Ciencias humanas
¿Por qué no recordamos nuestra tierna infancia?
El cerebro debe escoger entre gastar energía en crecer o en guardar acontecimientos
El cerebro debe escoger entre gastar energía en crecer o en guardar acontecimientos
Sí, tenemos recuerdos de cuando éramos niños. Pero, evidentemente, desde una cierta edad. Nadie puede recuperar memorias de cuando era bebé. La lactancia, los primeros pasos, la primera vez que se comió una papilla, el sabor del biberón...
Los motivos de esta amnesia infantil han sido muy estudiados por disciplinas de todo tipo. Freud, siempre pensando en lo mismo, hablaba de la «represión de las primeras experiencias sexuales» como causa de este olvido. Otros expertos han buscado razones más técnicas para explicarlo. Quizás la memoria no comience a desarrollarse hasta que los bebés generan su primera autoconciencia. O dependa de la formación de las estructuras básicas del lenguaje...
Ninguna de estas teorías ha podido ser confirmada. Pero una hipótesis reciente parece haber encontrado mayor número de aplausos. Fue propuesta por dos neurocientíficos del Hospital Infantil de Toronto al caer en la cuenta de que los seres humanos no somos los únicos animales que sufrimos esta laguna de nuestra más tierna infancia. Los ratones y los simios comparten el fenómeno. Se sabe porque olvidan prácticas mecánicas que se les enseñan cuando son bebés. ¿Qué peculiaridad es equivalente a estos tres seres (humanos, ratones y simios)?. Según estos expertos, la rapidísima expansión del número de neuronas en las primeras fases del desarrollo cerebral.
Para comprobar esta tesis, los expertos manipularon la ratio de crecimiento neuronal de ratones de laboratorio, sobre todo en el hipocampo: el área del cerebro encargado de grabar sucesos biográficos. Curiosamente, los animales a los que se les ralentizó el desarrollo neuronal registraron una mejor memoria a largo plazo.
Al parecer, el cerebro del bebé es escenario de una frenética carrera de creación de conexiones neuronales. Este frenesí interrumpe los circuitos cerebrales encargados de guardar recuerdos biográficos. De algún modo, el cerebro debe escoger entre gastar energía en crecer o gastarla en guardar acontecimientos como el sabor del chupete o el primer pañal. Con la edad, ambas funciones se compensan, aunque seguimos borrando muchas experiencias diarias. Nos guste o no, la mayoría de las cosas que nos pasan cotidianamente son realmente inútiles. Imagine que no pudiéramos olvidar nada, que tuviéramos registro de cada vez que nos ha picado la planta del pie y nos hemos rascado, de todos los rostros de las personas con las que nos hemos cruzado, de cada cartel que hemos leído o los pasos que hemos caminado. No podríamos vivir con tanta información. Nuestro cerebro aprende a borrar antes de lo que aprende a recordar.
✕
Accede a tu cuenta para comentar