Sevilla

El barbero de Puigdemont

La Razón
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Cuando los próceres reparen en cuánto hace mundialmente por la «marca Sevilla» el Fígaro de Rossini encontrarán cualquier ocurrencia para rendirle al barbero un tributo de lo más preformativo, luminotécnico y autorial. Visto lo visto, la estatua de Mozart dice poco. Y se mueve poco, que es lo que distrae al visitante. Quien se mueve con el nervio de una escultura de bronce es otro barbero, no de Sevilla sino de la comarca gerundense de La Selva. El barbero de Carles Puigdemont no se ha unido a la excursión bruselense y al ex president, con tantos días ya fuera de casa, las lianas están invadiéndole la montura de las gafas. ¿Dónde estará el barbero de Puigdemont? Los barberos fueron tenidos siempre como personas habladoras y noveleras, virtudes grandemente apreciadas por el género nacionalista. A nuestro particular Fígaro gerundense, ajeno en este instante a las cuitas de su más honorable cliente, las charlas con el separatista fueron las que más dilemas lo arreciaban. Mencionar a estas alturas el franquismo, discurriría el hombre con su peine y tijera en las manos, debe ser más por hablar que por novelería. ¿O es al revés? De esas dudas existenciales se libra ahora el barbero de Puigdemont; de eso y de lidiar con su pelambrera, un apretado cedazo de polivinilo por el que no deja escapar los ingenios que emergen de su cascote de almadraba. El día a día de Puigdemont se ha convertido en un distraído folletín de delirios más o menos compartidos. La televisión popular lo adora. Y los rabiosos guionistas de las series más lisérgicas lo adorarán aún más. Pero lo que de verdad necesita el factótum secesionista es un corte de pelo. Mi reino por una tijera y mi país, por unos párrafos en los libros de Historia Contemporánea. Ay, barbero, o loco o parlero.