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Rappel: «No quise que Franco me pagase el día en que le eché las cartas»

Seguro que en cualquier país del mundo hay cientos de adivinos; en España es invocar el nombre de Rappel y todos coincidimos en el más allá. El creador del personaje es tal cual, casi desde que nació

Rappel: «No quise que Franco me pagase el día en que le eché las cartas»
Rappel: «No quise que Franco me pagase el día en que le eché las cartas»larazon

Seguro que en cualquier país del mundo hay cientos de adivinos; en España es invocar el nombre de Rappel y todos coincidimos en el más allá. El creador del personaje es tal cual, casi desde que nació.

Seguro que en cualquier país del mundo hay cientos de adivinos; en España es invocar el nombre de Rappel y todos coincidimos en el más allá. El creador del personaje es tal cual, casi desde que nació. La gitana que le vendía golosinas a la salida del colegio de jesuitas fue su primera profesora de artes adivinatorias y ahora, con su uniforme de túnica de leopardo, él es el gran maestro. Cuando va con sus tres hijos, son ellos los que le llaman la atención para que sea más discreto, pero es una palabra, junto a la de sencillo, que no existe en su vocabulario. No le han diagnosticado el síndrome de Diógenes, asegura, sino que tiene amigos agradecidos y posee una desaforada manía por comprar de todo, de ahí que sus casas sean tan recargadas como su puesta en escena; y eso le llena de «orgullo y de satisfacción». Lleva 50 años adivinando el futuro, aunque empezó trabajando de aprendiz de modisto con Balenciaga, que era como su tío porque fue el mecenas del próspero negocio textil de su familia. De ahí, también, su amistad con la abuela de Felipe VI, que seguramente no sabe que muchos regalos de reyes de su infancia los elegía Rappel.

¿Usted siempre fue raro?

¿Cómo raro? Siempre me ha gustado vestirme diferente. En un principio iba raro porque empecé a coserme blusones en mi época de modisto. Soy distinto, y me gusta. Me han dicho que era estrambótico, pero nadie me ha insultado nunca y el mejor piropo fue el del creador de El Corte Inglés, don Ramón Areces, amiguísimo mío, que dijo: «Si hay una persona que admiro, que ha sabido vender bien su imagen, ese es Rappel».

¿Sus hijos le entienden?

Mis hijos son los más clásicos del mundo. El chico lleva unos pantalones hasta la rodilla y las chicas, bañadores enteros, mientras que yo voy con mi tanga con el culo al aire. Mi hijo me dice: «Papá, qué valor tienes». Yo le veo ridículo a él. Voy por la calle con un pantalón corto que me llega por la ingle, algo que mi hijo eso no se pondría ni para bañarse solo.

Entonces, ¿sus hijos han salido a la madre?

Me separé de mi mujer hace lo menos treinta años y mis hijos han vivido conmigo siempre, pero me han salido clásicos. Un día, viviendo aun todos juntos, tuve que ir a un acto formal y me puse un traje de chaqueta azul marino, con chaleco y corbata, y cuando salí del dormitorio mi hija le gritó a mi mujer: «Mamá, papá se ha vestido de señor raro».

¿Fue motivo de separación matrimonial?

No, es que éramos muy diferentes. Toda la vida he sido así y me ha gustado porque me visto para mí. Disfruto como soy. Mis amigos me dicen que si tuvieran el valor de ponérselo vestirían también así. No me avergüenzo, me miro al espejo y me gusto.

¿Por la calle nunca le han insultado?

No, nunca. La gente me acepta y me quiere así como voy, que es lo más bonito. El minimalismo no existe en mi diccionario. Mi casa es barroca porque a todo lo que me regalan siempre le encuentro sitio.

¿Será un gen de algún antepasado?

No lo sé, pero de los que yo he conocido no, porque mi padre era un señor muy clásico y mi madre una señora muy divertida, pero vestía de Balenciaga. He salido de no se sabe dónde. Una vez le quise regalar la habitación a uno de mis nietos y mi hermana me dijo: «Si quieres se la regalas, pero no le pones la habitación al niño con la cama suspendida ni el leopardo por la pared».

Sorprende el fenómeno Palomo Spain, pero usted en los años 50 ya vestía de mujer al hombre.

