Literatura

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Martina Klein: «Como modelo típica me da la sensación de que nunca he dado la talla»

Martina Klein: «Como modelo típica me da la sensación de que nunca he dado la talla»
Martina Klein: «Como modelo típica me da la sensación de que nunca he dado la talla»larazon

No hace falta hablar de la belleza de Martina Klein. Es evidente. Incluso apabullante, por mucho que ella asegure no ser la más guapa, ni la más alta, ni la más flaca. Pero es que Martina es otra cosa. Una mujer completa, que mira desde el azul de sus ojos transparentes como si fuera a taladrar al contrario, del que siempre quiere saberlo todo, como de cualquier asunto. Es una mujer curiosa, inquieta y llena de ganas de probar y de probarse. Ahora lo ha hecho con la literatura infantil, en su primer libro, «Zaska» (Penguin Random House), aunque ya venía curtida de mil y un artículos alabados por toda suerte de intelectuales. Le digo que yo ya sabía que encerraría sus palabras en tapa dura. «Hay mucha gente que también me lo ha dicho , ¿sabes? Y yo ya escribía, y eso podía llegar a abrir otra cosa, porque es una manera digna de continuar todo esto, pero... Sus peros, y lo sé bien, porque la conozco, son sus autoexigencias, esas malvadas en las que a veces anida la inseguridad, no por falta de capacidad sino por querer hacerlo todo verdaderamente bien. «Sí, esa inquietud de escribir bien me ha frenado a escribir; y toda esa cosa de exigirme a mí misma ser buena me ha frenado en general, porque implica que hay momentos en los que te castigas y eres mucho peor contigo mismo de lo que lo serían los demás. Menos mal que al final me he dado cuenta de que la perfección no existe, porque, si no, no saldría de casa». A Martina le habían hecho ofertas para escribir libros de relatos, de sus columnas, e incluso una novela, y decía siempre que no, según cuenta, por miedo al fracaso y a no escribir lo suficientemente bien. Le digo que esa humildad no les iría mal a muchos y pone cara de traviesa y me invita a hablar de su libro. Hablamos, pues, de «Zasca». Una historia divertida y bien escrita, con tres pequeños protagonistas de 7, 9 y 11 años y una mágica aventura con magos, chisteras, conejos y varitas, nacida del error de meterse en el ordenador de una mamá. Sabía que Martina era una mujer creativa y repleta de fantasía, pero yo diría que más de uno se la esperaba de dos rombos, «Tú crees, ¿eh? No sé. Yo a veces también juego con eso y me siento un poco rara. Porque, claro, pongo en Instagram la promoción de «Zasca», con los niños de «Zasca», y al cabo de un rato uno de esos «throw back thursday» con una una foto antigua donde sales ahí con el sujetador y tal, y creo que estoy confundiendo al personal y que yo también estoy confundida; pero claro, todo eso está en nosotras. Quiero decir, somos madres, pero tenemos dos rombos, y a mucha honra». Sin embargo, aunque quizá le hubiera sido más fácil tentar a los lectores más mayores, Martina, de momento, se ha decidido por el territorio infantil. Y tiene motivos para estar contenta. «Igual me encasillo y ya no puedo salir nunca más –dice con otra sonrisa suya, de esas que eclipsan los rayos de sol que entran por la ventana–, porque además de éste ya tengo otro escrito, que estamos editando, y estoy escribiendo el tercero». Le digo que igual se convierte en la Enid Blyton del siglo XXI y me contesta con un «que Dios o quien tú quieras te oiga. Igual seguimos el crecimiento de estos protagonistas en esa aventura. No sé. Lo que suceda a partir de aquí ya es bueno. Sobre todo porque, de haber saltado desde este trampolín, se me están quitando otros miedos». Le digo que son unos miedos curiosos los suyos. De esos que frenan y a la vez impulsan. Porque ella nunca se quedó sólo en lo de «top model». Martina, la miedosa –podría ser otro personaje en sus libros de «Zasca»– se ha atrevido a contar chistes, interpretar, escribir, presentar programas y hasta libros de sus más admirados autores. «Pues sí. Es por donde me ha llevado todo esto. Y también por donde me he movido. Es decir, cuando he conocido a gente que merece la pena, me ha gustado estar a su lado. Procuro rodearme de la gente a la que siempre he admirado. Gente intelectual, gente interesante. Y, de alguna forma, uno al final se parece a lo que persigue. O sea, yo estaba leyendo los libros de Juanjo Millás hasta que él me dijo: “Me quieres presentar el libro”. Y yo dije:“¿Perdón?” Ésas son las cosas que me han ido pasando, y yo me encuentro a gusto en este círculo. Sobre todo porque como modelo típica me da la sensación de que nunca he dado la talla. De verdad que no soy ni la más alta, ni la más flaca, ni la más guapa ni la más fotogénica, pero todo el conjunto de pluses que hemos ido metiendo, de cosas que no vienen a cuento, como que me guste escribir, opinar, o desmitificar, me han convertido en lo que soy. Y desde aquí, claro, sigo siendo absolutamente consciente de que la perfección no existe». Pues después de hablar de los libros de su infancia, de cómo ha sido capaz de volver a empezar para luchar por un amor y una familia, de lo hiperprotectora que es como madre, y sobre todo de su capacidad para aprovechar sus talentos casi sin pretenderlo –«soy contra fóbica, lucho contra el miedo de estancarme tirando ocho pasos para adelante, aunque luego mire para atrás y me acojone»–, casi lo parece. O mejor: parece buena y no perfecta. Y, como dijo Shakespeare –y eso que Martina entonces no había nacido–: «La perfección es enemiga de lo bueno».