Lucas Haurie

Magrudis

Imagen de la puerta del almacén de Magrudis / Foto: Ke-Imagen
Imagen de la puerta del almacén de Magrudis / Foto: Ke-Imagenlarazon

Armado con el sarcasmo que le da su formación británica, un ejecutivo del sector agroalimentario desafía al tabernero. “Ponme un montadito de carne mechada”, le dijo sabedor de que ese manjar no figura desde nunca en la carta del bar en el que tapeaba anteanoche. No tenía F. conocimiento profundo del rosario de irregularidades que se han descubierto sobre la compañía que ha sembrado la bacteria de la licteriosis, que trabaja básicamente el producto porcino y tal vez por eso perpetre tanta cochinada, pero tampoco se sorprendió al conocer por la prensa la laxitud en las medidas sanitarias o los pocos escrúpulos de su política socio-fiscal. “Bienvenidos al mundo del empresariado andaluz...”, dejaba caer enarcando una ceja entre divertido y displicente. Aunque las teorías deterministas perdieron vigencia hace mucho, aquí todavía no hemos renegado de nuestros antepasados los pícaros. Magrudis tiene un nombre inquietante que recuerda tanto al “hybris”, la desmesurada iracundia de los dioses mitológicos, como a Caribdis, el monstruo marino que junto a Escila acosó a Odiseo en su travesía por el estrecho de Mesina. Poco bueno cabía esperar de esa terminación morfológica, “is”, que en medicina suele significar inflamación, patología, morbilidad o disfunción, pero el tufillo de la mala praxis generalizada es demasiado incluso en el entendido de que la alarma de causada por la epidemia, multiplicada por la sequía agosteña de noticias, pone la lupa donde muchas veces se hace la vista gorda. La empresa queda herida de muerte, desde luego, aunque tampoco los mecanismos de control de las administraciones –un municipio socialista y una autonomía popular– salen muy bien parados. Nos enteramos de cómo (no) funcionan las cosas, o sea, cuando sucede una desgracia o cuando se celebran tres funerales.