Cuba
Cuba mon amour
Mi dilecto amigo R. y mi no menos querida sobrina A. han estado de vacaciones en Cuba, de donde ambos han regresado con la impresión obligatoria a sus años y con su mentalidad: ella, desde sus ingenuos veintipocos, opina que es el paraíso, una tierra feraz e igualitaria habitada por humanos deseosos de intercambiar servilismo por limosnas. Mi ahijada, que disfruta plenamente de la edad de la despreocupación gracias a una cartera que su encomiable esfuerzo se encarga de llenar, evita todavía el incómodo ejercicio de hacerse ciertas preguntas. Verbigracia: «¿Por qué los residentes en este edén comunista no comen carne de res ni disfrutan del aire acondicionado?». Si estas u otras dudas ensombrecen por un instante la vacación, se culpa al capitalismo heteropatriarcal «y-pon-otro-mojito-sabrosón-miamol». El otro, a quien la lucidez y el descreimiento transportan en volandas hacia el medio siglo, es menos benevolente en su diagnóstico. «La dignidad del pueblo cubano que el régimen cacarea en cada consigna consiste en que una familia completa se pone en venta por cien dólares a la semana: el padre ejerce de guía y proveedor de vicios, la madre cocina, el niño hace los recados y su hermana de dieciocho años, ejem, se enamora de un decrépito de casi cincuenta... La próxima quincena se enamorará de otro. El avión que llega todos los días al aeropuerto José Martí desde Madrid lo llaman ‘la lechera’. Creo que con eso está todo dicho, ¿no? Eso sí, ya no hay distinción de sexo: antes era sólo para los españoles, pero ahora es también para las españolas. A esto ha quedado reducido el país tras sesenta años de castrismo: un burdel. Sin chulos peligrosos ni la sordidez de un puticlub de carretera porque allí los proxenetas ejercen desde un despacho». Su consuelo es que en Venezuela están peor.
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