Vacaciones
El no viaje
España es el país de la polarización obsesiva, de modo que el eterno enfrentamiento entre trincheras, mitigadas las rivalidades taurinas en la defensa común frente a las agresiones del animalismo o de acuerdo casi todos los aficionados de bien en identificar como la misma mierda al FC Madrid y al Real Barcelona, se ha trasladado durante esta temporada estival al turismo e incluso, más concretamente, al hecho mero de viajar. La luminosa prosa del novelista Luis Manuel Ruiz, quien mantiene oculto un pasado inconfeso de daiquiris a tutiplén en resorts de pulsera, nos ilustra en los diarios de Joly con exquisitas reseñas de sendas obras en las que Joris-Karl Huysmans y Xavier de Maistre apadrinan, con siglos de anticipación, a estos coetáneos nuestros renuentes al desplazamiento estival. Que, perdón, disfrazan de delicada misantropía su propensión al aburrimiento, su carácter cenizo o su tacañería patológica, tales son las principales causas por las que alguien con buena salud y finanzas medianamente saneadas decide pasar el verano a la sombra del ventilador de su cuarto de estar. Mi apreciado J. anunciaba mediado julio su intención de enrolarse en una imaginaria legión que él bautizó como «Guardianes de Híspalis». Acantonado en las cuatro manzanas que circundan el Ayuntamiento de Sevilla, su plan consistía en «cervezas al mediodía porque te hartas de altramuces y así almuerzas por cinco euros, siesta, tarde de aire acondicionado leyendo gratis en la sección de libros del Corte Inglés y noche delante de la tele viendo amistosos de pretemporada con el Meyba puesto y un pedazo de botella de agua fría. Anda que igualito que en la playa llena de gente aguantando a la niña y a mi ex mujer...». No es tan fino como los literatos del decadentismo francés pero resulta tanto o más elocuente.
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