Famosos

Adam Khashoggi, el hombre del piano con patas de oro

Khashoggi y su esposa Lamia durante una de las muchas fiestas que celebraban en Marbella junto a Philipe y Nina Junot
Khashoggi y su esposa Lamia durante una de las muchas fiestas que celebraban en Marbella junto a Philipe y Nina Junotlarazon

Khashoggi estaba hecho a imagen y semejanza de la Marbella que intentó conquistar. Quedó a medio camino porque allí entonces mandaba Gil y Gil, que no permitía usurpaciones ni competencia. Sin embargo, llegó a ser virrey de la Marbella de los buenos años. Parecía un paraíso turístico hecho a su media. Como él, era desmesurada, exagerada, exhibicionista. De ahí que se encontrase tan a gusto. Al competidor alcalde solo le faltó añadir al escudo de la ciudad el Nabila, su yate de treinta metros, que se convirtió en el principal atractivo turístico de Puerto Banús. Lo mantenía anclado y todos sabíamos que las letras con el nombre eran de oro macizo. O eso proclamaba, alardeando frente a colas de turistas pasmados y admirados ante la popa. Cuando abandonó la Costa del Sol dejó estela, recuerdo y evidencia de mal gusto. Vendió el yate a Trump, que entonces no imaginaba llegar a presidente.

El multimillonario saudí prefería organizar grandes fiestas en La Baraka, camino de Ronda, una zona menos ostentosa, reservada y discreta. Para sus celebraciones se echaban todo el joyerío encima, alguno prestado por el joyero Gómez Molina, que subsiste y lo evoca. Allí montó sus reales y recuerdo que, recién adquirida, la Prensa fue invitada como para rendirnos a sus delirios de nuevo rico. No puedo olvidar la impresión, el impacto y casi susto que tuve al ver en el salón principal que las patas del piano de cola también eran de oro. Una ostentación absurda en quien luego presumía de no saber de música. Acaso fue un capricho de Lamia, la última de sus cinco esposas. Con todas mantenía buena relación y les pasaba estupendos retiros.

Inolvidable, única e irrepetible aquella Marbella. Pretendía ser un Mónaco en miniatura, y cuidado que creció, sobre todo en la zona de Río Verde que en seguida fue copada por famosos, como la emperatriz Soraya –a la que por su gusto al tinto llamábamos Su Alteza Imperial Cune– o la aún eterna Gunilla von Bismarck a la que Gil y Gil no soportaba. Llegó a echarla de un fiestorro en el Marbella Club creado por don Alfonso de Hohenlohe. Le exigió la invitación y como la rubia, luego rica heredera, no la tenía, la pusieron en la calle junto a Luis Ortiz, un marido de ida y vuelta. Se casaron, divorciaron, dieron pompa a la ruptura, pero siguieron viviendo juntos.

Eran cosas de aquella Marbella permisiva y pretenciosa, elegida por Sean Connery hasta que en una ocasión le quitaron medio jardín y, cabreado, se mudó a Cannes con su esposa, la dominadora Micheline, pintora más que importante de la que Khashoggi era cliente. Antonio «el bailarín» pillaba enormes cogorzas al ser repudiado por contar su historia con Cayetana, algo que me describía con otros lances eróticos junto a Gina y El Cordobés, desahogándose de madrugada al sentarnos en el casino. También dejó aquello enfadada a Deborah Kerr, que tenía una exquisita casa a pie de Incosol a la que le redujeron el jardín para alargar el beneficioso Paseo Marítimo. Mientras tanto, Lola Flores divirtió mucho a Khashoggi las pocas veces que la vio en La Taberna que tenía en los bajos del casino, que tras un embargo se convirtió en propiedad municipal.

Allí podía pasar de todo porque Jesús Gil no tenía límites y lo aplaudieron cuando aumentó la Policía y quitó el puterío de la zona donde hoy una estatua perpetua a Jaime de Mora –hermano de la entonces reina Fabiola– que trasladó hasta allí el Piano Bar que anteriormente fracasó en la barcelonesa Plaza de Cataluña. Marbella era un refugio permisivo donde a Khashoggi le atribuían negociar con armas, algo considerado pecata minuta siendo comentado hasta con emoción en las citas benéficas de la Triple A o la Cruz Roja. Recuerdo la tercera o cuarta boda de Mae Dominguín con Jaime Pérez Bustamante, que fletaron un avión privado para llevarnos a festejarlo en Tánger. Siempre dudé de si nos utilizaron para hacer bulto –¡eramos un centenar!– y esconder, llevar o traer algo, aunque en aquella época (años noventa) las drogas no tenían tanto auge como hoy.

Repudiado y olvidado

En ese desplazamiento ganó mucho dinero adivinando futuros en sesión continua mi comadre Cristina Blanco, madre de Miguel Ángel Muñoz. Los primeros veranos alquilaban un adosado junto al Andalucía Plaza, más tarde un apartamento en la entrada de Puerto Banús y luego se hicieron vecinos, a saber por qué, de Khashoggi en su chalé con pretensiones. Ella nunca intuyó, aunque ya lo creo que sabía consultar la baraja y la baraka, que Khashoggi acabaría repudiado y olvidado por todos tras ser procesado en Estados Unidos por el escándalo Irán-Contra. También fue juzgado en Suiza, acusado de blanquear cien millones de dólares –de los cotizados a más de doscientas pesetas unidad, tiempos aquellos–, un dinero que supuestamente Ferdinand Marcos evadió de Filipinas. Estaba en todos los fregados. Su tercera esposa, ya separada pero con grandes influencias, medió en la trabajosa concesión del AVE a La Meca que nos pilla de refilón. Más datos de una vida asombrosa perdida días atrás en Londres, donde con 81 años vivía en anonimato. Dodi Al Fayed, el amante de Lady Di, con la que murió en París huyendo de una persecución periodística, era su sobrino, hijo de su hermana Samira. Toda una vida de leyenda, casi cuento de «Las mil y una noches», que dejó más que estela en la Marbella de los mejores y más cuestionados años.