Sociedad

Sexo por ayuda: las crudas revelaciones del «caso Criado»

La fachada de la consulta del doctor Javier Criado
La fachada de la consulta del doctor Javier Criadolarazon

Esta semana, ocho mujeres han presentado una denuncia contra el psiquiatra por presuntas prácticas «vejatorias y degradantes». LA RAZÓN accede al escalofriante relato de estas mujeres.

Treinta y dos mujeres perversas, inmorales, crueles, treinta y dos a las que, por el torrente sanguíneo sólo les circula maldad. No se conocen entre ellas, pero se han puesto de acuerdo para destruir el prestigio del psiquiatra Javier Criado. ¿Cómo? Inventándose falacias sobre él. ¿Con qué motivo? Por puro placer. Eso, o la alternativa es mucho más aterradora: que estén contando la verdad. Lo que significaría que, desde 1979 el doctor, aprovechando su condición de psiquiatra y la fragilidad emocional de sus pacientes, puede haber estado abusando sexualmente de un grupo de mujeres de la alta sociedad hispalense, algunas de ellas muy conocidas. Ellas buscaban ayuda clínica, él les daba sexo no consentido. De momento, ocho de ellas le han denunciado en el juzgado por (sumando las denuncias) cinco delitos de abuso sexual, uno de inducción al suicidio, otro continuado contra la integridad moral, por intrusismo y omisión del deber de socorro. Los relatos de sus presuntas víctimas, a los que LA RAZÓN ha tenido acceso, hablan de un ser amoral y despreciable capaz de cualquier cosa por satisfacer su ánimo libidinoso.

Su primera víctima acudió a consulta en 1979. Era menor de edad. En cuanto la joven se sentó en el diván, Javier Criado la abordó de forma abrupta y basta: «María –todos los nombres de este artículo son falsos para proteger la intimidad de las víctimas–, ¿eres multiorgásmica? ¿Te gustan los orgasmos? Anda, túmbate y te hago el amor ahora mismo». María salió corriendo de la consulta. Un año después, Silvia acompañó a un primo a ver al doctor. Después de casi cinco años de tratamiento, Javier Criado llamó a la mujer y la citó a solas en su clínica. «Te he citado para decirte que tu primo evoluciona muy mal», le dijo. Silvia rompió a llorar asustada. «Él se levantó del sillón y se acercó a mí. Me cogió de los hombros para consolarme, pero de repente me encontré que sus labios casi se incrustan en los míos. Lo empujé y me fui de allí como pude. Asustada y nerviosa. Durante un tiempo lo pasé fatal», reconoce. Sufrió episodios de ansiedad y a veces rompía a llorar sin causa aparente.

Fueron sus primeras víctimas. Es curioso porque Javier Criado terminó la carrera de medicina el 28 de mayo de 1979. Por entonces, para poder ejercer la especialidad de psiquiatría, había que cursar cuatro años más de estudios. Extrañamente, él lo logró sólo en tres y desde antes de conseguirlo ya ejercía como tal. Así consta en la denuncia presentada contra él esta misma semana. En ella se aportan documentos que no sólo demuestran este hecho, sino que prueban que el médico pudo ser pionero en esta costumbre tan española de hinchar el currículo y otorgarse méritos falsos. Ni fue colaborador honorario de la Universidad Complutense de Madrid ni colaborador honorífico del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina ni médico jefe del departamento de Unidad de Día de la Clínica López Ibor.

