Camas
Toreros de Sevilla
Hace justamente cien años, uno de los mayores creadores del arte de torear, Rafael «El Gallo», se despedía en la Plaza de toros de la Monumental sevillana. La ciudad conservaba sus dos plazas, empezaban a emerger sus dos equipos (Sevilla FC y Real Betis) y se mantenían viva las devociones a sus dos esperanzas (Triana y la Macarena). Por entonces, José y Juan, o lo que es lo mismo, Gallito y Belmonte, eran auténticos fenómenos de masas en una época que muchos han denominado como la edad de oro del toreo. Tras la muerte de Joselito, Manuel Jiménez «Chicuelo», ocuparía una de las sillas principales al encadenar varios naturales de manera sucesiva, dando origen a la faena moderna. Ya no bastaba con «parar, templar y mandar», sino que se hacía imprescindible ligar los muletazos. Pepe Luis Vázquez Garcés compartió, en años de posguerra, un capítulo fundamental, siendo compañero de cartel –tantas tardes– con «Manolete». Tras el rubio de San Bernardo, el trono del toreo sevillano miró hacia Camas, donde un jovencísimo Curro Romero parecía heredar –con su personalísimo sello– lo mejor de Curro Puya y Cagancho. Curro ha sido y es un caso único y siempre será insustituible en los corazones de tantas personas, que hicieron del «currismo» algo más que una forma de entender la vida. Curro y la Maestranza se encontraron en muchos momentos (como aquella tarde de los seis toros de Urquijo) y su idilio sigue después de más de medio siglo de toreo. A mediados de los noventa, Sevilla puso sus ilusiones en el genio de La Puebla del Río. Sin trofeos, ha sido una buena Feria de San Miguel para Morante. Ha dejado grandes detalles. Y la expectación de volver a verlo el próximo 12 de octubre con uno de Miura.
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