Poesía

Luis Antonio de Villena: «Si roba un político se le abuchea, pero si es un futbolista la gente calla»

Poeta. Es la definición que prefiere. Ensayista, también. Sus nuevos libros le delatan. Tiene siempre los oídos abiertos y los ojos de par en par para no perderse nada. Dice que Madrid está más muerta que nunca sin despeinarse ni apearse de su eterno foulard

«Los políticos... Pablito Coleta es un leninista, un bolchevique camuflado»
«Los políticos... Pablito Coleta es un leninista, un bolchevique camuflado»larazon

Luis Antonio de Villena, poeta. Es la definición que prefiere. Ensayista, también. Sus nuevos libros le delatan. Tiene siempre los oídos abiertos y los ojos de par en par para no perderse nada. Dice que Madrid está más muerta que nunca sin despeinarse ni apearse de su eterno foulard

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), poeta, novelista, ensayista, traductor y humanista, disecciona sin piedad la fealdad de un presente grotesco. Entre sus últimos libros están los centelleantes y melancólicos poemas de «Imágenes en fuga de esplendor y tristeza», y el volumen de memorias «El fin de los palacios de invierno (Recuerdos de infancia y primera juventud, 1951-1973)». Dialogar con Villena es siempre un ejercicio gozoso.

–Larra decía que escribir en España es llorar; usted lo actualizó: escribir en España es limosnear.

–En España sufrimos un caso extraño. Ha sido, al menos desde el XIX, un país con un nivel cultural muy bajo. Había una cultura, unos productores de cultura, de gran nivel, es el país de Goya, Picasso, Cervantes, Lorca, Góngora... pero el público consume muy poca cultura. Por otro lado, el peso del idioma es muy fuerte, pero el intercambio de libros entre la América hispánica y España es muy malo y ese mal funcionamiento de los libros, unido a la pobreza numérica de lectores, provoca que el español, que podría tener un campo de lectores similar al del inglés, se pierda, al ser muy pocos los libros que se intercambian entre España y México, o España y Colombia, etc., y así al escritor mexicano no le publican en España y viceversa, con contadas excepciones.

–Casi parece que nos boicoteamos a nosotros mismos, mientras nuestra clase política habla de España y alardea del idioma español...

–Nuestros políticos son un desastre. De la derecha a la izquierda, todos desastrosos. Rajoy es un soso y el Pablito Coleta un leninista, un bolchevique camuflado. Ninguno habla jamás de cultura. No cabe esperar nada de nuestra clase política.

–¿Siempre fue así?

–Bueno, por lo menos en la época de Felipe González el Estado se ocupó de la cultura. El Ministerio de Asuntos Exteriores, lo recuerdo muy bien, pagaba conferencias de intelectuales españoles en EE UU, incluso cuando todavía no existía el Instituto Cervantes, que por cierto, cuando comenzó funcionaba de forma admirable, pero llegó la crisis, y hoy el Cervantes se ha convertido en una academia de idiomas. De modo que estamos en una situación culturalmente muy pobre. Y nadie busca soluciones. Volviendo a la primera cuestión, sí, escribir en España es limosnear. Si se tratara de un país con una cultura pobre, pues en fin. Pero sucede en un país con una cultura importante, una de las cuatro más importantes del mundo, y hablo de la cultura en español, de los países hispánicos.

–A todo esto se añade un fenómeno global, el de internet y el hundimiento de buena parte de las industrias culturales mientras empresas como Google viven de los contenidos ajenos.

–A Google nadie le hace competencia. Se la ha comido, pero bueno, es una empresa americana, con todos los defectos de EE UU.

–¿Por ejemplo?

–El puritanismo. Yo tengo una página web donde me han censurado. Me han borrado dos pinturas, dos desnudos, y luego me han preguntado, ¿qué le parece? Pues muy mal, pero da igual, y esto es muy general. Google, con todas sus virtudes, es finalmente un producto típico de los EE UU, un país abominable. Nunca me ha gustado. Siempre recuerdo que Paul Bowels, que era neoyorquino, me dijo un día en Tánger que el último sitio donde viviría era EE UU. Pero nos desviamos.

–Volvamos entonces a España. ¿Hay motivos para el optimismo?

–Dicen que estamos saliendo de la crisis. ¿De verdad? A mí me rebajaron los sueldos un 20% en el 2009 o 2010, y ahí siguen. Nadie me ha dado más dinero. Lo que me quitaron, lo que nos quitaron, no nos lo han devuelto. ¿La crisis está en vías de resolverse? Yo sigo ganando un 20% menos, de modo que me río del PP y de Podemos, de su demagogia. Que se vayan todos a hacer puñetas. Pablito Iglesias lo es, y Rajoy todavía no ha solucionado nada. Quizá la macroeconomía haya mejorado, pero la microeconomía no. Esto, en el mundo cultural, se agudiza hasta extremos terribles. Hasta hace veinte años era posible plantearse vivir de la literatura, y ahora es casi imposible, sobre todo para los jóvenes. Si algún joven me pregunta le digo que ni lo sueñe. Lo que se paga roza la miseria, y si te quejas te dicen que se vende poco. Un autor que hoy vende 5.000 ejemplares es una maravilla. ¿De verdad? ¿En un país de 40 millones de habitantes?

