Literatura
Humo entre sueños
El granadino Álvaro Salvador estrena nuevo poemario tras seis años de silencio con «Fumando con mis muertos»
«Ved cómo los vapores navegan por mis versos». Como con una nebulosa entre lo real y lo soñado, así acaba Álvaro Salvador (Granada, 1950) «La espalda de Manhattan», uno de los poemas que aparecen en «Fumando con mis muertos» que acaba de publicar en su colección Vandalia la Fundación José Manuel Lara. Un libro con el que el poeta granadino vuelve otra vez a escribir versos después de un periodo de seis años en el que han ido asentándose esta serie de poemas con los que lanza una mirada incorrecta y sin sentimentalismos hacia el pasado, hacia ese momento anterior con el que poco a poco se va encontrando el lector mientras pasa de uno a otro poema. La presentación, que tuvo lugar ayer en Madrid en un acto en el que participaron el editor Ignacio Garmendia y Luis Alberto de Cuenca, sirvió para mostrar las claves de un trabajo que llega después de un periodo en el que su poesía se ha asentado, pues se lee meditada y escrita sin convertirse en un ejercicio habitual y constante. Explica este modo de entender la creación poética De Cuenca, ya que no aparece la necesidad poética «diariamente como sí sucede en la novela».
«Fumando con mis muertos» salda una suerte de ajuste de cuentas con sus amigos, familiares, referentes poéticos y su propia existencia, porque la voz del poeta aparece desde la atalaya de la edad en un referente que se nutre del diálogo entre lo urbano y el campo, además de ser un puente entre la literatura que se hace en las dos orillas del Atlántico en su condición de catedrático de literatura. Salvador, que fuma y habla desde distintas estancias poéticas, mantiene un diálogo que se mueve, cadencioso, bajo el influjo de la obra de Mahler desde la primera de las partes. Su obra, encuadrada dentro de la denominada «poesía de la experiencia» fluctúa en las cinco secciones en las que se divide el volumen desde el paradigma de lo onírico como elemento necesario para comunicarnos con nuestros otros yo. Una idea de Pessoa, como otras tantas que el autor gozosamente hace suyas, y que surgen lanzando cabos hacia paisajes, sensaciones o paradigmas. Junto con al portugués hay destellos de Yeats, Ginsberg o Machado, cauces por los que matizar la voz de un hombre que desde una incorrección frente a lo establecido, con un ritmo y paradigma juvenil reflexiona acerca de los que es la vida y el paso del tiempo. «Cuando uno va cumpliendo años la idea de la muerte deja de ser romántica, infantil y se convierte en algo cotidiano que deja preguntas a las que hay que responder de algún modo».
El poema que da nombre al libro nace de una experiencia real y reiterada durante los 18 años que lleva alejado del tabaco. Salvador se fuma un cigarrillo con sus amigos y familiares muertos mientras sueña, con tanta normalidad y realidad que al despertarse tiene el mal sabor de boca que deja la conciencia de ex fumador. Porque entiende que con el mundo de los muertos, de los que se fueron, se puede encontrar aún un método, una manera con la que comunicarse como se hacía en vida, reviviendo aquello que tanto se tenía con ellos y que la muerte arrebató. La idea nació de una conversación con Luis García Montero tras la muerte de Ángel González, cuando ambos comentaron que la mayoría de los poetas habían muerto y que lo nuevo cada vez tenía menos que decir con ellos.
Al final, se trata de un nuevo juego entre los distintos perfiles del poeta, del ser humano que se cambia la piel para escribir poemas o hacerse simplemente viajero, niño en el campo de su infancia o amante, «yo que tantos hombres he sido» decía Pessoa, otra vez, al constatar todos los lados que la realidad ofrece. Hay una aspiración a la serenidad en las páginas del poemario que viaja en un principio al campo, la patria inicial de Salvador antes de asentarse en Granada. «La canción de la Tierra» rebusca en Proust para reconocerse urbano de hace media hora y rural de toda la vida mientras se escuchan los mirlos, se huele a estiércol y se mira al horizonte de una juventud que quería ser moderna a golpe de asfalto y acero. Un campo al que volver desde la madurez, del que se huyó a ciudades impersonales pero que eran la modernidad y entre ellas Nueva York. Siete son los poemas que afloran en la Gran Manzana, preñados e identidades y sueños compartidos, donde nacen nombres de otros poetas, músicos y pintores que antes que Salvador dieron y se lanzaron a la vida entre rascacielos.
Conviene acercarse a esta poesía que juega con los nuevos autores sin recelos y con una modernidad y ritmo ciertamente musical. En cada uno de los poemas que ha recogido Vandalia, Salvador salta al vacío para buscar dentro de sí mismo con la intención de alcanzar una suerte de exorcismo que devela lentamente entre versos, brumas, somnoliento y lúcido.
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