Sevilla

Emperador Satoru

Recién coronado emperador de Japón, el ‘tenno’ Naruhito encarna ya la más longeva dinastía sobre la Tierra, más incluso que los Papas de Roma, y reinará en el Kokyo tokiota después de haber estado tres veces en Andalucía, la que fue hace 400 años puerta de entrada de sus compatriotas a Europa. Estudiante oxoniense en los ochenta, el primogénito de Akihito quiso conocer Córdoba en su juventud y regresó, cien kilómetros Guadalquivir abajo, a Sevilla con ocasión de la Expo 92. Pero su gran visita de Estado fue en 2013, cuando conmemoró en Coria del Río el cuarto centenario de la Embajada Keicho, aquella expedición capitaneada por Tsunenaga Hasekura que dejó honda huella en la ciudad ribereña. Plantó el entonces príncipe heredero un cerezo, cuya delicada flor es el símbolo nacional nipón, ante la estatua del marino que estrechaba los lazos entre dos mundos lejanísimos a los que hoy une, sobre todo, el flamenco. Nadie ha podido explicar todavía, sin caer en la fabulación, el origen de la pasión de los japoneses por el arte jondo que, con toda seguridad, se remonta a la era de Hirohito (1924-1989), el monarca que renunció a su condición divina. En 1970, de hecho, llegó Satoru Mano, que aún no era el guitarrista apadrinado por Manolo Sanlúcar, sino un estudiante de Economía fascinado por España que se ganaba la vida vendiendo artesanías o con pequeños papeles en el cine y en la televisión (lo dirigió Spielberg en «El imperio del sol» y dio la réplica a Paco Rabal en «Juncal», ojo). Hace por lo menos cinco años que anunció en el bar donde se maceraba a diario en alcohol que marchaba a su país para cumplimentar unos trámites y que volvería pronto, promesa que por supuesto se mantiene incumplida en estricta observancia de su credo bohemio. Si sigue vivo, habrá disfrutado de la ceremonia.