o tienen que vender, porque ésta es la otra realidad de la ciudad). Lo que ocurre, y los propios musulmanes lo saben, y algunos lo reconocen en voz baja, es que con ellos viaja el radicalismo islamista, el paso previo al yihadismo puro y duro.

Desde comienzos de los años ochenta, la primera vez que estuve en Melilla cubriendo el viaje del entonces presidente del Gobierno Adolfo Suárez, se ha invertido el número de iglesias y mezquitas. Estas últimas son ahora mayoría, entre las que se encuentran las radicales. Por cierto, que nuestras iglesias tienen acotadas unas ciertas horas para hacer sonar las campanas de llamada a misa, por aquello de no molestar a los que, a las horas marcadas, lanzan sus rezos desde los minaretes.

Es tal la voluntad del radicalismo islamista de implantarse en las Ciudades Autónomas que, recientemente, en una operación de la Guardia Civil, se comprobó que el conductor de un vehículo que introducía inmigrantes ilegalmente por la frontera de Beni Anzar, en Melilla, era un «pescador», un auténtico yihadista. ¿Cuántos de los que han logrado saltar la valla en los últimos tiempos, con el beneplácito de alguna organización melillense, o han conseguido introducirse por Ceuta, pertenecían a Al Qaeda? Tan imposible es determinar el número como negar que ha ocurrido.

Camino al yihadismo

Los expertos antiterroristas señalan las cuatro mezquitas que aparecen junto a este texto como las más «peligrosas» de Melilla, por los mensajes salafistas que en ellas se puede predicar, siempre fuera de los días de rezo (los viernes). Sin embargo, reconocen que existen múltiples locales, como garajes, lonjas e, incluso, viviendas, que son utilizados para aleccionar a los que han destacado por su «religiosidad» o «integrismo», con el fin de que den el paso al yihadismo. Por ello, la vigilancia que se observa en torno a estos templos no es de extrañar. El radicalismo islamista no quiere intrusos en las zonas que ha conseguido controlar dentro de la Ciudad Autónoma y la quema de un vehículo camuflado (que pertenecía a la dotación de los servicios de información), en la noche del pasado martes, es una prueba de ello. Para los que no son de las comunidades que se mueven en torno a estas mezquitas y a los citados locales clandestinos, la zona, con ser tierra española, se ha convertido en «territorio hostil». Todos, incluidos los niños, contribuyen a mantener esta situación, en la que, en una extraña simbiosis, conviven el radicalismo integrista y el narcotráfico. No será por mucho tiempo, hasta que los primeros decidan que se acabó.