Arte, Cultura y Espectáculos
Emilio Morenatti, fotos para el borrador de la Historia
Reconocido como uno de los mejores fotógrafos mundiales, ejerce de editor de Associated Press en Barcelona para España y Portugal
Morenatti saltó de su jerezanismo cimarrón a la boca de sangre de la Maestranza para retratar la muerte del banderillero Montoliu. A éste lo cazó como a una mariposa empitonada por un alfiler: su lengua, la de un animal humano, se figuraba entre verde y azul, siendo la fotografía en blanco y negro. De cal y luto en los soleados templos de abril. En el principio de los noventa, las cámaras eran de arcabuceros, que yo creo que es lo que es este hombre: interesado en el disparo, en la intensidad del momento y no tanto en sus consecuencias. Aún no había llegado el francotirador de repetidora digital; se revelaba, o nos revelaban, esperando el misterio de la concreción del recuerdo, el fulgor recién impreso. Su maestría, luego en Kabul o en Gaza, o allí donde el corazón lo lleve, entre el hambre y la inexistencia, ha ido escribiendo el borrador de la Historia. Marie Colvin dijo que el reportero trabaja para que los tiranos y el poder vean el borrador de la Historia.
Por aquella ciudad, campaba, entre la redacción de EFE y el marasmo municipal, este hijo de policía que en su casa jerezana competía, incluso, con su hermano. De la misma sangre pero, al cabo, fotógrafo de la competencia con el que se disputaba el soplo paterno a las horas del comer.
En los tiempos sevillanos del bulle-bulle del primer AVE y los egos de talla internacional de la Expo, Emilio gritaba al «liderismo» mundial con voz de amanecer de lonja. Jerez de la Frontera metiendo en la foto incluso a los rusos: «Señor Mijail, señor Mijail (Gorbachov)» o «Charles, Charles» (Carlos de Inglaterra). Para la reconquista de juguetería del islote Perejil, él y su cámara llegaron hasta el sitio preciso en una colchoneta hinchable con el uso prohibido «en aguas donde el niño no dé pie». Alfredo Valenzuela contaba que la «embarcación» (ejem) hizo aguas y el reportero se zambulló y dejó el material dentro, a cubierto, hasta que pudo proceder al atraque. En el atardecer morisco y mientras llegaban las tropas nacionales, Emilio, según relato de un periodista sensato, sentía arrebatos y nostalgias, que serían o por el paisaje, o por las cabras o por otros alicientes: «Nos mandaba fotos de la bandera, pero de la de Marruecos. Le tuve que recordar que estaba trabajando para la agencia EFE. ¿Tú sabes que esto es una agencia española, verdad?», le decía, «¿por qué no sacas, de vez en cuando, alguna foto con nuestra bandera?».
Como cada jaula es un mundo, él se decidió a elegir la suya. Visto desde lejos, parece que cualquier espacio abierto y, al margen del tamaño de la aventura, le quede pequeño. Viajó, como Rimbaud por África, y descubrió que había que vivir y contar. Ya tenía premios locales, lo fichó una agencia internacional y puso el jergón en zonas de conflicto. Se sacudió, por lo menos un poco, el síndrome de pintor de la corte. Durante su secuestro en Gaza (el suceso ocurrió en 2006), uno de sus ex jefes de agencia dijo con sonrisa de hiena: «Se darán cuenta enseguida de que no es conveniente tenerlo amarrado». Efectivamente, lo soltaron en unas pocas horas y cuando fueron a preguntarle, aturdido, fue quién preguntó por qué él era la noticia y no los siete palestinos que habían muerto el mismo día de su secuestro exprés.
Hace cuatro años estando empotrado en un blindado americano, perdió el pie izquierdo por una explosión en Kandahar. Esta ciudad afgana sirve de título a una película donde miles de piernas ortopédicas son lanzadas en helicóptero a una población mutilada y pobre. A Morenatti, que según recuerda Eduardo Abad aguantó un año en Afganistán cuando el periodo de caducidad medio del reportero gráfico es de unos meses, Associated Press lo tenía bien asegurado. Su rehabilitación fue en el hospital militar Walter Reed de Washington D.C. «Han probado con varias prótesis. Y ahora, en vez de una pierna, tengo seis o siete. Una para cada ocasión: una para nadar, otra para correr, otra para pasear». Total, gajes del oficio, como vivir en Barcelona.
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