La columna de Carla de La Lá

Dominio propio, mansedumbre y altruismo

Las personas maduras intelectual, espiritual y afectivamente son mansas y generosas y, por supuesto, se dominan.

Imagen de archivo.
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Si existen tres cualidades morales o actitudes que este siglo convulso, energúmeno y polarizado necesita con urgencia son el dominio propio, la mansedumbre y el altruismo.

Además, estoy convencida, y de esta burra no me bajo: las personas maduras intelectual, espiritual y afectivamente son mansas y generosas y, por supuesto, se dominan, tienen un evidente control sobre sus pensamientos y sentimientos, lo que les permite disponer soberanamente de sus reacciones.

Mostrar enfado e ira es grotesco, primitivo y poco inteligente y no estoy hablando de algo cosmético o fancy…no. Enfadarse denota poca tolerancia, poca paciencia y poca humildad, pero algo mucho más importante, falta de conocimiento… Desgraciadamente para la mayoría del género humano es más fácil dominar a los demás que dominarse a uno mismo e incluso conquistar ciudades ¡imperios! (lo decía Alejandro Magno) que conquistarse uno. Y luego, que no hay nada que interrumpa tanto la felicidad de los demás, pero sobre todo la propia como enfadarnos, por lo que no sólo es una heteroagresión sino que es autolítico.

La idea de mansedumbre (significado y significante) en la sociedad agresivísima (aunque pasiva) y egoistona post Covid, suena raro y es que ya desde  la Biblia la palabra que designa mansedumbre no es fácil de traducir al español, por lo que muchas traducciones comunican cierta debilidad que no se encuentra en el original. La verdadera mansedumbre es una fuerza interior inmensa y muy difícil de adquirir, pero entrenable. El manso no se mueve por arrebatos ni pequeñas pasiones porque sabe gestionar  sus emociones y controlarlas. La conducta de una persona formada y juiciosa debe mostrar entereza y carácter para controlar los impulsos. La mansedumbre, en psicología, sería asertividad y no nos lleva a la pasividad ni mucho menos a callar ante lo que está mal sino que  nos ayuda a interponer nuestra postura mostrando respeto aun cuando no estemos de acuerdo con los demás. La mansedumbre nos lleva a tratar a los demás como deseamos ser tratados: con ternura y dignidad.

Me sorprende la hipersensibilidad que mostramos ante la violencia física y la escasísima atención que prestamos a la violencia psicológica y a la agresividad pasiva que campa alegremente donde quiere. A veces pienso que tal vez fuera mejor olvidar la “ganancia antropológica” y volver a las manos y los pies... porque no se me ocurre una civilización más hipocritilla que este templo al buenismo vacío que hemos construido…

Con respecto a la bondad, o mejor dicho el altruismo:

_ ¿Cuánto de su tiempo y de su dinero dedican cada mes a ayudar a los demás*?

En efecto, esta pregunta tan sencilla es la clave de todo lo que una persona moderadamente curiosa debe saber de sí misma. Y la respuesta sincera a esta pregunta nos da la verdadera talla de nuestra filantropía. (*los demás no son parejas, ni hijos, ni hermanos, ni padres, ni la familia, ni los amigos).

_Fulanito es buenísima persona_ se dice de Fulanito…

_ ¿Sí? ¿cuánto de su tiempo y de su dinero dedica cada mes a ayudar a los demás?

Me llama la atención la superficialidad con la que se reparten los apelativos de “bueno y solidario” en este mundo. Dejémonos de prejuicios porque se desharán como un azucarillo en agua caliente al formular esa pregunta, o mejor dicho al responderla.

Parece que lo normal es que cuando nosotros, los seres humanos, y el resto de los animales nos movilizamos y realizamos alguna clase de esfuerzo, con este pretendemos obtener algo; los hombres hacemos las cosas de manera interesada, a veces el interés es muy grosero y otras es más abstracto, más elegante, incluso honroso pero siempre hay un beneficio secundario en nuestras acciones, ¿no? ¿sí o no?

¿Es posible que exista un tipo de persona que realiza un tipo de acto de ayuda a los demás  sin interés alguno? ¿Existe el altruismo?

La pregunta hace referencia a la gente que uno sabe que está en situación de necesidad, ya sea física, económica, afectiva o de infraestructura… esa gente con la que no nos unen lazos de consanguineidad, ni amistad, ni simpatía siquiera, pero de la cual conocemos o podemos conocer su sufrimiento, si no miramos hacia otro lado.

Todos los días la vida nos ofrece la posibilidad de colaborar con alguien que lo necesita con algo de nuestro tiempo o de nuestro dinero; lo que hay que hacer es darse cuenta de que la solidaridad y la generosidad empiezan por uno mismo, como epicentro y ejercitarse en circular por el mundo, sabiendo que debemos nuestra asistencia y protección a todo el que nos encontremos, sea quien sea.