Alta, rubia y guapa

Con el tiempo, Javier Criado fue perfeccionando su método. Controló sus desbocados deseos y comprendió que si daba más tiempo y se ganaba la confianza de sus pacientes, obtendría mejores resultados. En 1990 Fulgencia, de 24 años, acudió a pedirle ayuda a su consulta. A Criado casi se le salen los ojos de las órbitas: alta, rubia y guapa, una de esas mujeres que giraba o hacía torcer los cuellos de los varones cuando se cruzaba con ellos. Cuando le preguntó qué le ocurría rompió a llorar de forma incontrolada. Un llanto lleno de tristeza. Durante las primeras sesiones fue incapaz de articular palabra ni contar qué pesares la atormentaban. Él la observaba impertérrito y para llenar los silencios decidió alardear de su fantástico tren de vida y de la fama que atesoraba: le describió su barco, sus coches, su apartamento en la playa, le habló de los artículos que escribía en un periódico de tirada nacional, de las tertulias con sus hermanos cofrades de la Hermandad de la Pasión, donde era un miembro destacado, incluso del trato que mantenía con otras pacientes. Así fue rellenando sesiones con Fulgencia, que observaba deslumbrada el fantástico nivel de vida y la aceptación social que su psiquiatra tenía en la sociedad sevillana. Ella, que traía una mochila llena de trastornos mentales, comenzó a idealizarle y se abrió a contarle todo, confiando en él para que fuese pastoreando su vida. Según consta en las actuaciones, Javier Criado se aprovechó de esa idealización y comenzó poco a poco su asedio: primero a hablarle de sexo, después a besarla en la boca, para seguir tocando su cuerpo de manera morbosa, obligándola a ella a hacer lo mismo con él mientras la comentaba que su excitación era culpa de ella. Fulgencia reconoce: «Me sentía culpable, sucia, me abordaba el pánico, pero era mi salvador y me convenció de que sólo a través de la practica sexual con él mis males tenían remedio». La particular terapia duró unos años. En ese tiempo la subyugó de tal forma que logró mantener relaciones sexuales con ella, aunque Fulgencia se convirtiese en una estatua. El doctor llegó a declararle su amor, la invitó a beber, aunque estaba contraindicado con su tratamiento farmacológico e, incluso, ante las dudas de ella, la animó a casarse con su novio de toda la vida: «Despósate con él, mujer. Luego ya te dejaré yo embarazada, pero cuando nazcan no puedes decirle a nadie quién es el padre». Un buen día Fulgencia se sintió tan humillada por el trato del doctor Criado que no regresó. Sus trastornos mentales se agudizaron pero, a pesar de ello, no acudió a pedir ayuda a ningún especialista. Tenía fobia a los psiquiatras y miedo a que todos se comportasen como el doctor Criado. Sus males se convirtieron en crónicos y hoy sigue padeciéndolos.

Liberarse de la culpa

La historia se repitió con muchas pacientes; a unas les ofreció hacer tríos, a otras las hizo sentirse como prostitutas, siempre aprovechando su situación de superioridad psicológica sobre ellas. Una le anunció que pensaba contarle lo sucedido a su marido durante los años de tratamiento. Necesitaba liberarse de la culpa que permanentemente le estrujaba las entrañas. «Si se lo confiesas, perjudicarás a tus hijos. ¿No son lo que más quieres? Se hará público y os rechazarán en tu entorno social a ti y a toda tu familia. Ya te advierto, nadie te va a creer». El miedo a convertirse en una paria y a que sus problemas alcanzasen a sus vástagos la impulsó a cortarse las venas. Sobrevivió al intento de suicidio, pero su matrimonio saltó por los aires.

Hubo una vez que una paciente agobiada por los problemas familiares, lastrada por sus miedos y la depresión, acudió a pedirle ayuda. En la denuncia se sugiere que a Javier Criado no le pareció que la paciente fuese apetecible sexualmente y para quitársela de encima le dijo: «Quintina, ¿qué? ¿Qué tú has nacido para tocar las pelotas o qué? Anda lárgate. Ni se te ocurra volver a llamar a mi timbre. Que te aguante tu marido, pesada», la espetó antes de acompañarla a la puerta y cerrársela ante sus narices. Aquel rechazo agravó los trastornos que ya padecía, haciéndola sentir que no valía nada y, aunque han pasado 30 años de aquello, Quintina sigue bajo tratamiento.

Mientras, el doctor Javier Criado continúa ejerciendo, sin que nadie haya tomado ninguna medida cautelar y sin que su consulta haya sido cerrada cautelarmente. Sus víctimas lo han denunciado para que se haga justicia y porque no quieren que ninguna mujer sufra lo que a todas ellas tanto daño les ha hecho. Eso, o todas mienten, por placer.