Madrid
Pablo Aguado (y II)
El toreo de Pablo Aguado enmudeció la Plaza de Las Ventas. El suceso del Coso del Baratillo se confirmó
El toreo de Pablo Aguado enmudeció la Plaza de Las Ventas. El suceso del Coso del Baratillo se confirmó
En el principio fue el caos y el desorden. Un cinqueño zambombo de Algarra apareció, entre oscuras nubes, cuando casi no se distinguía el día de la noche. Pero, entre tanta algarabía, surgió la luz, la medida, la perfecta geometría de los más excelsos naturales. Antes, en un gran toro de su compañero azteca Luis David, un único lance sirvió para que Madrid viera la cadencia de su capote. Y se hizo el silencio. El toreo de Pablo Aguado enmudeció la Plaza de Las Ventas del Espíritu Santo. Callaron las aves, el ruido de los coches en el asfalto y las veinte mil almas que llenaban los tendidos. Aguado, de marfil y oro, desempolvó antiguos clichés de Pepín y de Bienvenida, de Curro y de Pepe Luis. El tiempo detenido. Paró su carro la diosa Cibeles y se apaciguó el viento. Y surgió la obra sublime. Acaso el reloj de la Puerta del Sol quiso retener sus manillas entre los cambios de manos y un kirikikí. Y le volaron los flecos de la muleta. La bamba de la pañosa le arrastraba en hondos “sobrenaturales” (o escoriales) y en los remates, casi de puntillas, como si bailaran los niños seises de la catedral de Sevilla en la Plaza de la capital del Reino. De nuevo el sentido del equilibrio. Los veinte (o veintitantos) pases. Aguado soñó el toreo. Y lo hizo. Rugieron los “óles”. Y los que estuvimos allí presentes fuimos testigos de aquella revelación. Poco importó el uso de la espada o las orejas. El suceso del Coso del Baratillo se confirmó en Las Ventas. Salimos de la plaza queriendo dibujar naturales, junto a la Puerta de Alcalá: Callada quedó Madrid. Aguado soñaba un sueño, mecidos en su muleta los toreros de otros tiempos.
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