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Eduardo Torres-Dulce: «Cada generación renueva su idilio con ‘Casablanca’»

Recuerdos y anécdotas en las bodas de platino de una película del siglo XX

El fiscal y crítico cinematográfico Eduardo Torres-Dulce
El fiscal y crítico cinematográfico Eduardo Torres-Dulcelarazon

Recuerdos y anécdotas en las bodas de platino de una película del siglo XX

«Casablanca» cumple 75 años, pero sus protagonistas siguen con la misma edad que cuando se estrenó en plena II Guerra Mundial. Notorius Ediciones ha aprovechado esta efeméride para reunir en un único volumen las firmas de un grupo de cinéfilos y expertos que repasan los pormenores y anécdotas del clásico de Michael Curtiz bajo la coordinación de Eduardo Torres-Dulce.

–¿Por qué sigue vigente «Casablanca» 75 años después?

–Hay una cosa en el libro, que es un artículo de Miguel Marías, que como todo lo de Miguel Marías es interesantísimo, que se titula «Los misterios de ‘Casablanca’». Es verdad, porque es una película rodeada de misterio tanto en su gestación como elaboración, e incluso en su estreno, porque como todo el mundo sabe tuvo una excelente recepción pero hasta que se reactiva en los famosos cineclubes de Harvard o Yale, en la Costa Este, es una película casi desaparecida. Ahora ha vuelto a retornar con una frescura extraordinaria. ¿A qué se debe? Pues no se sabe bien. Probablemente a que tiene enjundia de entretenimiento y de humanidad, con un punto de desafío ideológico que tampoco viene mal en determinadas circunstancias. Más allá, es difícil saber cómo ha permanecido en el tiempo con unas características de cine ultraclásico.

–Porque son personajes desubicados, en una ciudad de Marruecos, rodada en blanco y negro. ¿Dónde está el truco?

–Pues creo, que al final, aparte de que las cosas deben estar bien hechas y que eso se percibe, es la historia pero sobre todo los personajes. La idea desesperadamente romántica de la película, las idas y venidas sentimentales, hacen que se produzca la clásica y deseable empatía entre el espectador y lo que sucede en la pantalla. La historia trasciende y como le gustaba decir a Walter Benjamin, suspende la realidad, rapta al espectador y hace ese viaje de ida y vuelta de «La rosa púrpura de El Cairo».

–¿Es una película de director o de productor?

–Básicamente creo que la huella del productor es importante a la hora de ver las posibilidades de una comedia que no hubiera tenido hueco en Hollywood y de situarla en el contexto de ese momento de la Historia, aunque luego les ayudó mucho el desembarco de las tropas aliadas en África y la Conferencia de Casablanca, pero es Hal Wallis el que decide que sea Bogart, que sea Ingrid Bergman, que no estaba contratada en la productora y a la que hubo que pagar una gran cantidad de dinero, y es quien escoge a Michael Curtiz, que pese a ser un director de estudios es un director con mucha sabiduría a la hora de ofrecer a la película el ritmo, los encuadres, la cadencia... Es un buen ejemplo de cómo la autoría de las películas suele estar muy repartida. Sin olvidar la canción, que acaba convirtiéndose en un «ítem» de recuerdos, como los diálogos que mantienen viva la película.

–La escena del piano es brutal...

–Claro, siempre que me preguntan la escena favorita la gente dice que es cuando tocan «La Marsellesa», pero es que tenemos la del piano, la del final, la carta destruida por la lluvia, nunca se ha visto a Bogart tan devastado emocionalmente como en la película.

–Y la frase: «Se me ha olvidado eso. No puedo recordar la melodía».

–Es impresionante, los siete guionistas que pasaron por allí aportaron algo, aunque lo fundamental es lo que aportaron Howard Koch y los hermano Epstein.

–¿Pero cuál es el éxito?

–Pues que es una película. Desborda los límites del melodrama, es una película protesta pero también bélica, triángulo amoroso, de tesis ideológica, tiene un aspecto negro –que Víctor Arribas debate y argumenta en otro de los artículos del libro–, al final es una película. Este año estoy diciendo que de lo que he visto para los Óscar me ha gustado mucho «Tres anuncios en las afueras», pero la que es una película es «Dunkerque».

–¿Cuántas películas beben de y deben a «Casablanca»?

–Muchísimas. En el libro hay un artículo que precisamente se dedica a eso a rastrear la huella de «Casablanca». Es curioso que nadie haya podido pergeñar una continuación, ni un remix, porque es tan inútil como imposible, pero la huella de «Casablanca» llega hasta nuestros días, como ha pasado con «Alidos». También está en «Sueños de un seductor», quintaesenciada, es muy difícil pensar en una película en la que no haya idas, venidas del pasado, sobre la II Guerra Mundial, con despedidas, en las que no haya una huella de ésta.

–¿Pero no hay nada de mito?

–Bueno, a mí como me gusta mucho te tengo que decir que no, pero me lo prueba el hecho de que cada generación renueva su idilio con «Casablanca» y todos coincidimos en por qué nos gusta.

–Volvamos a la canción, cuál es el poder de «As time goes by».

–Pues de nuevo hay en el libro un fantástico artículo de José Ramón Rubio, que detecta todas las claves de la música y de la banda sonora. Es curioso que al propio compositor no le gustara especialmente y pretendiera meter su propia música. Una canción que no está escrita para la película pero que se mete en ella, pero se reúnen dos circunstancias. Primero el momento en el que aparece, que es el nexo del pasado con el presente de los personajes, y luego la letra va directa con el sentido de la película. Creo que abrió la brecha de esas canciones con las que identificamos ciertas películas como «Desayuno con diamantes».

–¿Es verdad que Ronald Reagan iba a ser el protagonista y no Bogart?

–No. Entonces en Hollywood se utilizaban muchas variables cuando empezaba a arrancar un proyecto. Entre otras cosas, porque la Warner, como muchos estudios, tenía una interminable nómina de actores contratados. Es verdad que como un actor más, que estaba en la parte de arriba de la lista, pudo entrar en el debate, pero Wallis tuvo clarísimo que el papel era para Bogart. Sin ningún género de dudas, y luego Warner trató por todos los medios de meter a George Raft, pero ni así lo consiguió. Reagan no tuvo ninguna posibilidad.

–Reagan en «Casablanca», Bogart en la Casa Blanca.

–Ni en un caso ni en el otro. Si me apuras, Bogart era un tipo duro, con ideas, aún puedo pensar en la Casa Blanca, pero no a Reagan para la película.