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Carmen Franco: la otra memoria histórica cumple 90 años

Quedan seis meses, pero para tan jubiloso aniversario sus íntimos ya preparan una celebración el próximo 14 de septiembre

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Quedan seis meses, pero para tan jubiloso aniversario sus íntimos ya preparan una celebración el próximo 14 de septiembre

Aún quedan seis meses para tan gozoso aniversario, pero sus amigos íntimos –no muchos, en eso es reservada como su madre– ya preparan reunión jubilosa el próximo 14 de septiembre. Será cuando ese ejemplo de prudencia y de señora, siempre discreta y sin las intromisiones trincadoras que tanto retrataron a su tía Pilar, celebre tan redonda onomástica. De la «hermanísima» marginada de Francisco Franco, y de ahí su oportunismo demoledor, recuerdo una noche en Barcelona cuando la llevaron al entonces floreciente «Crazy Horse» y se dejó retratar ufana con las artistas mostrando los pechos. Escandalazo bien vendido a «Interviú». Documento doblemente histórico que no agradó en los círculos franquistas. Ella era así y tenía un descarado desparpajo muy desvergonzado que hacía perdonar sus fallos en pos de mejor situación. Nunca la propició el Caudillo, que conocía el paño, y su sobrina salió rebotada y muy de izquierdas. Descansan en paz y dejan discurrir la Memoria Histórica, que ahora pretenden deformar politicastros sin base recién aterrizados. Ahí tenemos el ejemplo madrileño de los desatinos del Ayuntamiento de Carmena, verdadero títere regidor, que otros manejan según intereses partidistas. Increíble postura y docilidad en quien fue excelente jueza.

- Derechos de progenitura

Nunca fue tentación de la duquesa de Franco, título merecidísimo –como el de Señora de Meirás a doña Carmen– con el que en su día, ojalá muy lejano, litigarán Carmen Martínez-Bordiú y su hermano Francis. Ella no está dispuesta a dárselo reclamando los derechos de su progenitura. Pero él insiste. No parecen hijos de su madre en su afán arribista de quien ya lo tuvo todo. Entre los siete hermanos Martínez-Bordiú Franco hay de todo. Algunos son alumnos significados del paterno marqués de Villaverde, nefasta influencia durante la agonía del Generalísimo. Moribundo lo retrató y vendió sus fotos a la revista que Jaime Peñafiel montó con dinero prestado. Quiso competir con «¡Hola!», del que salió despedido en los inigualables tiempos de Antonio Sánchez-Junco y lo pagó caro. A mí todavía me deben innumerables colaboraciones que, según Peñafiel, abonaban en una cuenta corriente a mi nombre que nunca vi. Impecable y siempre en su sitio, Carmen Franco ha conservado la discreción y durante tantos años nunca estuvo mezclada en ningún chanchullo, aunque algunos quisieron empañarla con el asunto de las medallas llevadas en supuesto e inventado estraperlo a Suiza. Iban en su propio bolso de mano y nunca pretendió escabullirlas. Tampoco suponían el tesoro de la Corona y sólo eran tributos reconocidos de ayuntamientos a la obra de su padre, aún tan debatido aunque ya pasaron cuarenta años de su muerte, alargada con intenciones de no perder el sillón. Algún día habrá que contarlo con bisturí. Merece una revisión sobre quiénes demoraron tal adiós, cuando Francisco Franco dictó a su única hija el testamento. Era el 18 de octubre, 32 días antes de su fallecimiento más que anunciado. Sólo confiaba en ella.

Doña Carmen permaneció dos meses en El Pardo, palacio hoy residencia de visitantes extranjeros con alcurnia, donde Carmen Franco se casó con Cristóbal, marqués de Villaverde, el 10 de abril de 1950, tras dos años relacionándola con un noble de regateado título. Era hermano del barón de Gotor y tío de Pocholo Martínez-Bordiú. Pertenecían a la rama más bohemia del clan. Conocí bien a la madre de Pocholo, la barcelonesa Clotilde Bassó y Roviralta, de estupendo tipazo y bellezón. Era muy guapa, igual que sus hijas Kucca y Clota. De la unión de Carmen Franco y Cristóbal Martínez-Bordiú nacieron siete hijos, encabezados por la luego duquesa de Cádiz que, aburrida de Alfonso de Borbón, tiró por la calle de en medio apoyada por su abuela, que no era tan inconmovible como hoy la pintan. Era su nieta predilecta; sin embargo, Franco se divertía más con Francis, al que variaron los apellidos para que hubiera otro Francisco Franco. El trueque bienintencionado indignó en algunos ambientes críticos con el régimen de los «XXV años de paz» y estabilidad. Elegancia de gestos y comportamiento. Carmen Polo y Carmen Franco eran también bellezones de aquel tiempo, siempre realzando los trajes de Pedro Rodríguez o Pertegaz, que para doña Carmen, ya septuagenaria, ideó uno en gasa amarilla, inmortalizado luego por Revello de Toro para el despacho que Juan Antonio Samaranch tenía como presidente de la diputación de Barcelona. Qué habrá sido del lienzo. Era magnífico y el último para el que el matrimonio Franco-Polo posó juntos.

Descendencia dispar

La descendencia ha tenido desigual comportamiento. Unos, los menos, optaron por mantenerse en un inteligente segundo plano: María de la O y Arantxa, sobre todo. El resto, según les ha ido. Merry se casó en el Pazo de Meirás con Jimmy Giménez-Arnau. No duraron y él fue tirando de aquel infortunio conyugal. Cristóbal dejó la Academia Militar y se casó con la estupenda José Toledo y el pequeño Jaime, malmaridado con Nuria March, que actualmente vuelve a estar sola, rota su última unión. No produce lástima. Francis hace esporádicas apariciones televisivas para defender a su abuelo, sobre todo si le pagan bien. Y no digamos de Carmen Martínez Bordiú, que lo último es su noviazgo con el chatarrero, con el que no acaba de romper. Suponen todo un documento de comportamientos varios, como las fotos que cada 16 de julio eran portada con las tres Cármenes: abuela, madre e hija.

«Mi padre no se metía en mis relaciones ni en mi vida», afirma Carmen Franco, igual que hoy hacen los pocos íntimos que la visitan en su domicilio de Hermanos Bécquer, que hasta hace años también cobijó –en otro piso, claro– a los hijos de Gotor.

La duquesa tiene mucho por contar, que silenció cuando Stanley Payne –menos cizañero que Paul Preston al evocar al Caudillo– le dedicó el libro «Franco, mi padre». Silencia más que cuenta, tal su convivencia con Serrano Súñer y su tía Zita Polo, cómo Fraga le pegó un tiro en el trasero y la reacción de su padre o detallar la forma emocionada en que tomó del Caudillo su última voluntad cuando estaba moribundo. Historia en carne viva mantenida con respeto a su propio apellido. Admirable y difícil postura, que más de uno debería tener como espejo donde mirarse. En septiembre, para el cumple, arderá Troya.