Literatura

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J. M. Caballero Bonald: «Tiendo a la cama como lugar estable donde pasar la vida»

Tras recibir el Cervantes, la Feria del Libro de Sevilla le ha dedicado la edición de este año

«De casado fui perdiendo el alcohol y la nocturnidad, aunque a lo mejor me perdí algo»
«De casado fui perdiendo el alcohol y la nocturnidad, aunque a lo mejor me perdí algo»larazon

SEVILLa- José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) asiste desde que recibió el premio Cervantes a una suerte de recuperación de su persona y obra, pese a que nunca haya desaparecido del panorama literario. En Alcalá de Henares, durante su discurso de aceptación del galardón, hizo memoria de una carrera literaria que arrancó hace más de 60 años en la desolada ciudad bodeguera, donde la vida la disfrutaban los señoritos y la sufría el resto de la población.

«Empecé a escribir, creo, hace 66 años, cuando intenté aprender a escribir», asegura durante un encuentro celebrado con periodistas organizado por el Grupo Planeta al que también asiste el poeta y editor gaditano Jesús Fernández Palacios, que le pregunta si recuerda su primer poema. El poeta asiente y reconoce que aquellas líneas iniciales «se vivieron con una emoción especial». Un camino abierto gracias a las lecturas y a la emoción creadas por otros poetas que hicieron mella en aquel Caballero Bonald niño, que, gracias al amor bibliófilo de un republicano represaliado, pudo conocer cómo era el mundo desde el prisma de los poetas de la Generación del 27 y Juan Ramón Jiménez. «La biografía de un escritor depende tanto de los libros que ha escrito como de los que ha leído y para mí ésos están muy presentes en mi historia personal». En la cama, sin más remedio ante una afección pulmonar que el reposo, tuvo la oportunidad de adentrarse en el universo de los poetas antes de «la necesidad que tuve de expresarme como ellos».

Poliédrico, su vida asumió distintos roles paralelos a los del oficio de escribir y es en el mundo de la música donde encuentra otra vía de escape a su creatividad con la producción de discos de Luis Eduardo Aute, Vainica Doble o Rosa León, entre otros. «Mi actividad como disquero en el sello 'Pauta', dentro de Ariola, en los años sesenta, donde hubo mucho flamenco: 'Terremoto', 'Sordera', 'Agujetas', los grandes del momento están allí. Siento como una nostalgia del valor que tenía el disco y que ya ha perdido. Los artistas ya no ganan dinero con los discos, tienen que hacer galas. Mira tu amigo Sabina», le dice a Fernández.

Con el Cervantes, sobrevuela de nuevo la sombra de aquel Grupo Poético del 50, donde José Ángel Valente, Ignacio Aldecoa, Carlos Barral o Ángel González no sólo escribían la vida sino que se la bebían. Es fácil naufragar en la literatura de trago largo, pero contó con la ayuda de su mujer, que logró orientarle, enseñarle «dónde estaba el norte, porque si no me hubiera casado la vida me hubiera ido de una manera muy distinta. En primer lugar, el alcohol me hubiera jugado malas pasadas. De casado fui perdiendo eso y la nocturnidad, lo cual es muy de agradecer, aunque por otra parte me perdí algo», confiesa entre risas. Una generación autodestructiva «en la que parece que había un espíritu, a finales de los años cincuenta, cuando la vida en Madrid o Barcelona no permitía otra posibilidad de ser libre que intentar ir contra los convencionalismos y los bienpensantes refugiados en el alcohol. Si hubiera habido coca la hubiéramos probado».

Para un «anarquista que tiene gustos burgueses», recoger un premio de manos de la Corona no supone una traición a su ideología. «No fue cómodo para mí, pero fue un episodio que tuve que aceptar. Por otro lado, tampoco soy tan maleducado que me niegue a saludar a quien sea. Se trata de una contradicción que conforma mi carácter». En ese espíritu burgués debe de haber algo de la vocación familiar al «acostado» y también su mujer pudo salvarle de «la constante tentación de quedarme en la cama, porque tiendo a ella como lugar estable donde pasar la vida. ¿Dónde se puede pasar mejor? En mi casa he conocido a cinco 'acostados', que se quedaban en la cama pero no por una enfermedad inventada, sino por comodidad».