Literatura
«Las palabras rotas»: el preludio de la ruptura de una sociedad
De un cuaderno de trabajo de García Montero ha germinado una lúcida reflexión acerca de la deriva bélica en que vivimos
De un cuaderno de trabajo de García Montero ha germinado una lúcida reflexión acerca de la deriva bélica en que vivimos
“Necesitamos en los labios unas pocas palabras verdaderas», escribe Luis García Montero en la última página de su último libro, escrito sin despegarse ni un segundo del compromiso social que transita toda su obra, literaria y vital. Empezar por el final no quiebra la magia ni el hilo argumental de «Las palabras rotas»; tampoco saltar de un capítulo a otro desnuda de sentido un texto concebido como una conversación honesta. La más, si se quiere, la que se mantiene con uno mismo. «Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno», se dice frente al espejo con la misma intención que lo expresara Machado hace un siglo, retando a aquellos que igualan la bondad con la estupidez. Si intelectuales de esta órbita se han detenido a hablarnos, lo mejor será escuchar. El plural es porque el poeta no trae consigo solo sus pensamientos, le acompañan en la conversación interna referentes como el poeta sevillano o Albert Camus. De la faceta periodística del francés ha extraído una máxima aplicable a la vida: «No es lo mismo creerse en posesión de la verdad que comprometerse a no mentir». Precisamente la bondad y la verdad son dos de los términos que ha escogido García Montero para recuperarlos de su maltrecha situación actual. Once en total, donde caben el amor, la soledad, la identidad, el progreso, el tiempo, la realidad, la conciencia, la lectura y la política. Sobre todos ellos reflexiona. «La sociedad en la que vivimos me preocupa porque creo que los valores democráticos se degradan con facilidad y eso se nota en el idioma», asegura.
El armazón original de un cuaderno de trabajo se ha revestido de citas, recuerdos y deseos expresados que le confieren la capacidad de acompañar al lector/ciudadano. Este largo encuentro con la intimidad del autor está salpicado de poesía, con algún poema dedicado a las mujeres –que tengas un buen día/que la suerte te busque/en tu casa pequeña y ordenada/que la vida nos trate dignamente–, a modo de plegaria, o a la madre –solo somos injustos de verdad/cuando sabemos que el amor/no pasará factura–.
La teoría entraña dificultad, pero menos que aplicarla a rajatabla si la cuestión planteada escuece, como hace García Montero al pronunciarse sobre un asunto espinoso como el reciente rechazo del Tribunal Supremo a la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos. «Eso se lo tienen que dar a la familia y que la familia lo respete, lo cuide, como ella quiera, pero no en un punto de referencia público. A partir de ahí, lo importante es no saltarse la ley. Yo podría tener la rabieta de decir: vamos a coger los huesos y a dárselos a la familia, pero eso es salirse del marco legal».
Visto lo leído, lo adecuado será prestar atención, comprobando a cada rato cuánto se ha movido dentro de nosotros ante el zarandeo de los argumentos simples y después interrumpir porque no se trata de un texto de trago largo. «Uno de los sentidos del libro es conseguir que tener ideas distintas no sea tener enemigos», explica el autor en tono pausado durante la entrevista. Habrá, por tanto, que no estar de acuerdo si el pensamiento propio nos conduce a un lugar diferente, habrá que permitirse saber qué nos guía a cada cual al principio y al final del día para que esas palabras rotas encuentren su sitio al lado de las conciencias.
A punto de cumplir un año al frente del Instituto Cervantes, García Montero defiende el español en todas sus vertientes. «Tenemos un idioma que hablan seiscientos millones de personas y los españoles somos el 8%. Es el gran ámbito de la diplomacia española», mantiene. Confiesa que cuando le llamó el presidente del Gobierno, acababa de corregir las pruebas de su poesía completa. «Tenía mil páginas y estaba en la sensación de que tenía que parar un poco, no puedo repetirme –se decía–. Si se compara con la poesía de Machado, de Gil de Biedma, de Rosalía de Castro... mil páginas es una desmesura» y en esas «vacaciones de la poesía» quiere continuar aún dos o tres años.
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