La Razón del Domingo
Misioneros en el territorio de Al Qaeda
Veinticuatro españoles son la «resistencia» en Mali, un país que sufre la violencia del islamismo radical. Hombres y mujeres, misioneros, que ayudan a desfavorecidos
Lo pasó fatal, tuvo que escapar por el desierto en un coche, perseguida por las balas de los rebeldes y dejar la misión abierta, aunque pudo ponerse al día con los pagos pendientes. Salieron todas las hermanas reunidas –ella era la única española–, junto con los Padres del Espíritu Santo –«los espiritados», como les llaman allí– mientras estallaban bombas por todas partes. ¡Una pena!, con la obra tan hermosa que estaban haciendo en el colegio». Éste es el periplo vivido por la hermana María –como los malienses la llamaban–, en el emplazamiento de Gao.
Por petición de la madre provincial, no diremos el nombre y apellido de su vida civil, ya que otras misioneras de su orden –San José de Cluny–, especialmente francesas, siguen en la zona y temen por su vida. Antes de aquel periplo, llevaba medio año en situación de «semisecuestro», sin salir de la misión, sufriendo continuos cortes de luz, desabastecimiento y amenazas. «No en vano –como nos explicaba el misionero salesiano Emilio Hernando, director del colegio de formación en Bamako– ahora lo más peligroso en esta tierra es ser católica, mujer y occidental, pues te pueden secuestrar para pedir rescate, asesinar o Dios sabe qué», concluye uno de los muchos misioneros con quien hemos hablado.
Hablamos de Mali. Allí donde el tiempo se detuvo el pasado 22 de marzo, cuando se produjo el golpe de Estado contra el Gobierno de Amadou Toumani Touré, conocido como «TT». Ese país, situado en el cinturón de El Sahel, lleva un año viviendo una guerra civil solapada –primero secesión en el norte– y ahora contienda abierta, que ha llevado a la intervención de Francia, auspiciada por la ONU con el beneplácito del Consejo de Seguridad. Según el misionero de los Padres Blancos Manuel Gallego, «el norte –Gao, Kidal y Tombuctú– está ocupado. Aunque mi misión está en Bamako, hemos tenido miedo porque sólo hace unos días los yihadistas estaban a las puertas, hasta que el Ejército francés intervino. Éste es un país muy grande y el gran temor de sus pacíficos habitantes es que se infiltren entre sus ciudadanos. Llevamos en vilo desde 1977, pero no tengo miedo. La suerte que corra la gente es la misma que correremos todos nosotros».
¿Quiénes son los enemigos de la paz, en ese polvorín a las puertas de Europa, a sólo 1.300 kilómetros de las Islas Canarias? Varios son los grupos que operan en el norte de ese país: rebeldes tuaregs que reclaman la independencia étnica, islamistas ramificados de Al Qaeda que pretenden imponer la «sharía», diversos colectivos criminales entrenados en secuestros de occidentales o los sanguinarios Boko Haram, expertos en tráfico de drogas o armas, que se internaron en el país a raíz de la entrada en escena de los golpistas. Todos conviven como actores de un conflicto que comenzó como una rebelión nacionalista y ha acabado por internacionalizarse bajo la bandera del yihadismo global.
«Ahora las cosas parece que empiezan a cambiar –nos cuenta con serenidad el director de la misión salesiana en Bamako, Emilio Hernando, donde 430 alumnos estudian en la escuela profesional que él dirige– porque los franceses, están bombardeando Kona, la primera ciudad que los rebeldes tomaron, y también Gao y Tombuctú», resume como un verdadero politólogo. «De los 83.000 kilómetros cuadrados del norte con los que se habían hecho, deben haber perdido muchos. Distinto es lo que están viviendo en zonas aledañas como Sikasso o Touba».
Escapar por Burkina Faso
En este último enclave está Guillem Tortosa en otra misión salesiana; dos palabras hemos podido mediar con él dada la falta de cobertura telefónica. Gracias a don Emilio, sabemos que «están fastidiados al estar cerca de Diabali. Si los sublevados avanzan, sólo los tienen a 350 kilómetros, por eso hemos decidido enviar el pasaporte a Guillem y, vía Sikasso, se lo haremos llegar para que salga por la frontera de Burkina Faso».
Pero ninguno desea regresar: «Llevo en Mali 22 años –dice la hermana Julia Inma Rodrigo, de las Hermanas Blancas (o Sociedad de los Misioneros de África, como realmente se llama la orden)– y sabemos que los europeos estamos en peligro si continúa el avance de los extremistas. Intentamos seguir trabajando templados, pero somos más prudentes y salimos menos. Hay islamistas infiltrados entre la población y hay que tener cuidado. Además ahora tenemos más labor porque viene gente que huye del norte que necesita ayuda. Hasta ahora, la población nos ve con cariño, porque sabe que venimos a ayudar».
