Lucas Haurie
La basura y sus viajantes
Los estudios demográficos estiman que alrededor del año 2050 el planeta se acercará a los diez mil millones de terrícolas. Ahí seremos nada. Y, si con los actuales siete mil millones son ya múltiples las adversidades derivadas de la finitud de los recursos, figúrense el panorama que espera a quienes queden coleando en unas tres décadas. Que si la escasez de los alimentos, que si el problema del agua o que si la destrucción del Amazonas, ese pulmón de la biosfera que las comunidades aborígenes quieren ahora fumárselo como lo ha hecho en el pasado el resto de la humanidad. Sin desmerecer las otras poquedades, preocupa particularmente la de la comida. Por eso, por lo que pueda pasar, la ciencia mundial anda laboriosa en la reedición del milagro de los panes y los peces, comenzando por el de las bodas de Caná. (Que no falte el bebedizo.) Pero si bien es justificable la extrema preocupación por lo que pueda comerse en un futuro, igual de concernidos deberían mostrarse los sabios por lo que no se coma, por lo que se tire, por la basura. El desperdicio merece un análisis y requiere de una inversión. Hace semanas fueron localizados varios vertederos ilegales en la provincia de Cádiz, adonde han ido desembocando desde Dios sabe cuándo camiones desde Gibraltar que portaban la putrefacción de los súbditos de su Graciosa Majestad británica. La Policía advierte de tramas organizadas. No sólo se trata del trayecto desde la verja hacia las tierras limítrofes, sino de vertidos de toneladas de basura al mar por parte de barcos llegados de todo del mundo. En un futuro no muy lejano, será más rentable cuidar un vertedero que regar el huerto.
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