Miguel Ángel Perera
Miguel Ángel Perera: «Nuestro amor propio hace que restemos importancia a las cornadas»
Se ha desenganchado del smartphone; el retorno al tú a tú de un hombre que sabe mirar de frente al miedo
Habla recién despertado de una siesta a deshoras. Ha llegado de madrugada a Francia y está en plena ruta. Torea hoy, mañana, pasado... La vida de un torero. Al revés que la mayoría y en ese proceso eterno de seguir reinventándose para no perder la onda. En la cima «también necesitas los triunfos, aquí no vale venir a pasar el rato». Cuenta con 11 años de alternativa y conoce bien lo que es el éxito y los momentos duros. Y más en el camino de la independencia. En ese difícil equilibrio se desenvuelve.
–¿Todos los días tiene el cuerpo igual para jugarse la vida?
–Qué va. Y de ahí que se insista tanto en la preparación, en la mentalización... Para intentar lograr el mayor número posible de ocasiones que tu cuerpo esté al servicio del toreo.
–¿Cómo se superan tantos viajes sin morir en el intento?
–Pues es curioso, pero al principio de temporada están las ferias más distanciadas pero ahora que vas empalmando una con otra, a mí me hace ilusión hacer la maleta y saber que los próximos quince días voy a estar de aquí para allá, aunque a veces sean viajones los que nos pegamos. Al final coges la rutina y sabes que toreas en una plaza, te duchas, comes algo y emprendes camino. Llegas de madrugada e intentas dormir como puedes. Yo tengo suerte y consigo dormir en el coche.
–¿Alguna vez en ese descontrol no ha sabido ni dónde estaba?
–Pocas pero alguna vez ocurre que te despiertas de madrugada y necesitas un tiempo para saber dónde estás. De pronto, tienes la ventana al lado contrario que el día anterior.
–¿Cuál es ese momento en el que el miedo es más difícil de llevar?
–Para mí los previos a salir el toro. Cuando ya te va a tocar tu turno. Es una sensación extraña, porque es cuando el miedo es más intenso y a la vez estás deseando salir y tener contacto con el animal.
–¿Y una vez que sale se le pasa?
–Ya has puesto la cabeza a funcionar y ves las condiciones del toro para bien y para mal.
–¿Se pasa más miedo ahora o en los comienzos?
–Yo creo que hay un poco de todo. Al principio la ilusión te mueve y quizá ahora sea la experiencia la que te hace sobreponerte.
–¿Nunca le ha ganado la partida?
–Eso será el indicativo de que hay que irse. Todavía no ha llegado el momento en el que el miedo me pese de verdad y me cueste hacer el esfuerzo de salir de casa.
–¿Se lleva más cuesta arriba jugarse la vida siendo padre?
–Antes de serlo yo veía a mis compañeros y me daba cuenta de que no les afectaba. Ahora lo puedo decir: no, es al contrario. Es lo que ayuda a estar más feliz, más ilusionado... Eso sí, se tienen más ganas de volver a casa.
–¿Se sufre mucho cuando hay que dar un paso más y arriesgar para diferenciarse del resto?
–Depende. Cuando uno está en sazón sale casi de manera natural; el esfuerzo te cuesta menos y además te hace sentir positivo.
–¿Y cuando no se está?
–Entonces, el toro regular es malo y todo es un muro inmenso.
–¿Y cuando el día se convierte en racha?
–Ahí se pasa muy mal. Hay baches que no te embisten los toros y eso te acaba afectando anímicamente y hace que te sea más difícil superar las complicaciones. Y si encima encadenas una mala etapa con la espada...
–¿Una figura depende también del triunfo?
–También lo necesita para mantenerse. Hay que llevar a cabo una reafirmación diaria de quién eres y dónde estás. No se puede salir a la plaza a pasar el rato o esperar a que el toro embista.
–¿Cómo se celebra un triunfo?
–Salvo en plazas muy importantes como Madrid, Sevilla o Bilbao no hay mucho lugar a la celebración. Pero los triunfos que son tan sufridos por lo deseados que son y porque ocurren pocas veces a lo largo de la carrera, entonces sí que los celebro como algo especial. El resto ayuda a que la cena sea más alegre y el viaje más llevadero.
–¿Busca la soledad después de un fracaso?
–Intento estar solo. Por eso los días de corrida procuro no hacer planes para después. Si las cosas no han salido bien, igual el ánimo no está para mucho.
–Pero así está supeditado a los resultados del día a día.
–Es verdad que, aunque mi vida depende del toro, no se debe llevar hasta los extremos; en realidad, hay que entender que las cosas pueden salir bien o mal... Pero no siempre se consigue.
–¿Qué duele más la cornada o una bronca?
–La cornada es la cornada. Es físico y muy doloroso. La bronca no la quiere nadie, pero las cornadas tampoco, aunque las asumimos como parte de la profesión.
–Entonces, a pesar de que dicen que son de otra pasta, duele.
–Ponemos el umbral del dolor muy alto, excesivamente arriba, porque a veces nosotros mismos le restamos importancia, precisamente por esos gestos de amor propio, de hombría...
–A estas alturas de la vida, ¿por qué se la juega?
–Por vocación. Es el sueño de niño. Soy feliz cuando me visto de torero y haciendo lo que hago. Necesito sentirme así para estar feliz en mi vida diaria como padre, amigo, marido... No entiendo la vida sin esta profesión a pesar de todos los temores.
–¿Qué está pasando con los toros y la política?
–Nos hemos dejado, confiados en la grandeza del espectáculo en sí, y hemos cometido el error de que se utilicen los toros como arma política. Y por eso a algunos que están en contra de la Fiesta se les ocurre la brillante idea de suprimirlos sin pensar en la gente a la que le gustan, la que vive de esto o el impacto socioeconómico que genera al Estado.
–¿Entiende a un antitaurino?
–Entiendo a alguien al que no le gusten los toros. Pero no entiendo el radicalismo, ese estás conmigo o contra mí.
–¿Y como profesional se siente agredido?
–Sí, y estamos desamparados. Cuando se manifiestan en tu cara y encima con insultos, eso ya no es una manifestación sino una provocación.
–¿Y a un animalista?
–No van a venir a contarme qué es querer a un animal. En mi casa tengo vacas, caballos, siete perros, cochinos y es un paraíso para los animales...
–¿Qué le da más miedo el toro o la política?
–La política, sin duda.
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