Memoria histórica
El coste económico del «guerracivilismo»
Los países con mayor 'calidad como nación' son los que presentaban mayor homogeneidad e integración del pasado común
en un muy recomendable y reciente artículo, el Catedrático de Economía Javier Morillas definía a la «Economía del Guerracivilismo» como la gestión de recursos orientada a obtener réditos diversos de la retrotracción del propio entorno y tensión social que provocó dicha confrontación fratricida. El profesor Morillas la define como una alternativa escapista a la de intentar solucionar los problemas reales de la economía española. El resultado es un uso recurrente de la misma que la convierte en una cortina de humo divisiva en torno a la interpretación de un triste pasaje de nuestra Historia.
Para entender esa voluntad divisiva, de recurrir al guerracivilsmo como conjuro para espantar la acción de gobierno de otros problemas más graves pero de solución ni inmediata ni fácil, para entender esa voluntad divisiva, digo, es de gran ayuda oír al veterano y sabio Alfonso Lazo en su doble condición de experto en la Historia Contemporánea de España y de protagonista destacado de la Transición política. Poco antes de recibir el premio Asistente Arjona, en una mesa redonda convocada por la Fundación San Pablo Andalucía CEU, Alfonso Lazo explicaba que había una parte de la sociedad española –de mediana edad y también joven– que había sido instruida en el odio antifranquista pero que se veía frustrada en su imposibilidad de luchar contra el dictador ya muerto. La Ley de Memoria Histórica del Presidente Rodríguez Zapatero le dio esta posibilidad de resolver su frustración en una lucha postrera contra un dictador muerto alanceando el nomenclátor de las calles, las fachadas de los edificios o –avant la lettre– acomodando en el Código Penal una sanción suficientemente disuasoria de inspiración antinegacionista.
La necesidad de lucha antifranquista de quien había nacido ya con Franco muerto y la Transición avanzada admite un paralelismo con los jóvenes enrolados en la División Azul, que no tuvieron edad de participar en la última guerra fraticida y querían igualarse con sus hermanos mayores en un cruel bautismo de guerra o vengar sus muertes en la lucha contra el comunismo. Los escritores Blanco Corredoira en «Añoranza de guerra» y Lorenzo Silva en «Niños feroces» supieron captar muy bien esta búsqueda de la redención de los más jóvenes en el frente del Este ruso.
Hay, no obstante, una marcada diferencia entre la redención del guerracivilismo de la Ley de la Memoria Histórica y la de los soldados de la División Española de Voluntarios. Esa marcada diferencia la recordaba –casi al tiempo en el que el profesor Morillas escribía su artículo– un discípulo del profesor Lazo, José Antonio Parejo. Para éste, el guerracivilismo de la Ley de Memoria Histórica le sirve al PSOE como un agente diferenciador a pesar de conducirlo al abismo de la ruptura con el PSOE de la Transición, ese que fue capaz de sentar en la misma bancada a hijos de fusilados por el Frente Popular en Paracuellos, como el propio Alfonso Lazo, con hijos de fusilados por el Bando Nacional. En lo que disiento con Parejo es en su definición de Falange como un partido que exigía a las personas la entrega de sus derechos individuales a la comunidad que iban a dirigir ellos. Alguien con indiscutible autoridad y nada sospechoso de franquismo como Julián Marías, en 1976 y desde las páginas de La Vanguardia y El País, contestaba a esta naturaleza esencialmente violenta a la que se refiere Parejo recordando que recién terminada la guerra, desde 1940 y durante los dos años de dirección de Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, la revista Escorial significó un esfuerzo de reanudación de la convivencia intelectual y de los derechos de su ejercicio. Aún hoy día, la relectura del artículo de Julián Marías «La vegetación del Páramo» sigue siendo un buen antídoto contra la vuelta a las trincheras del odio entre españoles. Un odio del que, el entrevistador del profesor Parejo, Paco Robles, bien sabe que quiso salvar Luis Rosales a Federico García Lorca como recordó en el homenaje tributado a ambos en Sevilla de su propia mano y de la José Antonio Martín Otín, Petón.
Pero volviendo a la «Economía del guerracivilismo», Javier Morillas recordaba oportunamente a Friedrich List quien en su Sistema Nacional de Economía Política (1841) expuso la importancia de la relación entre crecimiento y cohesión social manifestando que los países con mayor «calidad como nación» son los que presentaban mayor homogeneidad e integración del pasado común, al redundar en mayores posibilidades de desarrollo.
Quizá se haya trivializado tanto el esfuerzo en cerrar las heridas entre los hijos de quienes hicieron la guerra que los ahora bisnietos ignoran supinamente cuan cruento puede llegar a ser un enfrentamiento civil. Felipe González laboró para enterrar las heridas pasadas y afrontó problemas económicos acuciantes como la reconversión industrial, la reforma de la Seguridad Social o el aislamiento económico de España frente al resto de Europa.
La España que gozó el reconocimiento mundial por su Transición política ahora es una Nación en la que los muertos superan a los nacidos y en la que la pensión media que un recién jubilado supera los 826 euros mensuales mientras que el salario medio que cobra un joven de entre dieciocho y veinticinco años es de 354 euros. Contra esto se blande la cortina de humo del guerracivilismo en el desafortunado convencimiento de que la fractura social será inocua; en el desafortunado desprecio de los que se afanaron en cerrar las heridas de la guerra; en el desafortunado desprecio al valor de la cohesión nacional para ganar un futuro mejor.
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