Sevilla

Pura y limpia

La Razón
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Opinión

En estos días de diciembre, se celebran los cultos a la Virgen de la Pura y Limpia del Postigo del Aceite en su fiesta de la Inmaculada Concepción. Cuando uno cruza bajo el Arco, con aquella inscripción que mandara hacer en 1573 el Conde de Barajas, parece como si existiera una especie de fielato espiritual, pues nadie viene de la Avenida para adentrarse en El Arenal sin rezar una oración, o hacer algún gesto de reverencia al pasar por la capillita. A veces es toda una peregrinación y un posterior diálogo, el que se establece entre la Pura y Limpia del Postigo y nosotros mismos. Y todas las personas, sin distinción, le rezan. Le saludan los canónigos que a la Catedral caminan, le imploran esas abuelas que con mirada vidriosa se reflejan en el inmenso cristal, también el necesitado, el niño... Los tunos le ofrecen sus bailes y sus notas musicales, el peregrino que va a Santiago le pide su protección y hasta el romero le canta cuando pasa de vuelta de su camino: Hay quien le reza un piropo/ quien le deja una moneda/ o quien le enseña en sus brazos/ a ese chiquillo que juega./ Y hasta se para el caballo/ y se santigua el cochero,/y te rezan esos ojos/del antifaz nazareno./Está también el que llora/o que sonríe en tu reja/o la expresión de una madre/que en tu cristal se reflejan./Todos saludan al verte.../Soldados de artillería/ iban por calle Temprado/ diciéndote: Ave María./Con bandurrias y guitarras/te va cantando la tuna/para decirte: María,/bonita como ninguna./Y cuando te coronaron/ los palillos repicaban/de seises albicelestes/que ante tus plantas bailaban./También he visto en tu Arco/abrir sus puertas al cielo/para que entrara Juan Carlos,/nuestro hermano costalero./ Y una mañana de junio/vi que se paraba el mundo/cuando a tus pies, de rodillas/rezó Juan Pablo II.