Tenía como ocho años y en la entrada del negocio de telas de mi familia había una escultura de Apolo sobre la que yo me inventaba vestidos de mujer. Sí, mi referencia era un hombre, a ese dios con sus partes tapadas por una hoja, le hacía vestidos de noche con collares. Cristóbal Balenciaga era como un hermano para mi abuelo; fue quien le puso el negocio. Con 16 años entré de aprendiz en su taller madrileño.

Y se convirtió en el diseñador de la abuela del Rey, la Condesa de Barcelona...

Yo le hacía hasta las batas de estar en casa y los saltos de cama porque me decía: «Como tú me vistes no me viste nadie». Ideé un maniquí de alambre con sus medidas para probar sus vestidos y, claro, le quedaban como un guante. Me decía: «Yo no sé si haces los vestidos con la bola de cristal porque no puede ser que una prenda sin probar quede perfecta». A Doña María le daba miedo que le leyese la mano, nunca quiso: «A mí no me mires que me da miedo», me decía. Le hice muchos trajes especiales, como el amarillo que llevaba en el Palacio Real el día que su marido cedió los derechos dinásticos a Don Juan Carlos. Y varios de los juguetes de reyes de Felipe VI fueron elegidos por mí, porque la acompañaba a comprarlos.

Cuénteme del día en que pidieron que le echara las cartas a «Paco».

Mi madrina era la actriz Niní Montián y ella fue la que me pidió: «Paco quiere que le eches las cartas». Así llamaba ella a Franco, con el que comía todos los martes en El Pardo. A mí eso me daba mucho morbo, igual que el día en que se las eché a La Pasionaria, porque han sido historia de España. Me recibió en un despachito y solo quería saber por el futuro de dos nietos, de Mari Carmen y de Francis. Le dije que ella era muy rebelde, pero él sólo quería saber si iba a ser madre y feliz. Y también vi que el niño estaba delicado de salud. Francis tendría unos seis años y estaba en un tacataca en el jardín, se le saltaron las lágrimas y me preguntó si ese niño se haría mayor.

¿Le cobró a Franco?

Me negué a que me pagase nada. Le he echado las cartas a Lola Flores cien veces y en mi vida la cobré nada, ni a Gunilla, ni a muchos personajes.

¿Acabarán exhumando el cadáver de Franco del Valle de los Caídos?

Lo van a conseguir, pero es una barbaridad. No entiendo por qué. Vamos a ver, con eso lo que hacen es remover sentimientos de mucha gente y lo mejor es que lo dejen donde está y que no remuevan más.

¿Dígame un sortilegio para atraer el amor?

Coges una vela blanca y le grabas de arriba abajo el nombre de la persona que quieres atraer, debajo de la vela pones una foto tuya y según se vaya consumiendo, la cera va cayendo encima de la foto. Alrededor de la foto y de la vela echas azúcar moreno, para que lo endulce, unas hojitas de laurel, para el éxito, y unos granos de café, para que ese amor traiga dinerito. La vela hay que encenderla un ratito los viernes, cuando la luna esté en cuarto creciente, o sea, luna llena, no prenderla nunca cuando está menguando o no haya luna.

¿Y para despertar pasiones?

Echas azúcar en un vaso y lo llenas de agua, en el centro del vaso pones una foto tuya y de la persona que quieres atraer y las espolvoreas con canela; luego coses, con hilo rojo, las dos fotos de frente. Las pones en el centro del vaso y le echas un chorrito de algo dulce, lo metes en el congelador y así conseguirás despertar pasión. A lo mejor solo son un par de polvos, pero, mira, ya es algo. Cuando lo hayas conseguido, sacas el vaso, lo envuelves en algo blanco y lo entierras al pie de un árbol muy frondoso.

¿Y para alejar el mal de ojo?

Cuando estás rodeado de gente que no te quiere, pones en un papel de plata una hoja de laurel, un diente de ajo sin pelar y sal. Haces un paquetito y te lo pones entre la ropa interior. Cuando notes que el ajo se pone blando, tiras el paquetito en donde corra el agua: una alcantarilla, un río o el mar, nunca en la basura, y te haces un paquetito nuevo.

¿Qué lleva en la maleta?

Rappel no se va de vacaciones sin sus pantalones cortos y sus bañadores tipo tanga (que le dejan «el trasero al aire», como dice), y asegura que lo que jamás llevaría entre su equipaje sería «un traje de chaqueta gris marengo y mocasines».