Historia

Barcelona

«Ada Colau es el mayor ejemplo de maquiavelismo»

Presenta «Maquiavelo para el siglo XXI: el príncipe en la era del populismo», un ensayo en el ofrece algunas claves de la política

Ferrán Caballero, autor de ”Maquiavelo para el siglo XXI: el príncipe en la era del populismo”
Ferrán Caballero, autor de ”Maquiavelo para el siglo XXI: el príncipe en la era del populismo”larazon

Presenta «Maquiavelo para el siglo XXI: el príncipe en la era del populismo», un ensayo en el ofrece algunas claves de la política

El mal consciente en las acciones del ser humano lleva el adjetivo maquiavélico cuando además se está satisfecho y se logran los objetivos que se tenían en mente, antes de comenzar a pisotear al prójimo. Nicolás Maquiavelo no fue el inventor de esta forma de estar en el mundo, pero sí se le atribuye la formulación teórica de estos principios en el plano del poder y la política. En plena alarma anti y pro populista, Ferrán Caballero presenta un ensayo en la editorial Ariel, «Maquiavelo para el siglo XXI: el príncipe en la era del populismo», que rescata al pensador italiano.

–¿Qué tiene que decir un pensador de la corte de los Médici a los políticos del siglo XXI?

–Es difícil de determinar de cuáles serían las lecciones que les daría a los políticos de la actualidad, pero la base de todo el pensamiento de Maquiavelo está en la idea de que la naturaleza humana es, de algún modo, inmutable. Somos los mismos hombres que entonces, por lo que nuestros vicios y nuestras apetencias, digámoslo así, son los mismos que en su época. En este sentido, la política es la misma, porque se basa en la misma naturaleza por lo que las lecciones de Maquiavelo deberían ser de actualidad.

–¿En su época había populismo?

–No, porque creo que se trata de un movimiento estrictamente democrático que no se daba en los principados, ya que el príncipe no necesitaba tanto el apoyo popular como el no tener miedo a una oposición armada. Maquiavelo decía aquello de que es mejor ser temido que ser amado y dice que lo peor es ser odiado. Ahora el gobernante espera el apoyo de la ciudadanía, entonces esta lógica populista por la cual se establece una confrontación entre una élite es una perversión de la mecánica democrática y no tan propia del principado.

–Ha hablado del miedo, ¿es el principal motor de la política?

–El miedo es uno de los motores de la vida humana y es de lo que se da cuenta muy pronto Maquiavelo, hasta qué punto las grandes cosas dependen de las miserias. Todo lo alto se construye sobre algo bajo. En este caso, lo que me parece que entiende bien es que todo príncipe se tiene que basar en algo miserable como el temor, ya no es un impedimento a su grandeza sino una condición de su posibilidad. Creo que el mejor ejemplo que tenemos es el de la transición, aunque ahora parece que se le hace una enmienda al régimen del 78, contando que se hizo con ruido de sables como para quitarle grandeza, cuando es todo lo contrario porque se hizo por encima de muchos miedos propios y compartidos.

–¿Qué hubo de maquiavélico en la Transición?

–Pues todo, la Transición es uno de esos momentos en los que los políticos de cada signo fueron capaces de defender su propio interés y construir algo verdaderamente común. Los que venían del franquismo sabía que no podían mantener sus ideas en un régimen no democrático, que era el sistema del futuro, y la oposición que había que abandonar el discurso revolucionario. En todos los políticos lo que vemos es un análisis bastante frío de la realidad y a la vez una disposición de los principios más radicales que se basan en su propio interés pero también en los del Estado.

–Ahí tenemos uno de los grandes regalos de Maquiavelo para cuando no quieran justificar algo: apelar a la razón de Estado.

–Exacto, porque esa razón de Estado no es más que la conciencia, la moral debe quedar en un segundo término. Lo importante cuando uno es gobernante no es su moral privada sino la preservación y mejora del Estado. Las objeciones políticas tienen que estar justificadas al fin que se persigue. Es así cuando se usa la crueldad, la mentira o esos ejemplos que va presentando al comienzo de «El príncipe» cuando los justifica por la razón de Estado.

–Perdóneme, pero siempre que dice el príncipe, por mi edad, veo a Don Felipe, el actual Rey. ¿La monarquía entra dentro de los populismos?

–Es difícil, porque la monarquía moderna reina pero no gobierna, por lo que muchos consejos que da Maquiavelo a los monarcas no son aplicables a los actuales. Una de las lógicas que se mantiene es ésta del interés privado y el público, además lo acabamos de ver con esta crisis que ha pasado la corona, pues la defensa de la buena imagen que tiene el Rey, de manera egoísta, se refleja en su buena acción de Estado. Si un rey no actúa de manera egoísta, el principal afectado no es sólo el propio monarca sino el Estado al que sirve.

–Tengo la sensación de que el pensamiento de Maquiavelo es como un buen par de viejos zapatos marrones que le va bien a todo el mundo.

–(Risas) A todo el mundo le viene bien en el sentido, al menos en política, de que la moral es una cuestión secundaria. Nadie que se dedique a esto lo hace honestamente, defendiendo la verdad y denunciando la corrupción, todo el mundo sabe que la política es un juego sucio. El problema es que no todo el mundo sabe a qué fin sirve esa acción de ensuciarse las manos de sangre, que en el caso de Maquiavelo es literal. Hay una frase del Carl Schmitt al comienzo del libro que es muy interesante: «Si Maquiavelo hubiera querido ser maquiavélico hubiera escrito un antimaquiavelo», porque habría intentado pasar por ser un maestro del bien y no del mal en un sentido tan evidente.

–Le voy a hacer caso y será directo. Dígame un político español que sea maquiavélico.

–Ada Colau, lo sé porque vivo en Barcelona, es el gran ejemplo del maquiavelismo. Basó su campaña en mentiras y acusaciones falsas a sabiendas, cayendo en el insulto, hasta el extremo de manipular la verdad más evidente. Además, tiene una extraña virtud y es que habla como llorando, con lo que parece que está ocupadísima por los problemas de los demás. El problema es éste. Ya por su condición de mujer débil, como se presenta, de clase baja y que ha sufrido hace crees que tiene esta superioridad moral pero saltándose a la vez las normas más básicas del juego democrático.