Barcelona
Sin lotería en Totalán
Para Totalán todo ha sido como un sueño. Más bien como una pesadilla. Los vecinos de este pequeño pueblo incrustado en el silvestre monte de la Axarquía malagueña prefieren no aparecer más en la televisión. O sí, pero porque se retransmita en riguroso directo los saltos de alegría de algún vecino al que le haya tocado la lotería. O que alguien en España hable de la chanfaina, el plato típico de los totalatenses, un género de aliño de patatas especiado que más que formar parte de su tradición constituye un carácter y una identidad.
No sólo hay pozos en Totalán. De entrada, hay calles a las que se nombra como avenidas. En la de Andalucía, donde está situado el consultorio, Pepa espera su turno en la calle mientras se distrae con una animada conversación. «Las tragedias vienen solas», dice con recelo al identificar al reportero. «Ya estamos acostumbrados a los forasteros de Madrid, de Barcelona y de Málaga, aquí sois todos bienvenidos», explica antes de volver al interior de la consulta, pues es su turno, no sin antes recordar la naturaleza «forastera» de los padres del niño muerto en el fondo del pozo.
Los vecinos de Totalán, como en las poblaciones en las que todos se conocen, se comunican con sobrentendidos. A veces parecen estar usando el jeroglífico como lenguaje. No falta quien recuerda que aquí nació Antonio Molina, el cantaor, en una especie de conjuro postraumático. «A Julen lo llevamos en la memoria, pero no podemos estar reviviéndolo cada semana», se queja Manuel, un empleado público malagueño que reside en Rincón de la Victoria.
Los totatalenses son ciudadanos de izquierdas. Ése es al menos el signo electoral ciclo tras ciclo. En este municipio situado a apenas 20 kilómetros de la capital sólo han mandado el PSOE o IU. El voto de derecha ha sido hasta ahora testimonial. Hay una calle dedicada a Tierno Galván, donde el visitante se topa con la Torre del Violín, un espacio museístico y mirador que conmemora la derrota de una guarnición cristiana años antes de la toma de Málaga, en 1487. La victoria, para los vecinos del pueblo, habría sido encontrar vivo al niño. Era el premio gordo. Pero «en la vida se pierde más que se gana», concluye Manuel.
Los 13 días en los que Julen ha estado perdido en el pozo han sido días de conmoción nacional y mundial. Han llegado periodistas incluso de Japón, revela un oriundo que prefiere mantenerse en el anonimato y que asegura no bromear al contar que, hablando con el japonés, le pidió referencias de un profesor de flamenco para no recuerda si era una prima o una sobrina. La resolución al enigma de una bulería no se acerca ni una cuarta a la cuadratura del círculo que obligó el rompecabezas del rescate. Érase una vez un niño en un pozo de 110 metros con una cota de tierra a 71 metros y en el que el niño no se ve.
Ése fue el escenario con el que se encontraron los ingenieros, investigadores y técnicos que, en un número cercano a los 300, han estado quebrándose las meninges para dar lo antes posible con el destino de Julen. Casi dos semanas han tardado. «Dos más dos no son cuatro en el monte», avisa Enrique mientras observa los tonos que va tomando el cielo. La oscuridad de Totalán hoy, con una tormenta al acecho, no tiene nada que envidiarle a la de un túnel entre las montañas. O a la de un orificio infinito bajo las retamas.
Para Enrique, que ya se dirige a casa tras una jornada entre las matas, «lo más grande de Julen es que va a vivir siempre en nuestra memoria». El consuelo es el de la esperanza y el optimismo de inspiración religiosa. El niño no ha muerto, vivirá entre nosotros, viene a decir este agricultor metido en los sesenta años que parece estar entonando un pasaje del Nuevo Testamento. Pero Enrique explica que se refiere a la solidaridad, «el todos a una», que ha podido sentir por la televisión y por los periódicos.
Los vecinos de Totalán preferirían en cualquier caso no estar emocionados por las muestras de apoyo de todo el planeta. El año es muy largo, algo menos que la vida. La recompensa final, con todo, es que pudo llegarse al interior del pozo de Julen y poder así entregárselo a los padres. «Ha sido un esfuerzo de todos», termina Enrique, quien preferiría que a alguien le tocara la lotería de una bendita vez.
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