–¿Pero no corremos el peligro de recluirnos en la melancolía, en la nostalgia?

–El mundo es muy imperfecto, la raza humana lo es, y a largo de la historia la mayoría de la gente ha vivido mal, exceptuada una minoría. Sólo que ahora hablamos de democracia y de igualdad. Y la democracia que nos están dando es de tipo basura, y la igualdad es la del tipo Podemos, que pretende convertir a los descamisados en una ideología. No, perdone, el descamisado es alguien al que le ha ido mal, no una ideología. Los descamisados aspiraban a triunfar, y cuando aplaudían a Evita Perón, con sus joyas y sus trajes, era porque veían en ella a una de los suyos que había triunfado.

–Mientras que ahora los suyos, los teóricamente suyos, tratan de halagarles vistiéndose como ellos.

–Mire a Pablo Iglesias, que va en camisa. Un profesor universitario, diputado, que ganará varios miles de euros al mes y se viste de pobre, acaso porque imagina que la apariencia tiene que ver con las ideas. No hace falta que paseen como príncipes, pero por favor, un poco de dignidad, ustedes representan a una colectividad. De todas formas la izquierda que yo conocí cuando estudié en la universidad tiene poco que ver con esta. La extrema derecha de entonces no existe, aunque existe una derecha de carácter moral que me parece terrible, y la ultra izquierda ya no es aquella izquierda del antifranquismo, o la de la contracultura, sino que está compuesta por unos señores descamisados, disfrazados de pobres para hacer populismo y demagogia.

–Siempre nos quedará el deporte, el futbol.

–El fútbol es uno de los grandes escándalos nacionales. Que los políticos presuman de futboleros me avergüenza. En un país en el que unos tipos que dan patadas a un balón viven como supermillonarios mientras, por ejemplo, un investigador de prestigio malvive... Y si el futbolista no paga a Hacienda, encima, le aplaudimos a la puerta del juzgado. Si roba un político se le abuchea, muy bien, pero si es un futbolista callan. Al final volvemos al problema esencial, al bajo, bajísimo nivel educativo y cultural.

–Hábleme de Madrid, su ciudad, y de aquellos años ochenta a los que dedicó una novela, «Madrid ha muerto».

–Fueron años muy divertidos, aunque la Movida no fue un fenómeno literario, cultural sí, no literario. Hicimos literatura sobre la Movida cuando ya había desaparecido. Mi libro, por ejemplo, fue publicado en 1999. La Movida fue un fenómeno aliterario, salvo los artículos en revistas como «La Luna de Madrid», o «Madrid me Mata», donde el elemento gráfico era más importante que el escrito. Eso sí, fue un Madrid muy liberal y moderno, y lo echamos de menos.

–¿Madrid sigue muerta?

–Incluso más que cuando publiqué la novela. A excepción del fin de semana, que es el botellón, tan atropellado y vulgar.

–Aunque usted siempre ha imbuido de autobiografía muchos de sus libros, no es hasta «El fin de los palacios de invierno (Recuerdos de infancia y primera juventud, 1951-1973)», que publica el año pasado, que se decide a afrontar un libro de memorias propiamente dichas.

–Es cierto que a lo largo de los años había abordado capítulos autobiográficos, a veces en libros limitados a una sola circunstancia, a un lugar, también había novelizado otros, pero este proyecto es distinto, más amplio. La primera parte está dedicada a mi familia, y luego ya la adolescencia y la universidad. En todo el libro sobrevuela la figura de mi madre, pero yo escribí el libro cuando ella todavía vivía. Finalmente se publicó pocos meses después de que muriera. Muchas de las cosas que me contó –su relación con mi padre, por ejemplo, malísima, porque él fue un hombre muy mujeriego, que tenía queridas; hablo de ellas con cuidado– Sabía que a ella no le iba a gustar verlas publicadas. Por eso no hay un capítulo específico dedicado a mi madre, aunque le dedico el libro.

Mar o montaña

Un barco de fondo suspendido en el mar es la elección de De Villena, que posa en las escalinatas del Hotel Intercontinental. ¿Lee usted LA RAZÓN?«A veces. Alguna vez leí todos los periódicos, y he tenido amistad con Alfonso Ussía», dice.