Estrecho de Malaca
Romper la pizarra para cocinar
La sociedad tendrá que decidir si quiere explorar los caminos del «fracking»
El sur de la provincia de Cádiz, parte de la frontera entre Córdoba y Jaén y el Valle del Guadiato podrían albergar yacimientos importantes de gas no convencional cuya extracción podría reducir considerablemente la dependencia energética española. Así se desprende de un informe para el Colegio de Ingenieros de Minas realizado por los investigadores Ángel Cámara y Fernando Pendás. Tras de este «gas no convencional» aparece un nuevo término, «fracking», que viene a sumarse a los «rating», «default» o «hedge funds» que los españoles llevamos deglutiendo desde el inicio de la crisis financiera en 2007.
La fracturación hidráulica o «fracking» consiste en la inyección de agua a alta presión en rocas de pizarra situadas a más de 3.000 metros de profundidad. La inyección de agua provoca en las rocas pequeñas fracturas y libera el gas (el shale gas) que encierran desde hace miles de años.
Lo maduro de esta técnica y los sondeos de los que disponen muchas empresas prospectivas y extractivas hacen que el panorama energético mundial pueda verse alterado en breve. De hecho, a finales del año pasado, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) sorprendía en su informe «World Energy Outlook» otorgando un papel determinante a la producción futura de gas de EEUU. Se refería no a la producción de gas natural convencional extraído de bolsas del subsuelo sino de gas obtenido mediante procedimientos de extracción no convencionales. De entre todas las nuevas tecnologías extractivas en avanzado estado de desarrollo sobresale esta del «fracking».
Las posibilidades del gas no convencional emergen en un escenario de economías mundiales que siguen siendo «fósil alcohólicas». Para 2035, la AIE estima que todavía el 71% de la energía primaria utilizada en el mundo será de origen fósil.
Estas predicciones acostumbran a provocar angustias «malthusianas» entre los lectores que han crecido tras las crisis energéticas de los años 70 del siglo pasado y, por tanto, son sensibles a la sensación permanente de vivir bajo la amenaza del agotamiento de los recursos energéticos de origen fósil.
En este sentido, el analista Pedro Prieto señalaba recientemente que hace 50 años se descubrían 30.000 millones de barriles de crudo al año y se consumían 4.000 millones. En la actualidad se consumen 30.000 millones y se descubren 4.000 millones.
Prieto es un convencido de que se ha llegado al «peak oil» o nivel de producción máximo de crudo. Para ello toma como referencia el dato de que entre 2002-2010, la volatilidad máxima del precio del barril de Brent ha sido del 285 % y, sin embargo, la variación máxima de barriles de petróleo producidos al día ha sido de no más del 8%. Para tener una referencia apuntemos el dato de que la producción de crudo en el cuarto trimestre de 2011 estaba en unos 89.000 miles de barriles diarios.
Frente a este «malthusianismo» fósil-energético el desarrollo tecnológico permite ahora acceder a yacimientos hasta hace poco inaccesibles como el presal brasileño o yacimientos no convencionales (de shale gas o de shale oil) como los de Barnett en EE UU y Vaca Muerta en Argentina. A estos hay que añadir nuevos yacimientos convencionales como el de las Islas Diaoyus en el Estrecho de Malaca.
Sin duda, no puede haber crecimiento económico sin crecimiento energético, pero crecimiento energético barato. Las sociedades ahora exigen también que ese crecimiento sea sostenible y respetuoso con el medio ambiente. Esta exigencia es esencialmente incompatible con la extracción de combustibles fósiles que necesariamente implica una agresión física al medio y, con frecuencia, el uso de materias primas como el agua, escasas en determinadas zonas del mundo. Por ejemplo, habitualmente en Andalucía.
La contestación a este tipo de explotaciones –de momento sólo en proyecto– no se ha hecho esperar y no hará más que acentuarse. Con independencia de que sea posible caminar hacia un modelo económico y energético «bajo en carbono» o bajo en el uso de combustibles fósiles, la sociedad española tendrá que decidir en qué medida prefiere seguir siendo «fósil alcohólica» importando la vitualla o ver las posibilidades de estos yacimientos con las garantías medioambientales suficientes.
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