El mayor miedo de todos es que el avance de los sublevados pueda suponer la posible implementación de la «sharía», «porque los yihadistas quieren eliminar el cristianismo y aplicar ese código de conducta que afecta a todos los órdenes de la vida. De momento, en lugares como Gao, se están viviendo situaciones muy duras. No olvidemos que bajo la «sharía» se puede apedrear a una mujer –explica la hermana blanca Antonia Águeda, responsable de un centro de formación de chicas humildes–. En Bamako estamos relativamente tranquilas, acogemos a quienes vienen y estamos más pendientes de quienes llegan del norte. Por naturaleza y fe, ante una dificultad, veo cómo se redoblan mis fuerzas. Y lo más triste de todo es que tenemos una maravillosa relación con todos los musulmanes», concluye.
A sor María Teresa Añaños se la percibe sofocada, aunque controlando la situación. A su misión salesiana –como responsable de la comunidad–, al otro lado del río Níger en Bamako, acaba de llegar una hermana francesa proveniente del conflictivo norte.
Frágil situación
«En la capital no estamos mal, pero la situación está muy frágil en el centro y el norte. Como cada día cambia, y ahora más con la intervención de Francia, ya no sabemos qué lugar está a salvo y cuál no», relata después de innumerable tiempo comunicando con la hermana francesa recién llegada de Segú. «Eso sí –dice– lo mejor es continuar con las clases, la normalidad. Si nos llegan los ecos de las matanzas a pocos kilómetros, rezamos, pero continuaremos nuestra labor», resume la religiosa que conoce un continente en el que lleva 31 años.
Sor Ángela García contemporiza la situación. Acaba de llegar a Bamako –por petición de la Embajada española– junto a Rosario Martínez, Cándida Guillem, Consuelo Tejeo y Mari Carmen Fenoi. La madre Felisa, superiora, de las Religiosas de María Inmaculada, no puede contener su alegría: «Ya están aquí. Condujo la hermana Ángela desde la diócesis de Segú». «Vengo de Nioro –dice la protagonista con energía a sus setenta años– y en mi misión tenemos una residencia de formación para jóvenes, jardín de infancia y alfabetización de mujeres, con más de 1.500 almas. Hemos venido a Bamako porque nos lo pidió la diplomacia pero no teníamos miedo. Llevo 28 años en Mali y ya sé lo que es un golpe de Estado. Sólo puedo decir que es un país con mucha paz y alegría. En cuanto pasen unos días mi objetivo es regresar, porque se ha quedado la misión cerrada, los chicos en la calle, y si tengo que dar la vida por algo, quiero que sea por África. Me recluyo aquí sólo porque creo servir más viva que muerta».
Al cierre de este reportaje, la aviación francesa está expulsando a los rebeldes de algunas zonas del norte, pero «son muy movibles y se defienden bien en el desierto. Allí se recluyen pero cuando se marchen los occidentales es probable que vuelvan a entrar. Si pasan de Diabali, a 400 kilómetros de la capital, perderemos la calma», resume el salesiano Emilio Hernando desde del centro de formación, donde, a lo lejos, oímos a través del teléfono la algarabía de los chavales en la hora de recreo en un colegio normal de un país en plena guerra civil.
48 horas de violaciones públicas en Gao
El colectivo maliense «Grito de corazón por el Norte» ha denunciado reiteradamente el drama humanitario sin precedentes en esas zonas del norte: viviendas, edificios públicos, escuelas, restaurantes, bares... Todos, saqueados y destruidos. La misma suerte han corrido las misiones católicas en Gao. El mismo colectivo denunciaba «48 casos de violaciones colectivas en la plaza pública de la ciudad». En Tombuctú, donde mandan los islamistas, los imanes fueron convocados para darles instrucciones referentes a la «sharía» –como llamamos en castellano a la «sharía» o ley islámica que constituye un código detallado de conducta donde se incluyen también las normas relativas a los modos de culto, criterios de la moral, las cosas permitidas o prohibidas y reglas separadoras entre el bien y el mal–. Aquello que realmente les preocupaba era imponer que los habitantes vistieran correctamente: las mujeres, pudorosas (sin escotes o faldas cortas) y los hombres, sin tejanos o cualquier otro pantalón ajustado. Malos momentos para los occidentales en la zona de Mali, englobada en el llamado cinturón de El Sahel, que mide hasta 1.000 kilómetros de ancho.
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