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Mujeres en vanguardia

Una novela gráfica y una exposición muestran el acento femenino del surrealismo

Mujeres en vanguardia
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arece que por fin llega el momento del reconocimiento a las mujeres que tanto hicieron y tuvieron que decir durante los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX. Es fácil cerrar los ojos y pensar en el surrealismo, dadaísmo, futurismo, en los primeros años del cine o en los gloriosos del swing subversivo. Siempre vendrán los rostros de perfectos caballeros en traje de corte amplio que se enfrentan al tedio de la realidad burguesa con una batería de artificios geniales y jocosos. Todos hombres independientemente de su inclinación sexual, siempre varones y ninguna mujer. ¿Dónde estaba la otra mitad? ¿No había mujeres? ¿Ellas sólo eran musas o meros objetos sobre los que crear o dedicar obras? Estaban también allí, pero pasaron a la posteridad bajo una luz más tenue que la de sus compañeros, quienes compartían sexo con quienes escriben la Historia. Para este puente, llegan dos sugerencias para darles su sitio al segundo sexo en este supuesto club para chicos atrevidos.

La editorial sevillana «El Paseo» continúa ofreciendo gratas sorpresas al publicar obras que se salen del carril de las novedades. «El ángel Dadá. Venturas y desventuras de Emmy Ball-Hennings, creadora del Cabaret Voltaire» llega de la mano de Fernando González Viñas y José Lázaro, texto e ilustraciones respectivamente, en formato de novela negra. Se trata de la biografía de una de las mujeres más desconocidas de aquel grupo que se unió en el exilio de Zurich durante la I Guerra Mundial para parir eso que se llamó dadaísmo. Bajo ese paraguas, que quiso acabar con todo bajo la premisa del «antiarte» hasta llegar a la nada pero haciendo cualquier cosa, se cobijaron gente como Hugo Ball, Tristan Tzara, Richard Houelsenback y Marcel Duchamp. Todos reunidos durante 1916 y 1922 en el Cabaret Voltaire, fundado por Emmy junto con su esposo, el propio Ball, desde el que lanzaron proclamas y acciones que inundaron a Jean Arp, Picasso, Modigliani, Apollinaire, Man Ray o Marinetti. Escritora, actriz, cantante, bailarina, como otras tantas mujeres, tomó parte activa de los movimientos de vanguardia hasta el punto de que fue la que convirtió un mesón suizo tradicional en la meca del inconformismo. Es más, el propio término «Dadá» es atribuido a ella en ciertas referencias y su propia existencia es, por suerte y por desgracia, una performance constante tan propia de este movimiento.

La recuperación de su figura con «El ángel Dadá» es doble ya que no existía nada publicado sobre ella ni tampoco de su obra como poetisa más allá de unos poemas editados en una revista literaria argentina. Sorprendentemente, pese a ser la mantenedora intelectual y monetaria del grupo, su vida ha pasado inadvertida y oculta bajo la pátina de genialidad de sus compañeros, pero no sólo por eso es pertinente esta novela gráfica. González Viñas ha sabido conjugar perfectamente la intensidad de un momento clave de la cultura europea con la ternura y fragilidad de un ser que intenta no naufragar en las volátiles fechas que le toca vivir. «La novela tiene el trasfondo de meter todo lo que significó esa época y sobre todo sacar a colación la vida de una mujer que intenta ganarse la vida cantando y actuando, pero que se ve arrastrada por los acontecimientos a un mundo Dadá».

Hablamos de un libro que presenta más de 700 viñetas realizadas durante tres años que se bebe desde las primeras páginas con un ritmo casi de película, mezclando la realidad y la ficción desde una perspectiva realmente evocadora y fascinante, porque retoma muchos trazos de la estética del mundo que se cuenta en la novela. Hay mucho de cine mudo, de expresionismo, de surrealismo y de denuncia social. En las páginas se oyen los gritos de una sociedad enferma que busca salvarse mediante movimientos como el dadaísmo pero que es incapaz de superar el drama de la guerra y los conflictos sociales. Junto a esta musa morfinómana aparecen Frank Wedekind, D’Annunzio, Lenin, Marc, Lasker-Shüler o Hesse. Las portada muestra las claves de la novela al presentar a la protagonista en una mezcla de mujer fatal/mujer perdida con una marioneta en la mano. Interrogantes sugestivos para meterse en este fascinante ser a golpe de viñetas y una coqueta edición.

Por su parte, el Museo Picasso acaba de estrenar la exposición «Somos plenamente libres. Mujeres artistas y el surrealismo» en la que participan piezas de Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Dora Maar, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Kay Sage, Ángeles Santos, Dorothea Tanning, Toyen, Remedios Varo y Unica Zürn. Hablamos de creadoras que se encuentran a la misma altura que sus compañeros de generación pero que hasta ahora no han contado con el merecido reconocimiento la mayoría de las veces.

Un conglomerado heterogéneo de personalidades que buscaron su identidad mediante el arte en unas circunstancias a veces adversas debido a la situación de la mujer en ese momento, violencia, enfermedad, sumisión, miedo, cuando muchas desembarcan en el París de los años veinte, pronto saben que en los círculos intelectuales no hay espacio para la mujer. Aquella postura revolucionaria se convirtió en un mecanismo de prefeminismo en el que la libertad y la independencia sólo se les otorgó cuando tuvieron que salir de Europa a causa de la guerra con destino al otro lado del Atlántico.

La muestra no es un ejercicio exclusivo para ofrecer sólo lo que hacían las mujeres, pues la intención es recuperar su obra en su justa medida, no como una ejercicio de memoria aséptico, sino como un acción justa ante la calidad de su trayectoria. Hay que recordar que muchas fueron eclipsadas por su propias parejas que no pudieron asumir que ellas fueran mejores que ellos. Un extremo que se prolongado en el paso del tiempo hasta hace poco años en los que han ido apareciendo nombres junto a piezas que distorsionan y completan al visión que tradicionalmente se ha tenido sobre el surrealismo.