Gastronomía
Melones y sandías esa extraña pareja
La efervescencia estival sacude los mercados. La fiebre de las frutas de verano se adueña de la calle. Las agujas gustativas del reloj estival marcan la llegada de nuestras «celebrities» la sandía y el melón.
Todo comenzó en África en épocas remotas. Tras varios siglos en primera línea de agitación estival, la tradición gastronómica valenciana del culto al melón y al «meló d’ Alger» supone un reconocimiento eterno, la posteridad, que sin duda tienen año tras año. Unos y otros se entregan encantados a la cíclica degustación. No hay vencedores ni vencidos. Juegan en la misma liga, con relativo equilibrio.
Nuestra pareja se debe a un público mayoritario. Todos los veranos escalan posiciones hasta hacerse imprescindibles en las mesas. Frutas de maneras propias. Gusto de obligación natural durante el contexto estival. De lazos afectivos y duraderos que reclaman compromiso gustativo.
Su llegada se festeja de manera unánime. Su relación no suscita reticencias. Hay consenso universal. Generosidad entre ellas. Pareja contra todo pronóstico, sin rivalidad. Pocos daban crédito al romance, comparten confidencias y espacio en fruterías, viajes, transporte, agente comercial, comensales. Cosa de dos.
Conviven juntos desde su nacimiento para acentuar su contraste. Entronizados en todas las mesas durante el verano, ocupan un lugar discreto en fruterías y kioscos móviles, situados en puntos estratégicos de las carreteras. Forma parte del paisaje natural del campo al arcén.
A pesar de la pregonada neutralidad, de sabores y gustos. El destino final les tiene reservados, a cada uno, alguna sorpresa. Sopas frías, gazpachos, sorbetes. Entre ellos existe un universo común que se teje a partir de tardes de mesa, fruterías compartidas, comensales heredados.
Al eterno melón le falta tiempo para atender todos sus frentes, permanece incansable en el recetario popular. La imprescindible sandía no descarta seguir sus pasos.
La gastronomía actual es el eje del universo de estas frutas. Unas de las más aclamadas y vendidas. La consigna es continuar la historia y escribir un nuevo capítulo con platos como sopa fría de melón con crujientes de beicon, gazpacho de melón a la hierbabuena, carpaccio de sandía con queso fresco, canutillos con crema de melón.
Una forma de gustar más abierta. Nuestra pareja se ha renovado. Ayer y hoy. Platos ligeros y frescos pero con un inconfundible toque chic. Chupito de gazpacho de sandía y berberecho, Sandía al cava.
A nuestra pareja se le abren nuevos horizontes de grandeza en estado líquido: cerveza, coctéles, licores, etcétera. Para muestra cerveza artesana con sabor a melón de carrizales. Un grupo ilicitano ha creado este tipo de bebida artesana con productos típicos del campo de Elche.
Nos refugiamos en la nostalgia de la infancia, nuestros oídos estaban habituados a un sonido ambiente muy distinto al de las ciudades, carente de esa densidad machacona con una canción estival que decía «Se venden sandías, melones». Reyes de la venta ambulante, conquistadores de plazas mayores en el interior de furgonetas alemanas trasnochadas esperaban la llegada de sus fans.
Cita vetusta estival con esta pareja que despide aroma vintage. La sandía y el melón muestran su magia entre bastidores a través de la cual se crea adicción en forma de cócteles.
El melón y la sandía constituyen un rasgo de la gastronomía popular que nos hermana con otras culturas mediterráneas. Ingeridos diariamente, nuestra pareja está presente en muchos de nuestros actos cotidianos durante el verano. Forman parte del icono culinario estival.
Tal vez se trate de la pareja con más poder mediático. En realidad, han sido siempre frutas deseadas y necesarias. Los clientes se reactivan con el aumento de las temperaturas e invaden las fruterías en busca del melón y la sandía. Nuestra pareja protagonista arrastra una de las reputaciones más saneadas del gremio frutal. Sin hacer tanto ruido como otras frutas, superan el paso del tiempo para convertirse en necesarias en cualquier mesa. Esa extraña pareja.
Dar en el blanco
Después de varias pesquisas se manejan opiniones bien intencionadas, con fundamento. La sandía madura debe sonar a hueco y el melón, a lleno. Las claves para elegir la fruta del verano están en el color, el sonido y el tacto de las piezas. Se impone un curso rápido. El gusto es un saco permanente de sorpresas. La pasión se escenifica todos los días. Se ama lo que se aprende con amor. Cada sandía y melón nunca será igual. Cada elección es efímera e irrepetible. Como peritos accidentales nos acercamos a la cima del montón observados por el resto de clientes. «Ese no, otro, este parece que no ha sufrido golpes». Comienza la prueba del tacto. «Está duro, bien». Un golpe visual indica que no hay grietas. «Cuidado que no tenga grietas», pero sin obsesionarse. Llega el momento del toquecito. Golpeamos levemente a nuestra sandía. Si está en su punto suena a hueco. Mientras, nuestro colega aprieta los extremos del melón «esta bueno no ves como cede». Sin dudas. La supuesta salida victoriosa por la puerta grande del mercado puede transformase en una negra tarde. Tras abrir el melón somos abucheados. Paciencia. Otra vez será. «¡Una sandía, por favor! Y que sea buena, ¿eh?», «Verá que dulce le sale». Dar en el blanco.
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