Historia
Una amistad a prueba de balas
Se conocieron en unas prácticas de artillería y reforzaron su lazo de amistad alrededor de la caza. Un volumen recoge ahora las fotografías del marqués de Viana y de Alfonso XIII durante las monterías a las que acudieron juntos. Un álbum que permite ver al monarca español y a uno de sus más estrechos colaboradores en sus ratos de ocio.
Se conocieron en unas prácticas de artillería y reforzaron su lazo de amistad alrededor de la caza. Un volumen recoge ahora las fotografías del marqués de Viana y de Alfonso XIII durante las monterías a las que acudieron juntos.
Su nombre era José Saavedra y Salamanca, pero el II marqués de Viana, que era el título que poseía, era más conocido entre sus amigos como Pepe Viana. Había quedado huérfano de padre y madre a una edad temprana, a los siete años, una circunstancia que le afectó en lo personal, pero que no impidió que se forjara una personalidad firme y un carácter afianzado en los valores latentes que se habían cuidado en el seno de su familia. Se licenció como artillero en 1890 en la academia de Segovia, una experiencia que inculcó en su espíritu una férrea voluntad castrense y un alto grado y consideración hacia los deberes y las obligaciones. Su historia cambió en el curso de unas maniobras militares que se estaban haciendo en la escuela de artillería. Allí se encontró con Alfonso XIII, y, desde el momento en que entablaron amistad, se volvieron inseparables, como cuenta ahora el libro «El marqués de Viana y la caza», que publica la editorial Turner y que recoge una gran cantidad de imágenes desconocidas y poco vistas del monarca español durante sus ratos de descanso.
En aquella época, la caza todavía era una práctica corriente, una extensión del ocio y gozaba de buena fama. Pepe Viana fue nombrado caballerizo y montero mayor de Alfonso XIII en 1906, «cargo de una gran tradición en la monarquía española y uno de los cuatro puestos más importantes de palacio, junto con el de sumiller de corps, mayordomo mayor y jefe superior», como afirma Juan García-Carranza Benjumea en uno de los textos que acompañan este volumen. En esta introducción se recoge la descripción que el duque de Saint-Simon hizo sobre este cargo en sus memorias: «El que lo ostenta es siempre Grande de España, de los más considerables o de los más acreditados. Tiene a su cargo toda clase de cacerías, sin excepción, y cuanto depende de ellas, y es el administrador nato de Balsain, del Prado, de la Torre de Parada y la Zarzuela, casa de recreo del rey (...). Dispone de todos los gastos de la cuadra y de las cacerías. El caballerizo mayor recibe las ódernes del rey, y no rinde cuentas más que a su persona. Es el único que tiene derecho a ir por Madrid con tiro de seis caballos o mulas».
La práctica cinegética contaba con una serie de cotos y montes para este uso que Alfonso XIII visitaría de manera esporádica y siempre que se lo permitieran sus compromisos. Según cuenta el propio García-Carranza Benjumea, «Viana fue quien fomentaría en el rey su gran afición a la caza, tanto con escopeta como con rifle. Si bien el primero preferiría la caza mayor, el rey preferiría la menor, aunque acabaría siendo también gran tirador en monterías». Este libro supone, a este respecto, una memoria del esplendor que tuvo la caza en el primer tercio del siglo XX, cuando en todo el territorio español aún se conservaban fincas para ejercitar este deporte, y, a su alrededor, se reunían los principales hombres del país. La caza, a diferencia de hoy, no era un lance de una jornada. Se extendía durante varios días y las presas, en un momento en que no existía ninguna restricción, iban desde el ciervo y el jabalí hasta el oso.
Durante 23 años, el marqués de Viana fue un amigo leal de Alfonso XIII. Eduardo Figueroa y Alonso-Martínez, conde de Yebes, comentan algunos escritos de los cuadernos que se conservan de Pepe Viana. Sobre el apunte que reza «24 julio 1915. Santander. Salimos con S. M., que mató un oso», dice: «Recuerdo este oso que mató en la montaña el Rey, para descanso y respiro de sus incondicionales montañeses santanderinos». Y, sobre la nota del 3 de octubre de 1915, en la que se lee «cazamos en El Pardo y soy atropellado por la real persona», escribe: «Indudablemente, alude a alguna de aquellas clásicas e inefables broncas entre S. M. y Viana: broncas que muchas veces éste se ganaba de antemano, a sangre fría, y sabiendo previamente lo que iba a suceder». Estas líneas reflejan la relación y la confianza que existía entre ellos y que quedan reflejadas en las fotografías, que son unos extraordinarios documentos gráficos. Aunque los tiempos han cambiado, la afición al deporte cinegético ha caído y las especies están lógicamente protegidas para evitar su extinción, hay que recordar, como subraya Figueroa, que «gracias al Rey se salvó lo que hoy es el incomparable Coto de Gredos y su Capra Pirenaica Victoriae».
El marqués de Viana cuidaba hasta los más mínimos detalles y, a través de su primo Rodrigo, marqués de Villalobar, destinado a la embajada española en Londres, pedía cartuchos de la marca Eley para proveer de munición a Alfonso XIII. En una carta de 1909, que cita Juan García Carranza, se lee: «Dile a Purdey que todas las cuentas que tenga del rey me las mande a Madrid, como siempre hizo, que aquí se le harán efectivas». Como se cuenta en este libro, tanto el marqués de Viana y el marqués de Villalobar desempeñan un importante papel al lado de Alfonso XIII. De hecho, Villalobar tendría influencia en la boda de los reyes y «en la conversión al catolicismo de la reina». Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Villalobar resultó esencial para que nuestro país desempeñara un gran papel humanitario en las naciones que no habían podido escapar al conflicto. Una tarea que después muchos países tuvieron la oportunidad de agradecer.
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